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Juan Morote

¿Simpático?

Así que don Mariano ha decidido hacer dejación de todos aquellos motivos que son susceptibles de ser esgrimidos por su electorado para votarle. No deja de ser paradójico el sempiterno complejo de fealdad de la derecha.

Me pregunto para qué es menester ser simpático. Creo que es conveniente ser simpático para hacer la vida más agradable a los demás, en cualquier orden. En cambio, no barrunto trabajo o desempeño alguno en el cual la virtud de la simpatía se torne esencial. Veamos, uno espera de un camarero que sea un buen profesional, de una somellier que conozca bien el vino, de un torero que tenga pellizco y valor; sin embargo, nunca se me habría ocurrido ensalzar profesionalmente a nadie por su simpatía, sino por su criterio para desarrollar la profesión elegida.

¿Por qué se habrá obsesionado Rajoy con ser simpático? La verdad es que no alcanzo a comprenderlo. Para empezar, debe ser que faltar a los micrófonos de la cadena Ser durante la campaña de las pasadas elecciones nacionales no es de ser simpáticos. También debe resultar poco simpático defender que las uniones de homosexuales, aunque deban tener su regulación, no son lo mismo que el matrimonio. Igualmente debe acaecer con la defensa de la nación española como proyecto político democrático común, esto tampoco es simpático. Mantener un discurso único en toda España sobre la redistribución de recursos hídricos, apesta a antipatía. No hablemos de lo que atañe a la defensa de la libertad de los padres para elegir la lengua vehicular de la educación de sus hijos. He dicho libertad para elegir, eso suena fatal, no inspira ni un ápice de simpatía. Y ahora, por supuesto, no deviene nada simpático la defensa de la libertad de conciencia de los educandos: hay que dejar su defensa al margen transigiendo con el adoctrinamiento de Educación para la Ciudadanía.

Así que don Mariano ha decidido hacer dejación de todos aquellos motivos que son susceptibles de ser esgrimidos por su electorado para votarle. No deja de ser paradójico el sempiterno complejo de fealdad de la derecha, frente a la creencia de la izquierda en la estética de su mensaje. Recuerdo una frase del genial Frank Capra que rezaba: "Nunca es un mal momento para tirar de la cuerda de la campana de la libertad". El problema es que los dirigentes del PP, apostados en la calle Génova, piensan que eso de la libertad tampoco es simpático. Vistas las últimas actuaciones de Rajoy, se diría que quiere ser acreedor a un Goya al simpático y eterno líder de la oposición. Semejante actitud deja un reguero de dudas sobre cuál sería el rumbo de su acción de gobierno. Ignoro si consideraría simpático contemplar la vertiginosa fragmentación de España, el uso de la píldora del día después, o le parecería graciosa la muerte de miles de inocentes en el vientre de sus madres; sobre la maltrecha salud de la libertad ya sé que le produce hilaridad.

Junto a todo lo anterior, ha debido pensar que la tomadura de pelo a los ciudadanos que supuso el pacto por la justicia fue un suceso sandunguero; por ende, se ha embarcado ahora en un nuevo pacto, esta vez, por la educación. Si el pacto por la justicia arruinó la promesa electoral de regeneración democrática, el pacto por la educación sumirá en el llanto a quienes llevamos la tiza en las venas, pese a que, como cuando lloraba Charlie Rivel, a Rajoy y a los suyos les parezca simpático. Las próximas elecciones no nos depararán en ningún caso un cambio de ideas sino, en el mejor de los casos, un cambio de los gestores de las mismas ideas. Si bien esto último tratará de ser evitado por todos aquellos que hoy le hacen creer a Rajoy que él sí es simpático.

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