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Luis Hernández Arroyo

Amenazas visibles

Creo que este entusiasmo por sacar al peor Keynes del baúl de los recuerdos será recordado como una de las peores decisiones de la historia. Una decisión que va a desviar recursos de donde más se necesitan y va a cortocircuitar la inversión privada.

Ahora mismo se está debatiendo sobre si las señales de fin de la crisis y la probable recuperación son firmes o no. Concretamente, la subida de todos los activos –bolsas, materias primas, inmuebles– y de los rendimientos de la deuda pública parecen indicar un mayor apetito por el riesgo del inversor, que abandona posiciones seguras para apostar por la cercana recuperación. Pero, según los pesimistas, es simplemente el aumento de las previsiones inflacionistas, combinado con el creciente riesgo de la deuda soberana lo que está impulsando al alza en el rendimiento de la deuda pública.

No hay duda de que hay indicadores reales que avalan que lo peor ha pasado, al menos globalmente. El primer trimestre, tan negativo por doquier, puede considerarse amortizado para países como Estados Unidos, China, Japón y otros asiáticos, en el sentido de que desde ahora las cosas van a ir mejor.

El origen de esos famosos brotes verdes, todavía muy precarios, es la demanda interna de China, que ha reavivado el comercio mundial después del fuerte colapso del primer trimestre. Esto se ha reflejado en los indicadores más relacionados con la exportación de los demás países, como los la producción de manufacturas, recuperada con inesperada rapidez. Hay que decir que si hubo amago de algo de coordinación en el famoso G-20 de Washington y que era el camino más rápido y menos costoso para incentivar la economía mundial: que el país más grande, con mayor tasa de ahorro y con mayor acumulación de reservas, fuera el que diera el impulso fiscal decisivo, mientras los otros se dedicaban a poner en pie su sistema financiero...

Pero la verdad es que el impulso fiscal ha sido indiscriminado y generalizado, sin atisbos de coordinación, con lo que los pesimistas tienen sus razones para no mostrar entusiasmo alguno por la subida de los rendimientos de la deuda. Las voces críticas sobre las políticas fiscales expansivas, de corte totalmente keynesiano –el keynesianismo más fiscalista, cuando parecía enterrado–, nos recuerdan que éstas necesariamente se volverán en contra de una recuperación sana, pues hay muchas dudas de si ese gigantesco aumento de deuda mundial va a ser absorbible sin a) financiación inflacionaria, b) un desvío de recursos ingente del sector productivo al improductivo vía aumento de los tipos de interés reales.  

De momento el riesgo inflacionario no parece inminente dadas las bajas expectativas que reflejan los mercados y la brutal caída de la utilización de capacidad productiva junto a unos mercados laborales muy débiles. Tendría que remontarse el PIB a zonas cercanas al pleno empleo para pensar en la inflación. Lo más probable es que la recuperación –en eso están de acuerdo casi todos– será lenta y quebradiza, y que el aumento de las deudas fiscales desde luego va a producir un caso de crowding out del sector privado, que se va a encontrar con dificultades –altos tipos de interés– cuando todavía no ha reestructurado su balance. Y este ajuste financiero debería ser lo primero que estimular, pues hemos sufrido una crisis de corrección de excesos financieros en todos los sectores.

Pero hay, además, otros puntos preocupantes en el horizonte. Uno de ellos es el escaso margen de aumento de la capacidad productiva del petróleo, que no es exagerado describir como amenazante, pues cualquier aumento constante de la demanda a partir de hoy se traduciría en un aumento constante del precio, a poco que los stocks almacenados sean normales.  

Esta hipotética escalada de precios sería, probablemente, demoledora para la recuperación, como lo fue en la fase más confusa de la crisis, en la que tuvo un efecto contractivo añadido evidente.

En suma, altos tipos de interés, precios básicos al alza, capacidad productiva muy baja, tasa de paro alta, caída de la renta... podría muy bien ser un escenario de cortocircuito de la recuperación, al que se enfrentarían unos gobiernos no sólo sin munición, sino todavía debiendo la totalidad de la que se ha gastado ya, y sin resolver los problemas a largo plazo, que ya no son de tan largo plazo: los pasivos de las pensiones. Naturalmente, la tentación y las presiones para monetizar serán irresistibles, según el país y la honestidad del gobierno de turno.

En fin, creo que este entusiasmo por sacar al peor Keynes del baúl de los recuerdos será recordado como una de las peores decisiones de la historia. Una decisión que va a desviar recursos de donde más se necesitan y va a cortocircuitar la inversión privada cuando estuviera madura para una recuperación sostenible. No tengo otro deseo que equivocarme.

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