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Julia Escobar

Tournier, de par en par

Para empezar, hay que advertir al lector que Espejo de las ideas de Michel Tournier no es una novela, género al que este escritor francés debe su reconocimiento internacional (para refrescar la memoria mencionaré sus tres novelas más conocidas: Viernes o los limbos del Pacífico, Los meteoros y El rey de los alisos, publicadas todas ellas en Alfaguara), sino un ensayo.

Como ya ocurrió con El viento paráclito, aquel libro mixto de memorias y ensayo que publicó hace veinte años, este delicioso tratado de estética persigue el mismo objetivo, impecablemente logrado: explicar a Tournier, a través de Tournier, por el propio Tournier. Aunque no es su vida la que refleja este espejo, sino su obra, o mejor dicho, el sustrato filosófico de su obra.

Partiendo de la base de que el pensamiento funciona mediante un número limitado de conceptos (lo que se conoce por “categorías”) que poseen cada uno un “contrario”, Tournier consigue que las ideas se iluminen entre sí, al oponerse , y que reflejen, al modo de un espejo, sus profundas afinidades. Esta obsesión por la gemelidad, por las parejas, es una constante en toda su obra.

Tournier amplía la tabla de “categorías” (Aristóteles contó diez, Leibniz, seis, Kant, doce) a cien conceptos, cien “oposiciones” que son otras tantas asociaciones. Hay desde las más clásicas, como “El hombre y la mujer”, “La risa y el llanto”, “La salud y la enfermedad”, y algunas, mucho más sutiles, como “El sauce y el aliso”, “El animal y el vegetal”, “El placer y la alegría”.

Sus “oposiciones” no se enfrentan, sino que se complementan; lo que más parece interesarle a Tournier es su carga simbólica y emblemática, así como sus implicaciones estéticas. Por ejemplo, la luna nunca le parece más sugerente que cuando se la ve a pleno día, iluminada por el sol. El meollo de la cuestión no está tanto en lo que “lo otro” quita, como en lo que añade. Para ilustrarlo, Tournier cierra cada capítulo con una cita, extraída de una larga nómina de autores (incluidos en un índice al final del libro); una suerte de “moraleja” que le confiere al libro su carácter de cuento o de parábola, tan literario como era de esperar en este autor.


Michel Tournier, El espejo de las ideas, traducción de L. M. Todó. El Acantilado, Barcelona, 2000, 235 páginas.

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