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Julia Escobar

¡Viva la Nicolasa!

Crónica parlamentaria del Día de la Constitución. Congreso de los Diputados. Carrera de los Jerónimos s/n. Madrid.

Acabo de llegar del Congreso de los diputados, adonde he acudido por dos cosas. Primero, porque me enteré de que no daban copa y eso me pareció más que suficiente para demostrar que una no necesita que la alimenten, ni que tampoco la mueve, para honrar a la Constitución, otra cosa que el amor a la patria. La segunda, porque quería transmitir a la presidenta del Congreso y al presidente del Gobierno, si es que conseguía llegar hasta ellos, la singular propuesta del escritor sevillano Aquilino Duque de que se llame a esta Constitución “la Nicolasa”, como se llamó a la de Cadiz, “la Pepa”, con la fortuna que todos conocemos (no de la constitución sino del mote).

El razonamiento de Aquilino es perfecto: al pueblo se le llega por el sentimiento, por la familiaridad, y a esta Constitución, que ya tiene veinticuatro años, le faltaba un apelativo popular, cariñoso; por eso, del mismo modo que se llamó “la Pepa” a la de Cádiz porque fue promulgada en el día de San José, propone ahora este escritor que se llame a la actual “la Nicolasa” por ser San Nicolás de Bari el santo patrono de este día. Me pareció que introducir tal rasgo de ingenio en la pesada atmósfera del Congreso, ennegrecida por los vertidos del Prestige, era una nota de humor y una divertida ráfaga de aire fresco.

Aunque llegué exactamente a las doce, ya estaba la presidenta pronunciando su discurso en el que aludía a la fementida catástrofe lo que, aunque inevitable, contribuía a incrementar la idea, que con tanta saña persigue la oposición, de que el gobierno se estaba disculpando. Tras la breve alocución, los asistentes se dispersaron por los salones aledaños, y es cuando yo, sorteando cuerpos cuyos dueños me eran algunos totalmente desconocidos y otros menos (identifiqué a Cristina Alberdi, Margarita Mariscal de Gante, Enrique Múgica, Fernando Jaúregui, Rosa Conde, Isabel Tocino y pare usted de contar, amén de amigos como Germán Yanke que también habían ido ahí a trabajar) pude cumplir mi cometido de voluntaria mensajera de Aquilino Duque ante las más altas instancias del Estado, tal y como me había propuesto.

La señora Rudi estuvo encantadora; rió, y me pidió educadamente que le remitiera el emilio de Aquilino Duque para poderle dar personalmente las gracias por la sugerencia. Llegar hasta Aznar me resultó mucho más fácil de lo que yo esperaba, porque el grueso de los cortesanos y los aduladores oscilaban del lado de Zapatero, quien, mientras hablaba, accionaba los brazos con un entusiasmo similar al del sastrecillo valiente narrando sus proezas. El presidente acogió la peregrina propuesta con una carcajada, como es de suponer, pero se mostró escéptico sobre la fortuna de tal apelación, no como Luisa Fernanda Rudi que encontraba que era ya demasiado tarde para implantarla, sino porque cuando se hablara de “La Nicolasa”, muchos pensarían en el famoso restaurante. Mala cosa.

Aún remoloneé un poco para, como se dice en estos casos, tomar el pulso al auditorio y pude pescar alguna que otra frase inconexa, referidas en su mayor parte al vertido de marras y desde luego ninguna relacionada con la festividad propiamente dicha para la que, les confieso ahora que estoy terminando mi crónica, yo también encontré hace ya veinte años una denominación, tan religiosa o más si cabe, que la de Aquilino Duque: “Nuestra Señora de la Constitución”, por su proximidad con el día 8 de diciembre (la Inmaculada Concepción) y que me fue tajantemente censurada en el periódico satírico al que la había mandado (quizás alguien recuerdeEl Cocodrilo), por considerarla, supongo, muy irreverente, y no me hubiera atrevido nunca a recordar tan osada propuesta de no haberla visto en cierto modo corroborada el otro día en la radio por Ramón Pí quien, quizás amparándose en los mismos motivos que yo, la llamó Inmaculada Constitución y eso me consoló un poco.

Sin más, con la satisfacción del deber cumplido, y aprovechando que Aznar iba a dar una rueda de prensa a la que no me dejaron entrar por estar ahí como simple invitada y no tener acreditación, salí del noble recinto no sin consignar, para quienes interesan estas cosas, y seguir con el tono de frivolidad que impregna estas líneas, que todos íbamos en túnica de diario, es decir, los hombres con el inevitable terno negro o gris y las mujeres como nos da la gana.

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