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Julio Cirino

Castro, ¿un paradigma de qué?

Desde hace años, abril no es un buen mes para Fidel Castro. Abril no trae la primavera, sino el renovado dolor de cabeza de un nuevo voto condenatorio para la situación de los Derechos Humanos en la isla caribeña. No importa que la última resolución de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU produjera un documento que sólo recomienda la designación de dos “relatores” para que escudriñen el estado de las libertades en la isla y luego informen a la Asamblea; esto basta para que el viejo caudillo dé rienda suelta a su ira.

Sucede que son muchos años ya (desde 1959) durante los cuales Fidel Castro maneja la isla como un gobernante absoluto, que hace de su confrontación con los EE.UU. una bandera para justificar todos los males que su administración trajo sobre la población de su país. Durante más de 20 años la imagen de Fidel Castro y su revolución creció en el Hemisferio al amparo de un conjunto de factores. En primer término, el aura romántica que se atribuyeron, fruto de su participación en el final de la antipática dictadura de Fulgencio Batista, que además contó con el apoyo de los Estados Unidos.

Pero no se trata solo de romanticismo, Fidel –el de la corta memoria— fue, no una sino muchas veces, en peregrinación a Moscú, en procura del dinero y subsidios que el Kremlin podría –en aquellos años— aportarle, y utilizó los mismos no para que la isla se convirtiera en un faro para la libre discusión de ideas, o un centro para irradiar cultura, o un ágora para la creatividad de las mentes más agudas de la región. Más bien la convirtió en un campo de entrenamiento y un “shopping center” para armas y explosivos, que contribuyó substancialmente entre los años 60 y el final de los 80 a la violencia que se extendió por toda la región en consonancia con los dictados estratégicos que recibía de Moscú.

Con la ayuda de los partidos comunistas locales y con la abundancia de fondos y medios que Moscú distribuía; con el apoyo de una intelectualidad que predicaba la revolución, y la lucha armada, pero a prudente distancia de la escena de los hechos; se fue estableciendo un sentido de “inevitabilidad” del triunfo socialista en el Hemisferio. Pero Cuba no constituía un modelo atractivo para presentar como proyecto de vida (obsérvense los índices de inmigración desde Latinoamérica a la isla paraíso y compárense esos índices con los de emigración de los isleños). Así las cosas, resulta casi providencial la revolución sandinista en Nicaragua, cuyos hilos manejó Fidel Castro sin demasiado disimulo, para presentarla como un modelo alternativo posible. La resistencia a los Sandinistas, la debacle de su economía, la caída de la URSS y finalmente los resultados electorales se conjugaron para que el nuevo “paradigma socialista” se desvaneciera en el pasado.

La misma “idea” de progreso, desarrollo, crecimiento y bienestar están, y estuvieron, siempre ligadas a la noción de libertad. El cambio cada vez más acelerado en las sociedades viene reduciendo y acortando el papel del Estado y su relación con el individuo, particularmente en un marco donde la “sociedad civil” busca participar en forma activa, ejerciendo además una función de control visible sobre los atributos de sus gobernantes. Para poder adaptarse a estas condiciones, estados y gobiernos deben aceptar crecientes límites en su autoridad, aceptar pluralidad de ideas, e iniciativas; en definitiva todos los ingredientes de una sociedad libre, con todas sus imperfecciones.

Mantener viva la idea de un estado omnipresente y regulador, no sólo es un anacronismo, sino que requiere ingentes cantidades de dinero (para subvencionar el aparato burocrático) y fuertes cuotas de represión interna para callar las voces del disenso. Necesita además de un enemigo externo que actúe como catalizador, como elemento aglutinante; como permanente presencia amenazante.

Claro que esta actitud de inevitable confrontación armada oscila entre lo trágico y lo ridículo. Ridículo, porque si en algún momento de su historia EE.UU. concibiera un Día D en Cuba, no existiría poder en la tierra capaz de detenerle. Trágica, porque en aras de esta confrontación todas las energías potenciales del pueblo cubano, deben ser dirigidas a mantener viva la utopía de la resistencia y la confrontación.

Desvanecidos los proyectos de Moscú y Managua, es cada vez más difícil para Fidel encontrar un lugar para insertarse en el continente, temido por algunos, tolerado por otros, querido por ninguno, el proyecto de la Cuba marxista es pasado en el presente. Semanas atrás, la visita del Presidente de Rusia Vladimir Putin despertó algunas expectativas de una ayuda que no habría de materializarse y trajo el recordatorio de enormes sumas impagadas que Putin espera recolectar.

En un hemisferio que busca consolidar la democracia como sistema de vida, en un marco de pluralidad y disenso, cuál es el aporte que hacen las interminables horas de diatribas de Fidel contra medio planeta. El presidente de Venezuela, Hugo Chavez, admirador y potencial seguidor de Castro, proporcionó nuevo oxigeno a la economía de la isla al acordar la venta de petróleo por debajo del mercado, como una forma de solidaridad ideológica. Pero quedan pocas dudas de que un Fidel envejecido, hierático e inflexible a la necesidad de cambios, se convierte aceleradamente en el peor enemigo de si mismo, sostenido por la fuerza y una pequeña elite que depende de sus dádivas para mantener un nivel de vida con el que el pueblo cubano no puede siquiera soñar.

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