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Karen Cancinos

No fui yo

No faltan los progres que desde sus columnas de prensa, micrófonos radiales, púlpitos o cátedras universitarias pontifican sandeces como "se está penalizando a los jóvenes, sólo por serlo".

Durante las últimas semanas, los diarios centroamericanos, principalmente de Guatemala, El Salvador, Honduras y Panamá, han consignado en sus primeras planas noticias referentes a las "maras". Así se designa por estos rumbos a las pandillas juveniles.
 
Ya es suficientemente malo para los ciudadanos del istmo vivir en zozobra, a merced de toda suerte de malvivientes —la falta de seguridad pública es el más serio problema social que encaramos—, como para que encima tengamos que soportar la andanada de monsergas de quienes se auto denominan "defensores de derechos humanos" o "luchadores sociales". El parlamento panameño, por ejemplo, acaba de vetar a instancias de "grupos de derechos humanos" una iniciativa de ley que proponía juzgar como mayores de edad a aquellos de 14 años o más que hubieran cometido delitos graves. En el resto de países centroamericanos, no faltan los progres que desde sus columnas de prensa, micrófonos radiales, púlpitos o cátedras universitarias pontifican sandeces como "se está penalizando a los jóvenes, sólo por serlo".
 
La anterior afirmación, tan carente de sustrato, no me sorprendería si proviniera de una adolescente de primer año de universidad, obnubilada por sus recién descubiertos furor justiciero, gusto por la trova cubana y enamoramiento de un candidato a "luchador social". Yo misma fui esa estudiante alguna vez. Pero tan poco serio párrafo salió de la pluma de una filósofa guatemalteca. Por eso me puso los ojos como platos, aunque en realidad fue solo el principio. A medida que leí su texto me encontré con frases hechas como "la pandilla es un refugio del joven actual ante la ausencia de espacios familiares... ...consecuencia de la concentración de la riqueza en manos de unos pocos... ...ausencia de un Estado que distribuya servicios sociales... ...respuesta de la juventud ante el abandono en que los hemos colocado". Cuando terminé de leer me sentí como Condorito, el protagonista de una famosa tira cómica mexicana —es un loro que siempre termina patas arriba de los sustos que se lleva—, y me vino a la mente una canción española muy cursi que estuvo de moda hará un par de décadas y que decía algo así como "soy rebelde porque el mundo me hizo así, porque nadie me ha tratado con amor..."
 
Pienso que es necesario refutar aseveraciones como las consignadas por una sencilla razón: ellas ilustran los rasgos de interacción que nos mantienen enquistados en el tercermundismo más penoso, alentándonos a refocilarnos en la autocompasión y atribuyendo nuestros males a causas siempre fuera de nosotros mismos. Veamos. ¿Las pandillas son refugios juveniles ante la ausencia de espacios familiares funcionales, opciones de recreación y oportunidades de trabajo? Discrepo de tales asertos, porque si bien la desintegración familiar, el caos urbano y las economías estancadas o en franco retroceso son realidades centroamericanas, no se puede soslayar el hecho de que éstas influyen pero no determinan. Y si no, ¿por qué los promotores de un movimiento juvenil guatemalteco denominado Revolución Ética han hecho de su vida una inspiración para los chicos de Mixco, un distrito hacinado y peligroso en la periferia de la capital, mientras la mayoría de sus vecinos son pandilleros o despojos humanos atontados por la droga?
 
Me niego a suscribir las afirmaciones de losprogres del istmo en el sentido de que las pandillas son consecuencia de la concentración de la riqueza y de la prestación deficiente de servicios estatales. Porque este fenómeno fue "importado" a nuestros países desde Estados Unidos, que tiene la clase media más numerosa del mundo, en relación con su población total, además de un voraz sistema de beneficencia pública. También rechazo sus sensiblerías al estilo de "las maras son la respuesta de la juventud ante el abandono en que los hemos colocado, bla, bla, bla". Los habrán abandonado ellos. Yo respondo por mí y puedo decir que nunca he evadido mis responsabilidades. Si no alimento ni educo niños es porque aún no los tengo, por elección propia. Así que me niego a que me endilguen cuotas de responsabilidad que no me corresponden, y menos si ésta se refiere a la conducta antisocial de individuos que, aunque se trate de eximirlos adscribiéndolos a la condición de animalitos que responden a determinismos, han tenido, en tanto seres humanos, la oportunidad de elegir. ¿Quién tiró sus vidas por el despeñadero? Ciertamente, no fui yo.

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