Menú

Vino nuevo en odres viejos

La de "vino nuevo en odres viejos" es una imagen que utiliza Arnold. J. Toynbee en su libro Estudio de la Historia, para explicar lo que sucede cuando una serie de instituciones y estructuras de poder tradicionales tratan de acomodar nuevas fuerzas y formas sociales: que las viejas estructuras acaban estallando.

La imagen la tomó Toynbee del Evangelio según San Marcos: "Nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque el vino haría reventar los odres y se echarían a perder los odres y el vino".

Cuando en una sociedad emergen, dice Toynbee, nuevas aptitudes, emociones o ideas que el conjunto de instituciones no estaba destinado a contener, las viejas instituciones terminan colapsando.

Si nos fijamos, eso es exactamente lo que está sucediendo en las estructuras políticas occidentales y no occidentales gracias a la aparición de Internet y la World Wide Web, de la telefonía móvil y de esa conjunción de ambas tecnologías que se llama "redes sociales".

Hemos visto el poder de las redes sociales para romper los bloqueos informativos de las dictaduras, desde la China a la venezolana, llevando al mundo la voz de los disidentes o informando en tiempo real de las protestas en la calle.

Hemos visto cómo las redes se han convertido ya en el sustituto de los medios de comunicación escritos (rompiendo así los intentos del poder por controlar los medios) y amenazan con sustituir también, a plazo no muy largo, a los televisivos.

Hemos visto cómo las redes se convierten, en todo el mundo occidental, en una "voz de la calle" que impulsa la articulación social y la democracia directa.

Lo que está sucediendo es que las redes han eliminado la distancia entre gobernantes y gobernados, y entre unos gobernados y otros. Y eso está haciendo saltar por los aires los modos y las instituciones tradicionales de gobierno.

Si nos fijamos en lo que sucede en España, las cosas han cambiado de manera drástica, pero buena parte de nuestros políticos no son aún conscientes de ello. Hasta ahora, la política en España se desarrollaba de forma mayoritariamente opaca. Las decisiones se tomaban por parte de una serie de personas influyentes (del mundo político, del financiero, de los medios de comunicación) en reuniones privadas. Después, esas decisiones se escenificaban en el Parlamento, se sometían a la convalidación (en su caso) por parte de supuestos agentes sociales y se comunicaban convenientemente a la opinión pública a través de medios de comunicación tradicionales, sometidos al adecuado control. En muchas ocasiones, ese control de los medios se plasma en un sistema de autocensura como el que Noam Chosmky describe en su libro "La fabricación del acuerdo". En esas condiciones, el sistema era relativamente estable, y las elecciones no deparaban excesivas sorpresas.

Pero ahora todo es distinto. Las redes sociales no solo someten la acción política a un escrutinio perpetuo, forzando a los partidos y los líderes a explicar sus posicionamientos, sino que constituyen una hemeroteca permanente en la que las contradicciones de los políticos afloran de manera inmediata: cuando un político dice hoy lo contrario de lo que dijo ayer, se convierte de inmediato en objeto de burla, porque siempre habrá una, diez o mil personas que tarden menos de un minuto en rescatar sus palabras anteriores.

No solo eso: las redes se han convertido en el medio de comunicación por excelencia de la opinión escrita. No se limitan las redes a reflejar las opiniones que se vierten en los periódicos, sino que cada vez más son los periódicos, tanto impresos como on-line, los que se ven forzados a reflejar la opinión de las redes. Y eso tiene dos efectos: democratiza el acceso a la información (con lo que el poder no puede ya presentar cada tema a su antojo) y hace que el interés informativo de los temas lo fije la propia gente (es decir, hace que al poder ya no le sea posible marcar el calendario informativo).

Gracias a las redes, España se está convirtiendo por fin en un verdadero régimen de opinión pública.

Y sin embargo, la mayoría de nuestros políticos, incluidos los de las fuerzas emergentes, no han terminado de asimilar esta revolución, y siguen anclados en los usos propios de 1980. No son conscientes de que los pactos inconfesables en despachos cerrados con gente de postín resultan ya imposibles de ocultar y de defender. No son conscientes de que los cambios de postura se pagan, a un coste en número de votos cada vez mayor. No son conscientes de que las promesas hay que mantenerlas, si uno no quiere ser el hazmerreír o cosechar el desprecio de los votantes. No son conscientes de que las formas estalinistas son sometidas a escarnio, de que las frases grandilocuentes y vacías de contenido son ridiculizadas de inmediato, no son conscientes de que la gente tiene ya la capacidad de preguntar en directo a los líderes políticos los porqués y los cómos.

Resumiendo: nuestra clase política no es aún suficientemente consciente de que con los medios tradicionales cada persona era individualmente manipulable, mientras que las redes han alumbrado una nueva inteligencia colectiva a la que resulta mucho más difícil manipular. Una inteligencia colectiva que, además, es consciente de que el poder lo tiene ella en sus manos.

Y como nuestra clase política se sigue aferrando a los usos e instituciones tradicionales, el vino nuevo de la nueva opinión pública va a terminar haciendo estallar los odres de la vieja política. Ya los está haciendo estallar: de ahí los vaivenes en las encuestas, de ahí que los resultados electorales se alejen cada vez más de lo que nuestra clase política quería y preveía, de ahí que la reputación de los líderes políticos suba y baje con inusitada rapidez.

Con las redes, la opinión pública escapa cada vez más a todo intento de control. Y quien no aprenda a respetar a los electores (manteniendo la coherencia, ajustándose a los usos democráticos, explicando sus decisiones, asumiendo sus responsabilidades) está condenado a la extinción.

Las redes han transformado la política en un ágora. Y el político que no lo entienda no tiene futuro.

Y el sistema, los usos políticos y las propias instituciones tendrán que adaptarse. O colapsar.

Herramientas

0
comentarios