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Juan Souto Coelho

Pongamos que hablo de Benedicto XVI

No entiendo a los hermanos en la fe que están constantemente tirando piedras sobre su comunidad; nunca les escucho una palabra de esperanza y aliento, siempre el látigo y el juicio

No es un lamento sino un pretexto acudir a la machacona colección de prejuicios, exabruptos e insultos que se ha disparado estos días desde medios de comunicación de un mismo signo. Y siempre aparece uno de esos teólogos perdonavidas, armado más con la soberbia que con la humildad y la búsqueda de la verdad, corrigiendo los errores y maldades en las que vive anclado el papado. Uno de ellos que, por su origen alemán, conoce al nuevo papa, se ha apresurado a afirmar que a Benedicto XVI “hay que darle una chance”; démosle una oportunidad; puede que, siendo conservador como cardenal, se vuelva progresista como Papa.
 
El discurso conservador vs. progresista es una trampa en la que no debemos entrar, que no lleva a ninguna parte porque se aparta del camino del Espíritu. Pretender interpretar la vida de la Iglesia encasillándola en los esquemas y lenguajes políticos al uso es errar en el intento. La conversión a la lectura creyente de la realidad exige otra metodología que pasa por la dinámica de la conversión personal, como condición evangélica del seguimiento de Jesucristo; nadie se libra de ella. Por eso, no entiendo a los hermanos en la fe que están constantemente tirando piedras sobre su comunidad; nunca les escucho una palabra de esperanza y aliento, siempre el látigo y el juicio. Creo que vale recordar aquí la invitación de Juan Pablo II: No tengáis miedo, sed generosos. Es el momento de una fe clara y adulta, cultivada con conocimiento y amor, dijo el todavía Cardenal Ratzinger, en la homilía de la misa que precedió al Cónclave.
 
El sucesor de Juan Pablo II en la cátedra de Pedro ha tomado el nombre de Benedicto XVI. Pensé inmediatamente en su antecesor, el Papa Benedicto XV, cuyo pontificado transcurrió de 1914 hasta 1922, los años de la I Guerra Mundial y siguientes. Entonces, fue declarado el “Papa de la Paz”; se negó a bendecir a los ejércitos porque la misión de la Iglesia a la que sirve es de paz, no de guerra; porque la paz en la que creía se construía sobre los valores del Evangelio y de la dignidad de la persona humana, que lleva en sí misma la marca de su Creador. Al pedir a los católicos de su tiempo que fundamentaran sobre estos valores la sociedad que deseaban construir, Benedicto XV indicaba el camino más seguro para erradicar la violencia, las desigualdades sociales y las injusticias; por esta vía darían paso a la “civilización del amor”.
 
Cuando terminó la I Guerra Mundial, el “Papa de la Paz” invocó los valores del amor fraterno y del perdón como bases de la convivencia. A los obispos y al clero les pidió que ayudaran a cerrar las heridas y los odios. Dijo que la paz no podía alcanzarse sobre la represión y el castigo de los vencidos, con hostilidades y rencores. Tomó iniciativas diplomáticas, porque la Iglesia podía aportar soluciones, obras y laicos al servicio de la transformación de las sociedades. Ante la ideología nacionalista, que consideraba que la única causa justa era la propia, Benedicto XV adoptó la postura de la imparcialidad ante los dos bandos contendientes, pero uniéndose a las víctimas. Puso la reconciliación en el centro de su Magisterio. Pidió a los periodistas y escritores un lenguaje limpio al servicio del entendimiento y la verdad. Apoyó la creación de una “sociedad, o mejor dicho, una familia de naciones” y un plan de desarme, creyendo en la posibilidad de encontrar instrumentos alternativos a la guerra, a través de la negociación, la diplomacia y los tratados internacionales. Y perdonó a quienes le habían censurado y criticado con dureza.
 
Pongamos que hablo de Benedicto XVI. Con todo el afecto de un hermano.

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