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Luis Hernández Arroyo

El euro, en entredicho

es fácil ver que si se hubieran mantenido las monedas nacionales, los mercados hace tiempo ya que hubieran penalizado a los países menos serios, con lo que, además, el problema se hubiera aislado en ellos

¿Ha fracasado el euro? Se pregunta Alberto Recarte en un artículo redondo. Yo creo que el euro está empezando a crujir; imperceptiblemente, pues casi nadie quiere reconocer que fue un inmenso error; pero ya hay voces, como la de Martin Wolf (Financial Times, 25 de mayo), que empiezan a reconocer signos inquietantes. Esos signos son varios: primero, la extraña coincidencia de los rendimientos de la deuda de los países, lo que quiere decir que a los inversores, aparentemente, les da igual comprar bonos de un país como Irlanda, con una deuda del 29% de PIB, o Italia, con un 105%. Esto es manifiestamente falso, y es consecuencia de que el BCE ha dejado creer a los mercados de que jamás dejará que un estado se declare insolvente. Grave concesión (por muy tácita que sea), pues implica que si no se reconducen los desequilibrios fiscales habrá monetización de la deuda e hiperinflación. Esto conculca uno de los argumentos que nos vendieron con el euro: que los países serían más rigurosos pues no podrían contar con el ajuste cambiario ni con la monetización. Por el contrario, yo creo que es fácil ver que si se hubieran mantenido las monedas nacionales, los mercados hace tiempo ya que hubieran penalizado a los países menos serios, con lo que, además, el problema se hubiera aislado en ellos. Ahora, corremos el riesgo de que todos, vía impositiva o vía inflación, paguemos los desmanes de otros. Por lo tanto, ese argumento especioso a favor del euro queda rotundamente refutado, si es que los hechos se toman como son, y no como se quiere que sean.
 
Pero hay más. El euro se diseño sobre una falsedad manifiesta: que la zona euro era una zona homogénea (un área monetaria óptima, en la jerga académica), y que su implantación sería beneficiosa pues nos ahorraría los costes de todo tipo implícitos en las transacciones cambiarias, a cambio de casi nada, pues la idoneidad de la zona hacía los posibles costes desdeñables. Además, eso costes, si los hubiere, serían un acicate para que los países emprendieran las reformas estructurales, se decía. Bueno, aparte de que aquí hay un argumento de doble sentido (es válido A, pero si no sale A, es válido NO-A), lo que los hechos demuestran es que es rotundamente falso: ni se han homogeneizado los países, ni los ciclos se han acompasado, y no ha aumentado ni un ápice la movilidad de mano de obra (condición sine qua non de idoneidad). La prueba irrefutable es que un solo tipo de interés monetario tiene a unos países en estancamiento y a otros creciendo por encima de su potencial; lo cual invalida que el euro sea una zona monetaria óptima, y refuta contundentemente que con el euro se suavizarían las diferencias.
 
Si el euro fracasa es, porque, como la Unión Monetaria Latina de 1870, se hizo en falso, en el aire, sin tener en cuenta los hechos. Pero, a diferencia del euro, la Unión Latina tenía una vía de escape: era un acuerdo de emisión coordinada de monedas nacionales, y cuando Italia (sí, Italia) intentó monetizar su deuda, y empezaron a afluir liras a los demás países miembros de la Unión; el Tesoro francés simplemente negó el derecho de sus ciudadanos a saldar sus deudas con el Tesoro en liras, y el banco de Francia se negó a vender francos por liras. En otras palabras, se permitió que la lira se devaluara, con lo que el problema quedó circunscrito a Italia. El euro es, porque se quiso así, irreversible (lo cual me parece de una arrogancia inaudita, arrogancia que habla elocuentemente de la pasividad y estulticia de la opinión pública europea). Ningún país tiene el derecho a salirse; y aunque en caso de crisis pensáramos en un acuerdo unánime para abandonarlo, imaginar el problema de recrear de nuevo las monedas nacionales da escalofríos.
 
Veremos que reacciones hay el lunes en los mercados, tras el refrendo francés a la Constitución. El SME se fue a la alcantarilla por un refrendo en el que ganó el sí (a Maastricht), pero por tan escaso margen, según los mercados financieros...

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