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Juan Morote

Rubalcaba y el Estado de Derecho

Espero que algún juez se tome todo esto en serio porque lo es. Es necesario que los ciudadanos recuperen su fe en el Estado de Derecho con tanta urgencia como conviene que Rubalcaba salga para siempre de la política española.

Rubalcaba tiene una gran propensión a la mentira: es prácticamente imposible saber si en algún momento siente pulsión de decir la verdad. Tan cierto como lo anterior es su tendencia a la demagogia, y no menos comprobada es su inclinación a asumir el papel de ventilador en medio de un estercolero. De toda esta guisa se comportó ayer el supervice en su comparecencia en comisión. El sustituto in pectore de Zapatero representa lo peor de la izquierda española. Este demagogo detesta profundamente el sistema democrático.

La democracia se basa la libertad como un bien individual, en su titularidad y en su ejercicio, y consecuencia de lo anterior es la sacralización del Estado de Derecho, como instrumento imprescindible para garantizar un igual uso de la libertad por parte de todos los ciudadanos. Ayer compareció el supervice, visiblemente contrariado por tener que dar explicaciones sobre sus flirteos con la ETA. El señor Rubalcaba no asume, por no entender la democracia, que el ejercicio del poder político debe hacerse con transparencia, y que los votantes no encajan que el Estado esté para cobijar a los asesinos, en lugar de empeñarse en perseguirlos.

Rubalcaba no admite que nadie le diga para qué está el Estado, ni que la primera y principal misión del mismo es la garantía de la libertad de los ciudadanos que lo componen. Al segundo de Zapatero estas cosas le parecen zarandajas nimias. El desprecio que siente por la ciudadanía le lleva a recurrir a la mentira como herramienta de acción política cada vez que lo cree necesario; en esto es fiel seguidor de Lenin, quien ya dijera que la mentira podía ser una gran arma revolucionaria. Nunca faltan excusas a aquellos que se sitúan por encima de la ley en su quehacer. Al modo nietzscheano, estos socialistas piensan que la ley está para proteger al mediocre, y no es más que un dique a la acción del que está llamado para una gran misión. Se trata de una visión pseudomesiánica de la realidad, al estilo de las películas del inspector Harry Callaghan. Esta es la razón de fondo que ha llevado a Rubalcaba a no contestar a las preguntas sobre su rol de prima donna en la relación del Gobierno con la ETA.

El supervice ha contestado que ha actuado con responsabilidad, no ha defendido que su actuación se ajustó a la legalidad, ni siquiera que ETA hubiera mentido. Si sabíamos que Zapatero es un iluminado que se cree alguien con la misión encomendada de redimir a España de su propia historia, ahora conocemos que su colaborador más cercano y posible sucesor también comparte la autopercepción mesiánica. Espero que algún juez se tome todo esto en serio porque lo es. Es necesario que los ciudadanos recuperen su fe en el Estado de Derecho con tanta urgencia como conviene que Rubalcaba salga para siempre de la política española.

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