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Juan Manuel Rodríguez

Una "sex bomb" contra el K-2

Hace un par de meses me presentaron (¿o me presenté yo mismo?) a Araceli Segarra, una bomba rubia y atlética, de brazos poderosos que escribe poesía, posa esplendorosa para la portada de "Men´s Journal" y tiene tiempo suficiente para apostarse con unos amigos del "National Geographic" que ella no morirá escalando el Chogori, el terrorífico K-2. Me quedé estupefacto
viendo a esta ninfa en el "Tercer Grado" televisivo de Carlos Dávila,
reflexionando sobre la importancia vital -y digo "vital" en el sentido más estricto de la palabra- que puede tener una simple decisión: ¿seguir subiendo o descender, intentarlo o desistir? Cuando Araceli regrese a España del "ochomil" de marras la preguntaré como hace para estar tan bonita allá arriba, donde todo se deshace y se desprende y no hay más que frío, hambre, incomodidad y calamidades. Nos llama al "Tirachinas", a eso de la una y diez
de la madrugada, desde el "campamento-base", y tiene una marcha envidiable, un ritmo insuperable.

Como no podía ser menos, esta "Indiana Jones" española, tiene además otro don: el de la oportunidad. La noticia del descubrimiento del cadáver del millonario americano Dudley Wolfe, desaparecido en el fragor de la batalla el 30 de julio de 1939, dará la vuelta al mundo. Veo la fotografía en blanco y negro del play boy que quiso retar a la montaña, y no me extraña que la causa de su fallecimiento sea la siguiente: "probablemente altitud, enfermedad, agotamiento". Si uno le da un somero repaso a la lista de
muertos en el combate contra el K-2 se encuentra con "caída", "agotamiento", "edema cerebral", "avalancha", "pulmonía" o "golpe por el rockfall"... Todo
muy concreto y determinado, todo muy "profesional". En el caso de Wolfe, un amateur, era normal que las causas de su muerte fueran todos y ninguna en especial. Un trozo de pantalón con una etiqueta de Cambridge delató al cadáver.

En el K-2 se han dejado la vida hasta la fecha cincuenta montañeros, cinco de ellos españoles: Juan Ignacio Apellaniz, Jordi Anglés, Javier Escartín, Javier Olivar y Lorenzo Ortiz. Araceli maneja con alarmante cotidianeidad el hecho de que la gente se muera haciendo lo mismo que ella. Y se ríe, con esa sonrisa cargada de vida, cuando recuerda que ninguna de las cinco mujeres que trataron de escalar el Chogori volvieron con vida. Ella, como gata leridana que es, tiene siete, y no le importa. Mi querido Fernando Echeverría la llama "Araceli Seagarra", pero a ella no le importa y entra al trapo, vacila con "esos locos de la radio" que silban a su paso cuando entra en el estudio central de la Cope. Un montañero llamó para pedir una foto suya y un autógrafo: "¿Mía?... Ese tío está loco". Ese tío, Araceli, es el tío más cuerdo del planeta tierra. Te lo digo yo desde aquí abajo.

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