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Julia Escobar

La obra de un maestro

Hay algunos escritores a quienes se les podría aplicar perfectamente el calificativo de "monstruos de buenas esperanzas" con el que titulaba Nicholas Mosley una de sus novelas. Ese tipo de seres, realmente extraordinarios, tocan diferentes facetas y son buenos en todas ellas, sin desfallecer ni llegar nunca a su límite de incompetencia. Júzguese sobre la versatilidad del individuo en cuestión cuando se trata de un periodista y por añadidura de un periodista norteamericano.

Ringgold W. Lardner (1885-1933) –Ring Lardner– pertenece a esa estirpe de escritores (a la que también pertenecía Mark Twain y, posteriormente Truman Capote) que se nutren directamente de su experiencia personal y están más atentos a los demás que a ellos mismos, para regocijo de sus lectores. Tienen, además de un finísimo sentido del humor, un oído extraordinario y saben plasmar, con eficacia y maestría, todos los registros sociales, sin caer en la pantomima ni en el costumbrismo colorista.

Antes de que los críticos literarios se ocuparan de él, Lardner era inmensamente popular en toda América por sus crónicas deportivas en las que destacó, en particular, como comentarista de la liga de béisbol americana. En su momento cumbre llegó a publicar en 115 periódicos de todo el país, sin contar con su labor como cuentista. Hemingway lo admiró, a pesar de estar en sus antípodas; también Virginia Woolf, y Scott Fitzgerald, aunque estos con algo más de sentido. Supongo que todos ellos envidiaban el gran talento literario que traducen sus cuentos y su facilidad para edificar los ambientes y los caracteres utilizando esas técnicas conocidas como descripción psicológica y fluir de la conciencia con entera naturalidad y seguramente sin saberlo, simplemente dejando hablar a sus personajes y utilizando su perspicacia. Porque Lardner no es sólo un precursor, es un maestro.

Los cuentos de Lardner no pretenden ser originales, pero consiguen ser auténticos. No hay uno solo de los que están incluidos en este volumen que no sea sublime, ni una sola historia, aparentemente corriente, que no despierte en nosotros el sentimiento y la emoción de estar asistiendo directamente a la vida, y al testimonio de una época que se nos antoja, por la magia que consigue conferirle su autor, definitivamente irrepetible.


Ring Lardener,A algunos les gustan frías, traducción de Celia Filipetto, El Acantilado, Barcelona,2001, 252 paginas.

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