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Luis Hernández Arroyo

Una triste y tardía llamada de atención

La consecuencia, brutal e inevitable, es que los avances que se habían logrado en la lucha contra el hambre se ven seriamente comprometidos; lo cual es natural, si los precios de nutrientes básicos se han triplicado en pocos años.

Es la primera vez que leo un editorial decente en un periódico sobre el aumento del precio de los alimentos, su causa y sus consecuencias. Se trata del Financial Times, claro, al que no tengo mucha simpatía –sobre todo por su tratamiento de los temas de España–, pero al que reconozco su alto nivel y su capacidad de rectificar. En el texto citado se dice, negro sobre blanco, y sin paliativos, que el brutal aumento del precio de los alimentos se debe a al desvío de inmensas extensiones de cultivo de cereales de base alimenticia y forraje a biofuel, como ya adelanté hace un par de meses en Libertad Digital.

"En el espacio de pocos años, EEUU ha desviado 40 millones de toneladas de maíz para producir etanol, cerca del 4% de la producción mundial", dice el FT. No se trata sólo del efecto directo de restar en la oferta de alimentos mundiales: es que, además, como la siniestra producción de biodiesel es improductiva, no ha logrado moderar el precio energético, por lo que el coste de recolección de cosechas se ha encarecido. No es culpa de la demanda de China, pues en el mismo texto se nos informa que China ha logrado alimentar a su población.

El gran culpable de todo esto es el poder ejecutivo de los países occidentales, con Estados Unidos a la cabeza, que estúpidamente se han puesto a la cabeza de la manifestación del temor infundado al cambio climático (no hay pruebas que confirmen la hipótesis de emisiones de CO2 = calentamiento), subvencionando generosamente la producción de biodiesel. Sin dicha subvención no habría problemas –el precio de los alimentos no hubiera subido tan brutalmente–, pues al tratarse de un producto muy caro de producir e invendible, a ningún insensato se le hubiera ocurrido meterse en el negocio a gran escala.

Hablemos ahora de las consecuencias. La consecuencia, brutal e inevitable, es que los avances que se habían logrado en la lucha contra el hambre se ven seriamente comprometidos; lo cual es natural, si los precios de nutrientes básicos se han triplicado en pocos años. "El resultado es pobreza para millones de seres y aumento de la malnutrición", dice el FT.

Una prueba contundente de que interferir en el mercado es peligroso, aunque nadie lo perciba. Vivimos una sociedad con excesiva cantidad de información, pero también excesivamente manipulada, y a la gente le llega sólo el lagrimeo sensiblero, pero ni un sólo análisis riguroso. No hay medios independientes –no hay ni un medio en papel que cuestione la hipótesis del calentamiento–, y lo que llega a la gente es una papilla turbia de la que sobresale una consigna simplona que anima a votar soluciones intervencionistas.

Por ello me ratifico en mi pronóstico de que el Leviatán Estado va a ser el protagonista de la economía en las próximas décadas. Su presencia ha aumentado sigilosamente, pero ahora ya se ve como algo natural ante lo que la mayoría piensa que es culpa de la globalización. Pero es precisamente es todo lo contrario, la interferencia de los poderes en la libre acción de los mercados mundiales, lo que ha traído esta siniestra secuela: hambre y miseria. Todo el gran mundo, como el que consigue ser invitado a Davos, está en esa onda. No es motivo de escándalo, por lo que es de suponer que no habrá rectificaciones ante el gran error. No se preocupen, que habrá más.

En Libre Mercado

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