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El verdadero cáncer del boxeo es el tongo aunque muchas veces resulte imposible distinguir la trampa del miedo. Mientras que la asechanza obedece a una estratagema mafiosa cuyo fin último es el negocio, el miedo es libre y en ocasiones inevitable porque responde a la plena conciencia de la inferioridad con respecto al otro. Sin embargo en ambos casos —tongo y miedo— el resultado viene a ser exactamente el mismo: el final de una pelea debido a la ausencia de combatividad por parte de uno de los contendientes con el consiguiente sentimiento de estafa entre los espectadores.

Pongamos por ejemplo a Mike Tyson, el “terror del Garden”, a quien se le van cayendo todos los rivales por los rincones sin el más mínimo ápice de lucha o decencia pugilística. ¿Es tongo o miedo? Seguro que los aficionados que pagaran sus cincuenta dólares por ver la pelea de Tyson contra Clifford Etienne saldrían del “Pyramid Arena” con la clara sensación de haber sido estafados, “tangados” por la organización. Etienne se fue a la lona a los cuarenta y nueve segundos exactos de haber comenzado el simulacro de pelea y el bueno de “Ironman” se embolsó cinco millones de dólares por un minutito de trabajo. ¿Tongo o miedo? El caso es que no es la primera vez que a Tyson le sucede algo parecido, de hecho ha concluido quince peleas por la vía rápida, antes del minuto y treinta segundos. Sin ir más lejos, en 1985 —cuando más miedo daba Tyson— Marvis Frazier cayó fulminado por un rayo a los treinta segundos. En el 89, Carl Williams aguantó en pie la friolera de un minuto y treinta y tres segundos, una auténtica proeza para los tiempos que corren.

A pesar de todo, Tyson continúa siendo un reclamo fundamental. ¿Por qué? Muy sencillo. Salvo Lennox Lewis o el incombustible Evander Holyfield —ambos muy por encima del resto— no surgen boxeadores de entidad en la categoría de los pesos pesados. Y al propio Tyson se le acaba el tiempo. Los médicos le recomendaron que no boxeara debido a sus problemas de espalda, pero tiene que ganar dinero rápido si quiere hacer frente a los seis millones de dólares que le ha costado su divorcio.

En 1990, Buster Douglas noqueó en Tokio a Mike Tyson. Aquella imagen suya con el protector saliéndose de la boca, babeando y con la mirada perdida, tratando de agarrarse a una de las cuerdas para seguir en pie, parece muy difícil en la actualidad. Siguiendo aquel viejo axioma de que “cualquiera te puede dar un mal golpe”, Douglas surgió de la nada para tumbar a uno de los mejores boxeadores de la historia. ¿Sería eso posible ahora? No porque existe poca calidad y hay demasiado miedo.

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