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Luis Hernández Arroyo

Carta abierta a los liberales de un liberal

¡Ah, el mito del automatismo! ¡Ah, la leyenda del patrón-oro!... No se han enterado, como de tantas cosas, de que fue una de las piezas que provocó la crisis del 29

Tras la subida en un cuarto de punto del tipo oficial del BCE, he sentido la curiosidad de ver las reacciones de los economistas de las distintas escuderías; de nuevo se comprueba el dicho: si hay 4 economistas opinando sobre algo, saldrán al menos 5 recomendaciones (con suerte). He leído las opiniones de: un liberal, otro liberal, un “non classified” y un socialista. Confesaré de salida que la opinión que más me gusta es la de éste. ¿Porque está de acuerdo con la mía, que expresé hace poco en LD? Pues sí, por eso; además, porque está muy bien razonada y contrastada. Se la recomiendo a los lectores: (Antoni Espasa, “Inflación en la eurozona y política monetaria”. Expansión, 2 de diciembre).

Ya dije que no había argumentos de peso para subir tipos, y que lo más probable es que dentro de unos meses monsieur Trichet se iba a quedar colgado de la brocha y tendría que rectificar. Reconozcan que es una predicción arriesgada: tanto si acierto como si me equivoco, es fácil de comprobar. Si el tipo no sube más del 2,25% y luego baja, he acertado; si pasa del 2,25% al 2,50%, me he equivocado. (Pero, como decía Hazlitt, en Economía en una lección, “para decir, por una parte puede pasar esto, pero por la otra, aquello... no vale la pena coger la pluma”).

Mis razones para hacer esta critica eran (y son): que el BCE lleva, desde su nacimiento, amenazando con riesgos inflacionistas que luego no se han presentado; que oficialmente basa sus decisiones en unas variables –la cantidad de dinero– trasnochadas que servirían, quizás, hace 30 años, antes de la liberalización que se ha producido en el mundo, cuando apenas había mercados mundiales. Ahora, todo o casi todo producto, y cada vez más, está globalizado. Mantener unos márgenes más allá de lo competitivo te expulsa del mercado, a menos que tengas una innovación por la que la gente se mata. Europa, es cierto, no ha hecho las reformas estructurales (ni las hará: soy escéptico sobre la insuficiente base cultural), pero eso no la libera de la competencia mundial. La líneas de producción europeas están sometidas a la feroz competencia mundial, y ya no tienen el poder de mercado de hace 20 ó 30 años, cuando Alemania y Francia eran monopolistas oferentes de ciertos bienes y servicios muy apreciados... Cierto, todavía hay reductos protegidos por caer, pero incluso estos sufren, indirectamente, la competencia de las que son (o eran) sus clientes... No hay salvación, salvo adaptarse, como está haciendo EEUU, o RU. De modo que la mayoría de empresas europeas compiten por los mercados mundiales directamente, o indirectamente por la vía de las empresas a las que proveen, y no es fácil que, como hace 30 años, una subida de los costes (laborales o no) se repercuta hacia arriba. Luego las consideraciones teóricas de riesgos inflacionistas por subida de costes son trasnochadas.

Pero eso no es lo peor: en realidad –y parece que no ha calado entre los economistas europeos– el BCE no es el banco emisor en una zona monetaria óptima. La prueba es que Alemania está estancada desde hace años, mientras que España crece por encima de su potencial. Si bien se piensa, esto implica, a poco que los ciclos nacionales diverjan aún más, la ausencia de un criterio único para implementar la política monetaria. En efecto, dicho llanamente: ¿cómo es posible decidir con algo de certeza una medida que sabes va a sentar bien a un país y mal a otro? Menudo dilema. Pues bien, sospecho, además, que este dilema se acentúa con el tiempo: pues si la decisión de subir tipos arrastra Alemania a la “depresión” (uno de los economistas liberales visitados, que apoyaba la subida, venía a decir que “el BCE debe seguir su criterio, y si Alemania cae en depresión, no es la culpa del éste”) y modera los excesos de España, cabe esperar que las divergencias entre los países más importantes se acentúen y que nunca lleguemos a salir del dilema.

Todo esto es, quizás, estéril, pues el euro es, lamentablemente, irreversible. Es irreversible porque lo han hecho así, quemando las naves. Y muchos de los economistas liberales, insensatamente, estaban de acuerdo con tirar las llaves del invento al mar. ¿Por qué? Quizás, me digo a mí mismo, porque están tan, tan, tan ensimismados con el patrón-oro, que creían que el euro y el BCE era una aproximación a él. ¡Ah, el mito del automatismo! ¡Ah, la leyenda del patrón-oro!... No se han enterado, como de tantas cosas, que fue una de las piezas que provocó la crisis del 29. El empeño de la Reserva Federal de entonces por subir los tipos de interés para, entre otras cosas, defender la paridad dólar-oro provocó la gran deflación, que duró hasta que la FED, ya muy avanzada la década (hacia 1937), abandonó el patrón-oro, cambió de política e inyectó la suficiente liquidez como para que el público dejara de atesorar en sus colchones los escasos dólares que poseían (no fue el esfuerzo de guerra, como creen los no menos incautos keynesianos). Cosas del mercado monetario, tan ignoto para los liberales...

¡Ojalá se equivoquen, y el euro no tenga las consecuencias del patrón-oro! Pero los reflejos represivos existen, y están muy extendidos: a este lado del océano llaman a Greenspan mediocre y otras lindezas, cuando le debemos, al menos, que en el 2000-03 no se repitiera otra crisis, pero mucho más extensa, como la de 1929. Recomiendo la lectura, minuciosa, de su ponencia “Risk and Uncertainty in Monetary Policy”, de enero de 2004, para vislumbrar lo complejo que es el mundo. Especialmente, a los que de verdad se sienten liberales, pues, aunque aquí no se sepa, pero no es secreto, Greenspan es un conspicuo liberal...

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