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Pablo Iglesias y el cuerno izquierdo de los caracoles

El Leucochloridium paradoxum es un curioso parásito. Durante su etapa larvaria, infecta a los caracoles; durante su etapa adulta, se desarrolla dentro de los pájaros. Y la manera que tiene de pasar de uno a otro huésped resulta de lo más sorprendente.

Cuando un caracol ingiere sus huevos, el parásito se introduce en su aparato digestivo y los huevos eclosionan. Después, la larva migra hasta un cuerno del caracol y allí se desarrolla, ocupando todo el cuerno, de arriba a abajo.

Y entonces el parásito utiliza un extraordinario truco para conseguir reproducirse: al recibir la luz del sol, el parásito exhibe una serie de bandas de color que se mueven arriba y abajo de forma repetitiva, lo que hace que el cuerno del caracol, muy inflamado, parezca un gusano moviéndose por una rama, o por el suelo.

Como consecuencia, algunos pájaros se comen ese cuerno del caracol, creyéndolo gusano, y el parásito pasa al interior del ave. Allí vivirá su etapa adulta y pondrá sus huevos, que serán expulsados con las heces del pájaro, para repetir el ciclo.

Pero lo más curioso de este parásito que infecta a los caracoles son sus preferencias. Porque el parásito tiende a infectar, siempre que puede, un cuerno determinado del caracol: el cuerno izquierdo. Los científicos no saben a qué se debe esa preferencia, pero el hecho es que el parásito solo ocupará el cuerno derecho en caso de que sea el único que queda libre.

La izquierda española también tiene su parásito: se llama sectarismo. Es verdad que el sectarismo no es patrimonio de nadie y que hay gente en todo el espectro ideológico que parece experta en ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio, pero en el caso de la izquierda el sectarismo es especialmente acusado. Y la capacidad de autocrítica parece ser inexistente.

Esta semana hemos tenido una buena prueba de ello. En Estados Unidos, el Comité de Inteligencia del Senado ha publicado un informe criticando las brutales torturas que la CIA habría infligido a algunos detenidos por supuesta colaboración con el terrorismo islamista.

Y Pablo Iglesias no ha perdido ocasión de denunciar en el Parlamento Europeo esas repugnantes torturas. Denuncia muy pertinente y necesaria, claro que sí, y que sería muy de alabar... si no fuera por un pequeño detalle: que Pablo Iglesias no solo no ha dicho nunca nada sobre las repugnantes torturas que en Venezuela se han estado infligiendo a los estudiantes opositores, sino que ha votado en el Parlamento Europeo en contra de exigir al gobierno venezolano que cese la represión de los opositores.

Porque si en los centros de interrogatorio de la CIA se han practicado torturas crueles, como violaciones anales de los detenidos, resulta que en Venezuela ha habido estudiantes que han sido violados analmente. Si en los centros de interrogatorio de la CIA se ha amenazado a los detenidos con matar o violar a sus madres o hermanas, resulta que en Venezuela se ha hecho lo mismo con estudiantes opositores.

Cuarenta y tres manifestantes opositores asesinados. Miles de detenidos. Ciento treinta y ocho casos de tortura documentados hasta la fecha por la asociación de defensa de los derechos humanos Foro Penal Venezolano.

Como, por ejemplo, el caso de Gloria Tobón, de 47 años, a la que aplicaron descargas eléctricas en las uñas de las manos, en los pies y en los senos y a cuya hija dieron una paliza en su presencia. ¿Nada tiene Pablo Iglesias que decirle a Gloria?

Las torturas en Venezuela le importan una higa al líder de Podemos. Porque son cometidas por ese régimen bolivariano a quien no quiere o no se atreve a condenar.

Decía que el virus del sectarismo afecta más a la izquierda que a la derecha, y es verdad: a nadie en la derecha se le ocurriría negarse a condenar algo tan execrable como las torturas de la CIA. Y si alguien se negara a hacerlo, alguno de sus compañeros de ideas o de partido saldría a afeárselo y a mostrar su repulsa. Sin embargo, no solo Pablo Iglesias es capaz de no condenar las execrables torturas del régimen bolivariano de Venezuela, sino que nadie en su partido, nadie entre esos más de doscientos mil inscritos en Podemos, parece capaz de decirle a Pablo Iglesias lo inhumano que resulta su silencio ante la repugnante barbarie del régimen criminal bolivariano.

Ese es el efecto del sectarismo, ese parásito infeccioso que anida en los corazones y los ennegrece.

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