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Julián Schvindlerman

Yihadismo en el Sinaí

El Gobierno de Israel lleva bastante tiempo alertando de lo que está ocurriendo en el Sinaí. Recién ahora, que tantos egipcios han sido asesinados en un solo atentado, El Cairo ha tomado nota.

El Gobierno de Israel lleva bastante tiempo alertando de lo que está ocurriendo en el Sinaí. Recién ahora, que tantos egipcios han sido asesinados en un solo atentado, El Cairo ha tomado nota.

Probablemente jamás haya oído hablar de Jamaat al Tauhid al Yihad Fi Filistin, o de Jaish al Islam, o de Jamaat Ansar al Sunna, o de Jund Ansar Alá, o de Masadah al Muyahedin Fi Filinstin, pero puede que de ahora en más deba empezar a prestarles atención. Son grupos yihadistas de la Franja de Gaza, más extremistas que Hamás (si cabe imaginar algo así), y aparentemente cada vez más asociados a los grupos foráneos que operan en el desierto del Sinaí junto a beduinos locales radicalizados.

Recientemente un comando yihadista atacó y dio a muerte a dieciséis policías de frontera egipcios, se apoderó de camionetas militares y penetró en Israel, donde el Ejército abatió a todos sus integrantes. Cabe resaltar tanto la temeridad de los atacantes como la cada vez más caótica situación que se vive en el Sinaí, donde en el último año y medio se han registrado múltiples ataques terroristas a puestos egipcios de control y fronterizos, así como a la Fuerza Multinacional de Observadores de las Naciones Unidas allí destacada.

El Gobierno de Israel lleva bastante tiempo alertando de lo que está ocurriendo en el Sinaí. Recién ahora, que tantos egipcios han sido asesinados en un solo atentado, El Cairo ha tomado nota. Para las agrupaciones yihadistas, el Sinaí tiene un gran valor, habida cuenta de su proximidad a Israel y las posibilidades que ofrece a la hora de sortear las acciones de represalia. Por el momento, el Ejército israelí, consciente de las repercusiones político-militares que se derivarían, ha evitado responder directamente en el desierto egipcio. La cuestión es especialmente sensible en estos momentos, con la Hermandad Musulmana –que cuestiona el acuerdo de paz con Israel– en el Gobierno cairota.

El atentado que nos ocupa supone un desafío –y un examen– para el nuevo Gobierno egipcio. Su primera reacción fue ambivalente. Mohamed Morsi se pronunció con dureza contra los terroristas, se desplazó al lugar de los hechos y prometió justicia. Pero al mismo tiempo permitió que su agrupación emitiera absurdas acusaciones contra Israel: así, en un comunicado publicado en su sitio oficial, la Hermandad Musulmana dijo que el ataque podría haber sido obra del Mosad. Sea como fuere, posteriormente Egipto cerró la frontera con Gaza y emprendió una operación antiterrorista que incluyó bombardeos sobre el Sinaí –algo que no sucedía desde la guerra contra Israel de 1973–.

Morsi deberá contener a las facciones paranoicas de su movimiento y centrarse en combatir al enemigo común, que está poniendo en jaque la seguridad nacional y la relación con Israel.

Los Estados Unidos, que socorren a Egipto con 1.300 millones de dólares anuales, observan los acontecimientos con preocupación. Y Al Qaeda, ducha en infiltrarse en zonas de caos, mira con expectación. Morsi y los generales egipcios deben estabilizar la situación. Y hacerlo rápidamente.

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