Tras recoger su merecido premio Cervantes, Rafael Sánchez Ferlosio distinguió intuitivamente entre los deportes "agónicos" y los "anagónicos", poniendo como ejemplo de los primeros al fútbol ("esos veintidós muchachos que se autoinmolan todos los domingos en el ara sacrificial del balompié para ganar") y de los segundos al patinaje. Yo creo que el deporte agónico por excelencia es el boxeo, "el del martirio del cuerpo propio", de forma que quizás entiendan que a servidor no le excite la Fórmula Uno, ni siquiera cuando un piloto español es capaz de resistir en el italianísimo circuito de Imola las embestidas de un piloto alemán que, además de correr en la italianísima escudería de Ferrari, resulta que ha sido siete veces campeón mundial.
Y supongo que si no vibro sometido a circunstancias tan excepcionales como esas, si no aúllo sino que me quedo indiferente, ni fu ni fa, así, asá, contemplando el espectáculo de las míticas doce revueltas en las que Alonso cogió la posición a Schumacher, que es algo así como el increíble Hulk de los monoplazas, y no la soltó, es que ya estoy irremisiblemente perdido para el señor Bernie Ecclestone... ¡El alemán corrió la vuelta más rápida en 1\'31"447!... ¡Ohhh!... ¡El promedio del ganador fue de 209,805 kilómetros por hora!... ¡Ahhh!... Yo sigo echando de menos al Messala de la Fórmula Uno, un Keke Rosberg que saque el látigo y fustigue al de Honda o al de Williams que quieren adelantarle en plena curva; hace falta un "perrete" para que nos entendamos. Dicen que ya no quedan entradas para Montmeló... Yo, entre tanto, me vuelvo a mi "motor home".