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Julio Cirino

Año nuevo... presidente nuevo

Los argentinos entramos casi a rastras en el 2002. Sentimientos encontrados de vergüenza, rabia, conmiseración y ridículo cruzan toda la geografía de un país que inaugura año y presidente. La Asamblea Legislativa dio ayer por 262 votos afirmativos, 21 negativos y 18 abstenciones, la presidencia al actual senador justicialista Eduardo Duhalde, con lo que la crisis institucional que comenzara a mediados de diciembre podría quedar, en principio, concluida hoy, al menos en lo formal.

Si bien lo logrado puede parecer más que modesto, no resultó nada fácil llegar a este resultado. En la cubierta del “Titanic” había demasiados comensales pugnando por los cubiertos de un banquete que jamás tendría lugar. Prevaleció, al menos por ahora, un sentimiento que se parece a la cordura; quedó atrás la semana del efímero “presidente navideño”, Adolfo Rodríguez Saa. También parece superada la noción de un presidente al timón por 60 días, idea que nació más de los cálculos personales que de lo que un país desquiciado demandaba a sus dirigentes.

Eduardo Duhalde llega al poder por un acuerdo que involucra, sobre todo, al propio partido Justicialista, donde hasta su más acérrimo enemigo —Carlos Menem— ordenó a sus fieles no obstaculizar la elección y, en definitiva, mantener la línea de apoyo al candidato del partido. La Unión Cívica Radical (UCR), golpeada duramente por sus luchas intestinas y la pobrísima gestión de Fernando de la Rúa fue de los primeros en plegarse; a ellos se sumarían el Frente para el Socialismo (FREPASO), los partidos provinciales y hasta los restos del partido Acción por la República (otrora fuerte bastión del ex-ministro Domingo Cavallo) todos ellos “unidos” en apoyo al candidato único.

Los duros enfrentamientos que tuvieron lugar durante la tarde del primero de enero entre los seguidores del Senador justicialista y militantes de las agrupaciones de izquierda dejan ver que la violencia está apenas contenida y puede reaparecer ante el más mínimo pretexto. Por otra parte, la prédica justicialista de Duhalde durante los últimos años y su discutida gestión como gobernador de la provincia de Buenos Aires no le convierten en el candidato predilecto de una vapuleada clase media que encontró en la “cacerola” un poderoso instrumento de expresión que ayer, si bien en forma esporádica, resonó durante el discurso del presidente electo frente a la Asamblea Legislativa.

La nueva administración va a ensayar un plan económico que se aparta tanto de las cuestionadas recetas del FMI como de la idea de un retorno a la economía dirigida y centralmente planificada que algunos preconizaban días atrás. En esta área, el nuevo gobierno podrá, con todo derecho, hablar de la “herencia recibida”. Sólo a modo de ejemplo, el Banco Central no contaría siquiera con 3.000 millones de dólares en reservas de libre disponibilidad; en un contexto donde la cifra más conservadora señala que hay al menos 45.000 millones de dólares en depósitos de diverso tipo retenidos en los bancos, con el consiguiente riesgo de estampida en el mismo momento en que se levanten las restricciones para su retiro.

Al mediodía de un caluroso miércoles, juró en la Casa Rosada Eduardo Duhalde como presidente argentino hasta el 10 de Diciembre de 2003. De los primeros pasos de su administración dependerá que la crónica de los próximos días muestre una luz tenue al final del túnel... o no.


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