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Luis Hernández Arroyo

Esto no hubiera pasado si...

En un ámbito de restricción del crédito y de posible deflación, la demanda de financiación del Gobierno expulsa del mercado financiero al sector privado y contribuye a hundirle más.

Leo en Libertad Digital que el rendimiento del bono público español frente al alemán ha aumentado de 0,40 a 0,93 puntos porcentuales. Es la reacción del mercado a un aviso de la agencia Standard & Poor's de que pone bajo vigilancia a España, con alta probabilidad de rebajar su nivel de calificación "triple A" (la máxima posible). Irlanda y Grecia están en el mismo pelotón de rezagados a punto de ser cazados por el coche escoba.

Esto implica un encarecimiento del endeudamiento español, pues de la calificación de la deuda como nación cuelga la calificación de todos los posibles emisores españoles. Por ejemplo, las comunidades autónomas, cuya deuda se supone garantizada por el Estado. Y todo otro organismo, público o privado, a menos que demuestre unas condiciones de liquidez y solvencia excepcionales; tanto como para hacer redundante la demanda de financiación.

La razón primordial aducida por S&P es que España va a sufrir una contracción intensa y prolongada, con una situación de partida que ya hemos descrito aquí: una deuda exterior neta (posición financiera internacional) del 80% del PIB y unos pagos por intereses del 3%. Esto se traduce en que si el PIB nominal aumentara un 3%, ese crecimiento iría íntegro a pagar intereses. Como estamos en el caso de que: 1) los tipos de interés están subiendo y nos los van a subir más; 2) el PIB real se va a contraer, muy posiblemente, un 2% o un 3%; 3) y los precios podrían caer (en todo caso, no creo que suban), se hace muy probable un aumento sustancial del esfuerzo de pago de la deuda.

Esto sin tener en cuenta el fervor que le ha entrado a Zapatero por el gasto público y el keynesianismo, lo que ya de por sí hace prever un aumento autónomo del volumen de deuda, sospecho que presionado por la ruleta cargada de la financiación autonómica.

En suma, estamos ante un panorama de riesgo de entrar en la dinámica de mayor deuda y mayores pagos que vienen a sumarse a la deuda debida a fin de periodo. Por eso siempre he mostrado gran escepticismo con la política fiscal expansiva, pues sus consecuencias pueden ser aterradoras si no logra hacer crecer la economía. Y en un ámbito de restricción del crédito y de posible deflación, la demanda de financiación del Gobierno expulsa del mercado financiero al sector privado y contribuye a hundirle más.

Esto no hubiera pasado sin la malhadada entrada de España en el euro; que se hizo con toda la frivolidad del mundo, como si eso nos convirtiera en adultos económicamente. Y es que durante años tuvimos tipos de interés medios acordes con la zona euro, pero muy por debajo de lo que nos convenía (sufrimos tipos de interés negativos), por lo que nuestros excesos han sido más desmadrados que en ninguna parte. El euro en España ha sido el anestésico con el que nos han prestado alegremente sin grandes primas de riesgo.

Y luego, porque ya no contamos con la variable de ajuste tipo de cambio, que ha sido siempre la vía natural y menos traumática de reequilibrar la cuenta ahorro-inversión cuando un país se enfrenta a dificultades de pagos exteriores. Lo decía Friedman nada menos que en 1953 (The Case for Flexible Exchange Rate), cuando el keynesianismo y Bretton Woods estaban en su apogeo. Un mensaje incorrecto, por incómodo, en los años de euforia de la creación del euro.

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