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Luis Hernández Arroyo

Los errores de Trichet

Los americanos saben que no se debe llegar a reprimir una juerga cuando la gente está ya con la resaca. Lo aprendieron en la crisis de 1929. Pues Trichet no: parece que le encanta sacar la porra una vez que todo el mundo se ha ido a su casa.

Como he manifestado repetidamente desde su llegada al BCE, Trichet nunca me ha infundido ninguna confianza. No es cuestión de dudar de su capacitación técnica, sino de –permítaseme la osadía, que intentaré explicar– su cosmovisión; o si lo prefieren, de su perspectiva vital más profunda. Lejos de mí menospreciar la capacitación profesional como cosa innecesaria, pero si no va sólidamente cimentada en una perspectiva acertada de la sociedad en la que se ostenta una máxima responsabilidad, el acerbo técnico es inútil y hasta contraproducente.

A ese extremo hemos llegado con el dichoso BCE: cuando un tipo que tiene en sus manos que, al menos, una generación de europeos logre o vea frustradas sus normales aspiraciones vitales ante una crisis aguda y amenazante del mercado hipotecario, es de una irresponsabilidad supina propia de quien no sabe lo que tiene entre manos el descolgarse con la frivolidad de que él, "su BCE", va a seguir subiendo tipos de interés. Porque, bajen o no al final los tipos, lo cierto es que ya tenía que haber rectificado urgentemente las expectativas que emite desde su poderoso trono. Una mínima flexibilidad, como la mostrada por la FED, que ha dejado la puerta abierta a toda eventualidad, no hubiera comprometido nada, ni un ápice, su imagen de dureza. Pero se ha dejado llevar por el vértigo de altura y con ello ha provocado ya una subida efectiva del euribor y de la hipotecas en un momento en el que ya se estaban cerrando estas ventanillas en todos los bancos europeos. Terrorífico, porque no sólo nadie va a conseguir ya una hipoteca –lo que es suficiente palo para los precios de la vivienda–, sino que a los que ya pagan una con apuros se les ofrece una subida ahora, y otra en octubre, de su mantenimiento. Genial para millones que empiezan a temer por sus puestos de trabajo.

Los americanos saben que no se debe llegar a reprimir una juerga cuando la gente está ya con la resaca. Lo aprendieron en la crisis de 1929. Pues Trichet no: parece que le encanta sacar la porra una vez que todo el mundo se ha ido a su casa. Muy mal sin paliativos, rematadamente mal, porque esto hace muchísimo más fácil el contagio sin control a todos los activos y, por ende, que la posible recesión sea más profunda y duradera. En Europa, y desde luego en España, gracias al endiosado Trichet, que va a corregir los excesos del mercado justo cuando la crisis ya se estaba encargando de ello.

Podría decirse que no debe esperarse otra cosa del que ha llegado a esa cumbre de responsabilidad mediante unas reglas consensuadas en la oscuridad de los despachos euroburócratas con criterios de arrebatacapas mezquinos; pero eso sería no decir toda la verdad, porque la verdad es que Europa y su Unión son así, siempre ha sido así, y de tal entramado funesto siempre saldrá un Trichet. Al fin y al cabo, su predecesor no era mejor que él. Además, a los europeos nos tranquiliza que sea así.

Por eso decía antes que no es cuestión de capacidad técnica, sino de altura de miras para un puesto de enormes consecuencias, en un sentido o en otro. Repito, no pido un milagro, sino simplemente prudencia –la que hasta ahora ha mostrado la FED, que no ha bajado tipos todavía–, para lo cual lo que hay que tener es una capacidad de medir intuitivamente las consecuencias de tus actos. Pero es que allá se crucifica al que se equivoque en un sentido o el contrario; aquí nadie le va exigir nada a Trichet.

Y no me vale la coartada de que la culpa es de Sarkozy, que con sus críticas ha estimulado la dureza de Trichet. Si así fuera, mal negocio hemos hecho. El presidente francés tiene todo el derecho del mundo a expresar su opinión –que además es casualmente acertada: veremos qué hace Europa con una recesión de caballo, la ampliación de la UE, mientras que el fondo de inmigrantes salen a la calle–, y si el otro se enroca más todavía es que su famosa composición de duro de película del oeste es de cartón piedra.

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