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Julio Cirino

Sequía, oscuridad y pretorianos rebelados

En estos días las caras de sorpresa no son pocas. ¿Qué pasó? El Cono sur del hemisferio entró en una negra sombra de crisis que muchos habían calificado como impensable seis meses atrás.

La “sorpresa” se debe, en buena medida, al pernicioso hábito generado por algunos analistas de fondos de inversión, con lejanos conocimientos de la realidad, cuyo prisma se restringe siempre a la evaluación de “indicadores objetivos” de la evolución económica, mezclados con voluntarismo y autocomplacencia, desdeñando como irrelevantes metodologías de evaluación más complejas que consideran variables de difícil cuantificación pero que incorporan a la ecuación sofisticados elementos políticos o sociológicos que hacen a una percepción abarcativa de la realidad, cuestión indispensable a la hora de hablar de perspectivas futuras.

Brasil, la novena economía del mundo, la nación más grande del hemisferio con 170 millones de habitantes, proyectada por muchos como el líder de la región por el simple peso de su potencial económico, parecía hasta comienzos de este año, un tren imparable. Pero... había señales en el horizonte, y no eran pocas, el acelerado y “feliz” crecimiento se distribuía en forma caprichosa por la geografía del país y en forma aún mas arbitraria entre la geografía humana. 50 millones de brasileños quedaban bajo la línea de pobreza (siempre hubo pobres era la respuesta) y lo que es más grave, visto en perspectiva, los 50 millones eran tácitamente aceptados como parte del precio a pagar por la llegada a la “tierra prometida”. Claro que en el sueño del mercado no se tomó en consideración que, a todos los efectos prácticos estos “excluidos” quedaban fuera de la economía, no serían consumidores, carecen de agua corriente, cloacas, sanidad, escuelas etc y su capacidad de consumo, en el mejor de los casos, se limita al alimento.

La violencia venía creciendo, entre 1999 y 2000 el índice nacional de asesinatos trepaba un 10% y los robos con violencia lo hacían un escalofriante 66%, lo que es nada comparado con el aumento del 90% de la delincuencia juvenil, tan solo en la ciudad de Rio de Janeiro. Las señales estaban, era necesario verlas. La demanda nacional de energía eléctrica en la última década creció a un promedio del 4,4% anual, pero la capacidad de generación nunca aumentó mas de un 3,4% anual, mientras el gobierno federal se rehusaba tanto a privatizar la generación cuanto a invertir en el área.

Había señales. No era un secreto para nadie que más del 80% de la generación eléctrica de Brasil se logra por medio de la hidroelectricidad; tampoco era secreto que desde 1999 los niveles de lluvias estaban un 30% bajo el promedio en el sudeste y cerca de un 50% abajo en el nordeste del país. Claro que se podía optar por esperar que la sequía concluyera sin hacer nada y esto es lo que se hizo, nada, pero la sequía no terminó.

Para Junio era visible que más de 1200 municipios serían afectados brutalmente por el fenómeno en todo el nordeste (Bahia, Sergipe, Halagoas, Pernambuco, Paraiba, Rio Grande do Norte). En algunos de los municipios más golpeados las pérdidas en las cosechas llegaban al 98% y la mortandad animal aumenta rápido. Al menos en 600 municipalidades la palabra hambre no es un giro literario y la posibilidad de saqueos se siente como algo real.

En mayo pasado ya no resultó posible ocultar que el gobierno de Fernando H. Cardozo encaraba serias acusaciones de corrupción que salpican no sólo al Ejecutivo sino también al Parlamento, donde una “Comisión Parlamentaria de Investigación” se evitaba en el último momento por un extraño cambio de voto de 20 legisladores que casualmente coincidió con la salida de 25 millones de dólares de la Secretaría de Desarrollo Urbano que depende del Presidente.

A mediados de ese mes se hacía público que 850 policías en el estado de Tocantis habían entrado en huelga, atrincherándose en su cuartel con todo el armamento y sus familias; allí fueron rodeados por el ejército que acordonó el acantonamiento con alambre de púas y tanques livianos. Este dato dejaría al descubierto el enorme problema de seguridad interna que afecta a Brasil ya que en el marco de la creciente ola de delincuencia a la que aludíamos arriba y que se suma a la expansión del crimen organizado, en particular el vinculado con el tráfico de cocaína, las policías estaduales reclutan a su personal aprovechando los índices de desocupación elevados, pagan salarios promedio de 200 dólares al mes (aún cuando hay estados en los que no llega a los 150) y se niegan a invertir en entrenamiento, capacitación y equipos.

Para Junio, la crisis energética eclosionó y el Presidente Cardoso se vio forzado a anunciar cortes rotativos de energía afectando a todo el país, al menos seis horas al día; todo esto con la esperanza de evitar un colapso de la red eléctrica que se pronosticaba como inevitable para el año entrante. El inicio de los cortes de energía significó en primer término, reajustar hacia abajo las perspectivas de crecimiento del país, que se estimaban en un 4,5% llevándolas a un modesto 2,5% ( cifra que hoy, en vista de los últimos acontecimientos, hasta puede pecar de optimista). Quedó claro además que la producción industrial habría de bajar, con lo que también lo haría la recaudación impositiva; las presiones sobre la moneda (el real) aumentarían, al compás de una caída en las exportaciones, aumento de las importaciones, crecientes dificultades para el pago de los intereses de la deuda externa (unos 55.000 millones para el 2001) y una reducción visible del ritmo de la inversión externa.

Las crecientes convulsiones en Argentina, socio y vecino de Brasil, no hacen sino aumentar los temores de potenciales inversores, ya en franca estampida de la región, con lo que el Banco Central se vio forzado a volcarse al mercado para sostener el real, con la consiguiente baja en las reservas.

Mientras concluimos estas líneas, el estado de Bahía (entre los cinco más poblados de Brasil) se ve jaqueado por una huelga policial que afecta principal , pero no únicamente, la ciudad de Salvador –joya arquitectónica declarada patrimonio de la humanidad. Las fuerzas de policía (unos 33.000 hombres en el estado) se encontraban en huelga desde principios de mes, pero el pasado Jueves 12 fueron los efectivos de orden urbano (batallones de choque) los que también se retiraron de las calles, con lo que se desató un verdadero caos que en horas dejó al menos 12 cadáveres .

Los hoteles se vaciaron de turistas despavoridos, bancos y comercios saqueados mientras los particulares trancan puertas y ventanas, las clases se suspendieron y el gobernador decretó una mora en todos los pagos; el desabastecimiento se hace sentir mientras que el Presidente Cardoso envía lentamente 1.500 soldados para reemplazar los 14.000 efectivos que normalmente cubren la ciudad de Bahía.

Bandas de marginales montan operaciones de “arrastre” pasando como manga de langostas que se lleva todo por delante, acompañando con camiones lo que ya es saqueo organizado. Para las autoridades, lo inmediato es no sólo recuperar el control efectivo de las ciudades en problemas, sino también evitar el efecto cascada; en Sao Paulo, por ejemplo, la policía está haciendo llegar sus reclamos, mientras que en los estados de Alagoas y Pernambuco la amenaza de paro es inminente.

Tal vez sea la hora de pensar soluciones creativas...

Julio A. Cirino preside el Centro de Estudios Hemisféricos Alexis de Tocqueville (CEHAT), con sede en Buenos Aires.

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