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Luis Herrero

Casado y sin compromiso

El líder del PP ha impuesto un nuevo orden sustituyendo a la vieja guardia por caras nuevas. Entiendo y aplaudo el qué. Pero deploro el cómo. 

El líder del PP ha impuesto un nuevo orden sustituyendo a la vieja guardia por caras nuevas. Entiendo y aplaudo el qué. Pero deploro el cómo. 
Pablo Casado este jueves en un acto en Valladolid | EFE

Si es verdad que la política es un imperativo moral, como yo también creo, no tiene un pase que los nuevos líderes de la política española, los que vienen a moralizar la vida pública, a revitalizar sus principios, utilicen los superpoderes de su dedo índice para imponer por decreto a los candidatos de las listas electorales. Siempre he desconfiado de ese sistema electivo, indefectiblemente condenado a favorecer proyectos personalistas y estructuras cortesanas, y en mi soberana estupidez creía que los partidos ya habían comprendido de una vez por todas que debían alejarse de él si querían ganarse la confianza de los ciudadanos.

Sé que las primarias no son la panacea universal, sobre todo si se corrompen con pucherazos nocturnos y alevosos, pero incluso así mejoran a veces el procedimiento cesarista del ordeno y mando. Véase si no lo que le ha pasado a Ciudadanos en Castilla y León. A trancas y barrancas, el sistema ha impedido que Rivera impusiera su santa voluntad. ¡Bien por el sistema!

Pablo Casado ha utilizado el poder que conquistó en unas elecciones internas para imponer en su partido un nuevo orden. Ha borrado del mapa a nueve de cada diez conmilitones del antiguo régimen —nacido al calor de un líder que fue impuesto por el dedazo de su antecesor— y los ha sustituido por caras nuevas, muchas de ellas traídas de la sociedad civil. Entiendo y aplaudo el qué. Pero deploro el cómo.

Tal vez me equivoque, pero tengo para mí que el partido que vio en él la salida más razonable para recuperar la confianza perdida con el electorado no le habría puesto excesivas piedras en el camino si se hubiera propuesto llegar al mismo destino por el camino correcto. El mero hecho de haberlo intentado, en todo caso, le habría dotado de un plus de legitimidad que ahora le permitiría abanderar con mano más firme la regeneración interna que se ha propuesto llevar a adelante. La vida es larga. Si su liderazgo se consolida tras las elecciones del 28 de abril tendrá tiempo para ganar nuevas batallas. Incluso las batallas pendientes. En cambio, si las urnas le maltratan acabará desangrándose por las heridas que ha abierto en las organizaciones territoriales.

Hay noticia de que algunas de las víctimas de la purga —siento que sea ése el término que mejor describa la conducta de Casado— están apostadas en los oteros electorales, con el cuchillo entre los dientes, dispuestos a saltar sobre él si las cosas vienen mal dadas.

"Esto nunca se había hecho así" (falso de toda falsedad), "al sustituir a políticos a pie de calle por independientes se desmotiva a las estructuras provinciales" (sobre todo si se hace a sus espaldas), "la limpieza de ministros de Rajoy descapitaliza al partido" (como si mantener a quienes lo descapitalizaron antes fuera mejor solución), "ahora ya no podemos vender experiencia de gestión frente a los nuevos partidos" (¿desde cuándo los diputados gestionan la Administración pública?)…

Las frases entrecomilladas son algunos de los testimonios anónimos que se citan en las informaciones periodísticas que hablan del malestar interno que se ha instalado en el PP. No importa demasiado que sean quejas estúpidas (a mí me lo parecen, como puede colegirse por los comentarios entre paréntesis), lo importante es que reflejan un malestar que podría —y debería— haberse evitado.

Dicho esto, que no me parece baladí, lo cierto es que Casado manda a los suyos, con sus nuevos fichajes, un mensaje valiente. Resumido sin eufemismos, éste: dejemos atrás el mal recuerdo de Rajoy, que desamparó a buena parte de nuestra base social (de ahí que muchos de sus antiguos votantes vayan a votar a Vox aunque al hacerlo no castiguen al culpable sino a quien dice estar dispuesto a rectificar el error), y vayamos al reencuentro de una derecha combativa que se rebele contra la tiranía doctrinaria de la izquierda.

Estoy convencido de que esa es la mejor baza que tiene para conseguir que las cosas le salgan lo mejor posible, pero también entiendo que muchos duden de su sinceridad. Si su idea era dejar atrás el mal recuerdo de Rajoy, ¿por qué montó la Convención de finales de enero para mayor gloria del recuerdo que pretende erradicar? ¿Por qué reunió al partido para decirle lo orgulloso que estaba de él si pretendía darle la vuelta como a un calcetín tres meses más tarde?

Mientras Casado diga una cosa y haga la contraria —como le ocurrió con el poder judicial o los lazos amarillos— su compromiso con los votantes carecerá de la credibilidad necesaria para frenar el ascenso de Abascal.

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