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Juan-Mariano de Goyeneche

Si se puede escuchar, se puede copiar

A finales de septiembre nos desayunábamos con una de esas noticias del mundo de las discográficas que a uno le dejan con una perplejidad sólo comparable a la que despiertan ciertas resoluciones judiciales dictadas en Barcelona.

Al parecer, la compañía Epic –filial de Sony– ha desarrollado otro de esos métodos para evitar la piratería musical a los que nos tienen acostumbrados las empresas del disco: "infalibles" y de "tecnología punta".

El truco está –y no estoy bromeando– en entregar el CD dentro de un reproductor previamente sellado con pegamento –superglue, al parecer– de forma que sea imposible sacarlo del lector y meterlo, por ejemplo, en el ordenador.

En previsión de que las aviesas intenciones del poseedor del disco alcancen ciertas cotas de refinamiento, los auriculares están también unidos con el mismo pegamento al jack o conector donde se introducen: así no se puede (entre comillas, claro) llevar un cable desde el conector a la entrada de audio de una tarjeta de sonido.

Teniendo en cuenta que el coste de fabricación de un CD rondan las 80 pesetas y que sólo el conector al que se pegan los auriculares ya puede costar unas 70, la cosa no deja de tener su gracia. Barato no les va a salir, pero al menos reconocen que el método sólo se usaría para evitar que se pasen a MP3 y se copien por Internet los discos promocionales que los críticos musicales reciben antes de que lleguen al mercado.

Dejando a un lado el aspecto cómico del asunto, lo realmente triste es la incapacidad de estas empresas para comprender y asumir, de la forma más digna e inteligente posible, que sea cual sea el método que empleen, si las canciones se pueden escuchar, se pueden copiar.

Veamos algún ejemplo: se le puede hacer todo tipo de trastadas a un compact disc para que no se pueda leer en un ordenador, pero en algún sitio tendrá que poder oírse. Y sea lo raro que sea ese lector, no tiene más remedio que incluir un tipo de circuito electrónico que se denomina DAC (siglas inglesas de "conversor de digital a analógico") que se encarga de pasar de la ristra de bits salida del CD (seguramente preprocesada, no importa) a las tensiones y corrientes con las que se atacan los altavoces o auriculares del reproductor.

Basta localizar el DAC y ya se tienen ahí, a su entrada, los bits que, con pocos conocimientos, se pueden copiar fácilmente.

Sí, en proporción, poca gente podrá hacer esa primera copia, pero eso ya no evita el problema. Desde que está ahí la tecnología digital, basta hacer una única vez en un único sitio del mundo ese complicado proceso que obtenga los bits codiciosamente protegidos en el CD, y después se podrán sacar infinitas copias sin ninguna pérdida de calidad y a coste y dificultad cero. Eso no pasaba antes con los métodos analógicos: la copia de una copia de una copia de una cinta de audio o de vídeo acababa teniendo una calidad desastrosa.

La tecnología digital no sufre ese problema, y gracias a los ingeniosos mecanismos peer to peer ideados por los internautas, esa única copia puede distribuirse por todo el mundo en pocos minutos.

Pero pongámonos en el caso peor, que sea imposible acceder a los circuitos internos del reproductor. Sigue habiendo algo evidente: en algún momento la música del disco tiene que poder oírse; si no, nadie se lo compraría. Pues en ese momento basta con pinchar los cables de los auriculares o altavoces: ahí se tiene la señal en formato analógico, pero muestreándola y cuantificándola adecuadamente se puede convertir otra vez a digital con pérdidas de calidad ínfimas, seguramente indetectables. Y otra vez, estando en digital, ya todo es posible.

Aún así, da lo mismo. Está visto que las discográficas están dispuestas a agarrarse a cualquier cosa, por inverosímil que resulte, antes que plantearse una política de precios –seguramente combinada con otra de dar un cierto valor añadido a los originales– que haga que el esfuerzo de hacer la copia no compense.

A este paso, es posible que cualquier día nos salgan con la solución definitiva: un CD que no se puede copiar... ¡porque no se puede escuchar!

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