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Luis Hernández Arroyo

El liberalismo, garantía de éxito

La Escuela de Chicago, y su líder Friedman, denostado durante tantos años, habían ganado la batalla ideológica... y comercial. Pero conste que lo esencial era el renacer del liberalismo.

A mi entender, no se reflexiona bastante sobre las enormes diferencias entre el choque del petróleo que sufrimos en los setenta y el actual. Sobre todo, no se destaca lo suficiente que dicha comparación supone una contundente prueba del éxito de la libertad en economía. Las diferencias son elocuentes: mientras que en el primer choque se acuñó el término stanflation como sinónimo de economías postradas por el aumento de la inflación, el estancamiento y el creciente paro; en el choque petrolífero actual, por el contrario, las economías han seguido creciendo y, en general, han mostrado un notable grado de flexibilidad. Esto es especialmente así en los países que dieron un giro radical a sus instituciones, orientándolas, sin rubor ni complejos, hacia la liberalización. Casualmente, los países entonces regidos por Reagan y Thatcher son los que ahora muestran mejores registros económicos, más estabilidad y más suaves fluctuaciones. Todo un éxito, tan rotundo como escasamente reconocido, de la libertad a secas, palabra que en estos tiempos suena tan "fuerte" que suele tomarse con disgusto, oculta tras eufemismos tales como "reformas estructurales".

Alguien podría argüir que, en términos reales, el precio del petróleo no ha alcanzado el nivel de 1981. Pero las estimaciones más frecuentes valoran el máximo de la crisis anterior en 1981, con 81 dólares (de 2006) por barril. Este año ha habido momentos de tensión en que el precio ha rozado los 78 dólares, muy cercano por tanto, al de 1981. Por ello creo que es lícito comparar los diferentes comportamientos y resultados en ambas crisis.

Entonces, la reacción general de las autoridades fue intentar proteger a sus ciudadanos, de forma que se amortiguara la contracción real de renta que suponía el brutal aumento. A la vez, se mantuvo una oferta monetaria acomodaticia, y se intentó combatir la inflación con una política de control de salarios y precios. No sirvió más que para demostrar que intentar fijar los precios fuera de las fuerzas del mercado sólo sirve para desorientar a los agentes y crear excesos no absorbibles de demanda y oferta. El salario real no se dejó caer, por lo que aumentó el paro a niveles no vistos desde la post-guerra. Los precios fueron frenados por decreto, lo que dio origen a mercados negros de todo orden, tanto más boyantes cuanto más laxa era la oferta monetaria. Todo esto, a su vez, contribuyó a aumentar el gasto público y la deuda, y su tipo de interés para financiarla. En suma, se intentó mantener el nivel de renta anterior, lo cual sólo es posible si se logra que alguien, algún grupo social, acepte asumir la pérdida. Cínicamente se intentó que fueran los países productores a través de la inflación; pero con su fuerza monopolista era ilusorio. Poco o ningún país, incluido Estados Unidos, se escapó de esta ficción que acabó por generar elevados niveles de paro e inflación.

El revulsivo contra ese marasmo fue un ataque en toda regla a las teorías keynesianas que habían justificado esa política, y el renacer del liberalismo, aunque con nombres un tanto equívocos por razones de mercadotecnia: para conquistar un nuevo mercado, especialmente si es de economistas, ha de recurrirse al neologismo. La Escuela de Chicago, y su líder Friedman, denostado durante tantos años, habían ganado la batalla ideológica... y comercial. Pero conste que lo esencial era el renacer del liberalismo.

Está claro que los países que abrazaron con más convicción el nuevo paradigma, como Estados Unidos y Reino Unido, son los que más permanentemente han crecido, con mayor estabilidad, y en los que la tasa de paro es baja incluso en las fases de menor actividad. Esto es patente ahora que estamos en una nueva subida en flecha de los precios de petróleo.

En suma, juego, set y partido para el liberalismo, se llame "reforma estructural", "competitividad" o "el reto la globalización". Pero hay una deuda de reconocimiento pendiente con aquellos liberales que, como Hayek, Mises y otros, hicieron en solitario la travesía del desierto, poco menos que como bichos raros.

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