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Julio Cirino

NO SUBIR

A comienzos de la década pasada, una oleada de optimismo cubrió toda Hispanoamérica y Brasil. No sólo porque el fin de la guerra fría hizo suponer a muchos analistas que finalmente la “paz eterna” estaba a la vuelta de la esquina, sino porque una vez mas la humanidad creía haber descubierto la “panacea universal”; que esta vez se llamaba: Economía de Mercado.

En medio de la euforia no importó analizar ni los recursos de que cada país disponía, ni el estado de su economía, ni su infraestructura, ni su tejido social; todo se arreglaría y rápido si se recitaban las palabras mágicas.

Coincidentemente, una importante corriente de capital se dirigió a la región, en algunos casos se trataría de fondos que llegaban de la mano de las privatizaciones tan en boga, o de la desregulación de servicios, o simplemente del hecho que muchos “gurues” financieros cantaron a coro himnos al futuro sin nubes y al crecimiento constante de las economías.

Estos hechos corrieron parejos con un panorama político también triunfalista; el comunismo se desmoronaba, toda ibero América era democrática – al menos formalmente – y Cuba no tardaría en serlo.
Las desigualdades y tensiones sociales desaparecerían junto con el terrorismo y el narco; la corrupción sería controlada por la justicia y una eterna primavera nos cubriría de flores.

Pasaron ya 10 años y de la euforia inicial queda muy poco; tal vez tenga pues sentido hacer un balance de los temas que aún siguen siendo álgidos de cara al futuro. Ciertamente la economía de mercado probó ser un camino interesente para explorar, pero en sociedades tan disímiles como las nuestras, este camino debía ser recorrido con suma cautela, sin generalizaciones y mirando siempre como iba afectando al tejido social, particularmente a los mas desprotegidos. Cosa que por cierto no sucedió.

Las transformaciones y adelantos tecnológicos centrados en las nuevas fuentes de información, comunicaciones y comercio, nacidos de la cuna de la Internet, debían ser puestos al alcance de la mayoría para que sus efectos se expandieran, claro que esto hubiera implicado no solo un cambio de mentalidad en la dirigencia política, sino un cambio, aún mas profundo, en las prioridades que en los presupuestos nacionales se les da a los rubros salud y educación. Esto tampoco sucedió.

Las privatizaciones y desregulaciones fueron vistas por no pocas elites políticas como una excelente oportunidad; oportunidad para el enriquecimiento personal, lo que dio lugar, no solo a fortunas nacidas en horas, sino a “matrimonios” espurios entre elites políticas y empresas locales y foráneas que obtenían así, merced a la dádiva, el margo legal que les permitiría ingentes ganancias aún cuando el ciudadano fuera la víctima.

Así comenzarían los cimbronazos, Chiapas y el efecto Tequila; la crisis de Brasil que casi termina con su presidente; la aparición impensada de caudillos al viejo estilo – Chavez en Venezuela – con discursos sacados de los antiguos textos del nacionalismo xenófobo o presidentes democráticos entre comillas, como Fujimori en Perú, cuya supervivencia parece hoy muy endeble, a la luz de unas elecciones amañadas y de la salida a la luz de serios casos de corrupción y trafico de armas por citar un par de ejemplos.

Estos casos sumados a episodios de inestabilidad y sangre como las convulsiones de Paraguay y el asesinato – aún no resuelto – de su vice-presidente. O Colombia, envuelta en una lucha que muchos prefieren no calificar de guerra civil pero que cuesta ya miles de muertos, secuestrados, mas de un millón de personas desplazadas y nubes de cocaína volando por la región, sin que se vislumbre un atisbo de solución; porque el negocio de los narcóticos, no sólo permea Colombia, sino que se extiende, ante la indiferencia general, como una mancha de corrupción y violencia que cubre el hemisferio generando “poderes paralelos” cada vez mas difíciles de controlar.

A esto se suma la existencia silenciosa de regiones enteras donde los Estados ejercen poco o ningún control, a las que hemos dado en llamar “áreas sin ley” (como por ejemplo la frontera Colombiano-Panameña; la región fronteriza entre Venezuela y Colombia; la confluencia entre Perú, Colombia y Brasil, o la denominada “triple frontera” – Argentina, Paraguay y Brasil --) en ellas acaece toda actividad ilícita que el código penal pueda imaginar, sin que los estados nacionales parezcan estar en condiciones de hacer algo al respecto.

Hay otros casos, sin sangre, como lo es el de Argentina, donde las acusaciones de corrupción en el Senado, que aprobaría o rechazaría leyes a precio fijo, ponen en duda la eficacia de las democracias para auto-depurarse.

Que la euforia ha pasado, no quedan dudas, tampoco que las formulas mágicas no funcionan, queda a probar el arduo camino de la honesta reflexión respecto de cómo llevar adelante la transformación cultural que nuestros países necesitan y que no va a nacer de la boca del fusil sino del respeto por el ciudadano y de la búsqueda del bien común.

Es la única forma que el sueño no se transforme en pesadilla ...muy rápido.

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