Resulta impresionante y desconcertante encontrarse, de repente, con que han desaparecido de golpe las emisiones de todas las cadenas de televisión. Echas mano de la radio y descubres que también se han perdido varias emisoras y que las que se mantienen "en pie" emiten música sin prestar demasiada atención a la suerte de sus vecinas de espectro radioeléctrico. ¿Qué está pasando?
La respuesta, como de costumbre, aparece rápidamente de la mano de Internet: casi todos los periódicos digitales contaron de inmediato que había un incendio en el Pirulí que dejó sin señal a todo Madrid y parte del resto de España durante más de tres horas.
Si ya habitualmente, ante un siniestro, las noticias aparecen mucho antes en Internet que en radio y televisión, ¡qué decir cuando no hay ni radio ni televisión!
El problema del Pirulí es el de cualquier recurso centralizado: en esa enorme torre se concentran las antenas, generadores y transmisores para la mayor parte de las emisoras de radio y televisión. Eso es muy cómodo en la mayoría de los casos, pero provoca también que exista lo que en la jerga se denomina un "punto único de fallo": si hay problemas con el Pirulí, como ocurrió este miércoles, todo el servicio se viene abajo.
Internet, en cambio, se diseñó para ser distribuida, para evitar que existiera un punto único de fallo que echara por tierra toda la red. Ante un problema en una parte de la misma, los datos pueden redirigirse por otros caminos para mantener la conectividad. Evidentemente, siempre podrán quedar aisladas, sin conexión, zonas de la red, pero la idea es que la información siga fluyendo por los caminos que siguen en pie.
Probablemente el modelo de Internet no es trasladable a cualquier tipo de red, pero estos tiempos de ataques terroristas que buscan provocar el mayor caos posible hacen que una vía de comunicación tan fiable, robusta y difícil de anular como Internet resulte cada vez más valiosa, aunque sólo sea para enterarse de qué está pasando.
En Opinión
Servicios
- Radarbot
- Libro