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Luis Hernández Arroyo

El BCE y la “zona” euro

lo más probable es que, tras la primera subida, en diciembre, ya cantada y descontada, el BCE y su flamante presidente tengan que desistir de nuevas subidas, dado el efecto congelación que van a provocar en los depauperados inversores europeos

Que la zona euro no es un área monetaria óptima, lo empiezan a saber hasta los economistas españoles. Que el presidente del BCE tenga que simular que no lo sabe, puede entenderse. Pero, que su principal argumento para comprometerse firmemente en subirlos ahora sea que llevan más de dos años sin moverse, es una tomadura de pelo. ¿Qué prurito nervioso le impulsa a poner su dedo en el gatillo? No será por la boyante situación económica de la “zona”; la zona tiene signos de despertar de un largo letargo, pero muy endebles y como acompañados de unas tremendas ganas de recostarse y dejarlo, de nuevo, para mejor ocasión. Un tímido crecimiento en el tercer trimestre no debe ocultar que, según los últimos indicadores, el consumo privado en los países importantes (Alemania y Francia a la cabeza) languidece y en diciembre será menor, en un 3%, que las navidades pasadas.
 
¿Hay, acaso, amenazas inflacionistas? La tasa subyacente de inflación de precios de consumo es del 1,5% interanual. El Financial Times dice que las presiones inflacionistas están “firmemente bajo control”. Esto es casi evidente si se mira al exceso que crece la oferta sobre la demanda interna, lo cual da un margen considerable de tiempo antes de que precios y salarios pudieran generar una espiral al alza. Pero eso no son argumentos de peso para monsieur Trichet, y su antecesor en el cargo. Desde que se fundó, los funcionarios del BCE no han hecho más que, obsesivamente, advertir de los eminentes riesgos inflacionistas que luego no se han producido nunca. No han debido de leer, o lo han olvidado, el cuento de “que viene el lobo” y sus consecuencias. Están enmarañados en unos objetivos monetarios –la M2– que nadie se cree y que debe ser el único banco central del mundo occidental que se toma en serio o lo aparenta.
 
Las consecuencias de esta falta de rigor no van a ser livianas. De nuevo, el crecimiento en la zona languidecerá, y volverá a tasas inferiores al de por sí magro crecimiento potencial de la UE (cifrado en un 2%). Países que, como España, crecen más del potencial, pueden recibir esta subida como adecuada, pero no ha de descartarse que, si se pasan de frenada, aquí se vean caídas de precios de activos para nada deseables. Nunca se sabe de antemano. En el Reino Unido se ha conseguido desactivar la burbuja inmobiliaria suavemente con la subida gradual de los tipos del banco de Inglaterra, pero ni el BCE es dicho banco, ni España es un mercado como el de Reino Unido. A decir verdad, lo más probable es que, tras la primera subida, en diciembre, ya cantada y descontada, el BCE y su flamante presidente tengan que desistir de nuevas subidas, dado el efecto congelación que van a provocar en los depauperados inversores europeos. En todo caso, lo que de ningún modo le conviene a España es un nuevo estancamiento de la UE, que aumentaría su saldo comercial deficitario.
 
Pero, ¡qué le vamos a hacer!, las cosas no están yendo como se pensaba cuando se fundó esta historia monetaria, que se suponía iba a ser la primera piedra de un superestado –orecojoestado–, que ha encallado en cuanto se han celebrado un par de referendos.

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