Cuando en el anterior artículo titulaba que el Dakar es caprichoso, ahora podemos decir sin paliativos: ¡vaya si lo es! Es caprichoso y despierta los instintos más profundos y animales de los competidores. El hambre de ganar, la sed de victoria decide a veces carreras como este Dakar 2011.
Parecía que Carlos Sainz, nuestro mejor piloto de rallyes de todos los tiempos, había cogido la medida y el ritmo a las duras pistas de piedra y a las sinuosas dunas del desierto. Pero quizás una confianza excesiva o los nervios por un compañero, Nasser Al-Attiyah, que se ha comportado con la fiereza de quien prácticamente se ha criado en el desierto, han puesto contra la cuerdas al vigente campeón. Tanto que le vimos particularmente alterado el día en que perdió el liderato en detrimento del qatarí, el pasado lunes.
Nerviosismo denotaban los gestos de Sainz cuando le recriminaba a Al-Attiyah sus adelantamientos en pleno desierto de Atacama. Justo la misma historia que los dos pilotos de Wolkswagen escribieron el pasado año, pero en aquella ocasión el madrileño se llevó el combate. Admiro a un piloto como Sainz, pero es justo admitir que nada se le puede recriminar a su compañero de equipo por querer ganar. Un piloto no piensa, o no debería pensar, en otra cosa que no sea llegar el primero.
Aquella etapa, la octava, fue clave. La tensión pudo con Carlos que, aunque consiguió remontar unos minutos en la etapa siguiente, cometió un error de navegación en la jornada posterior que dibujó el destino del español. Pero la estocada que mató al toro fue la rotura, a dos etapas del final, de la suspensión delantera del coche de Sainz, que estuvo durante más de una hora sufriendo la desesperación de perder, minuto a minuto, las pocas opciones que aún le quedaban.
Tras todo lo dicho, me niego a echar mano de lo que se ha convertido ya en lugar común; es decir, la recurrente argumentación de que las derrotas de Carlos Sainz se deben a su mala suerte. En este caso creo que el madrileño no ha perdido el Dakar por su falta de suerte, sino porque otro ha sido mejor, porque encontró la ruta directa a la meta y ha sabido conservar mejor la mecánica de su coche. Sin órdenes de equipo todos pisan el acelerador con las mismas aspiraciones y Al-Attiyah las tenía todas. Sólo un milagro podría quitarle al qatarí su primera corona del Dakar, pero si alguna competición permite estos quiebros en el camino es, sin duda, ésta.
Ahora todas las esperanzas españolas están puestas en Marc Coma. El catalán está haciendo una carrera de campeón, concentrado en cada curva y mimetizado, él y su KTM, con cada grano del desierto que sortea a lomos de las dos ruedas. Ahora sólo tiene que gestionar el golpe de autoridad que dio el pasado miércoles, en la décima etapa, al endosarle al defensor del título Cyril Despres casi diez minutos, ampliando su ventaja en la general hasta los dieciocho.
No hay que olvidar, aunque queden ya pocas horas para que la fiesta termine, que el francés no puede tener ni un solo problema con su actual motor, ya que ya ha usado los tres que permite la dirección de carrera antes de que el piloto reciba la sanción correspondiente. Al igual que con Sainz, y con más razones en este caso por la escasa ventaja entre los dos pilotos de la marca austriaca, todo es susceptible de cambiar. Esperemos que Coma pueda conseguir lo que el año pasado se le negó.
Por delante, dos etapas que devolverán la carrera a tierras argentinas. La del viernes, una carrera larguísima que invita a la prudencia, mientras que la última cronometrada que terminará en la querida Buenos Aires, deberá ser un paseo para los líderes. Pero, ¡ojo! El ritmo y la rapidez serán, de nuevo y por última vez, claves para no perder todo lo hecho hasta ese momento. El final de la aventura se acerca.