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Luis Herrero

Derrota por incomparecencia

Vox va a la baja. Eso no lo discute ningún sondeo. En números redondos, uno de cada cuatro votantes de Abascal ha decidido volver a la casa del padre.

Vox va a la baja. Eso no lo discute ningún sondeo. En números redondos, uno de cada cuatro votantes de Abascal ha decidido volver a la casa del padre.
Casado, en un mitin en Galicia. | David Mudarra / PP

Me pregunto qué pasaría si el domingo por la noche —bastante de noche, por cierto, porque lo previsto es un recuento escalonado que no solapará datos de municipales y autonómicas— sale Pablo Casado a la palestra y dice algo así: "Señoras y señores, el PP ha mejorado los resultados del 28 de abril, ha espantado el riesgo del sorpasso de Ciudadanos, ha comenzado a recuperar votantes que hace un mes apoyaron a Vox y, encima, se encuentra en condiciones de liderar una mayoría de gobierno en la Comunidad Autónoma de Madrid en torno a Díaz Ayuso, con el apoyo de Aguado y Monasterio. Dadas las circunstancias, valoramos los resultados electorales positivamente". ¿Daríamos por buena esa declaración? ¿La juzgaríamos políticamente razonable?

A una mala, eso va a ser —poco más o menos— todo lo que pueda decir el presidente del PP el 26 por la noche. A una muy mala tendrá que omitir la referencia a la mayoría de gobierno en la Comunidad de Madrid —que no es descartable que caiga del lado de la izquierda— y a una pésima también tendrá que prescindir de lo del sorpasso de Ciudadanos. Otro escenario más catastrófico no se contempla. Vox va a la baja. Eso no lo discute ninguna encuesta. En números redondos, uno de cada cuatro votantes de Abascal ya han decidido, como el hijo pródigo, volver a la casa del padre. Otra porción de su electorado, de tamaño desconocido, optará por la abstención. Por esa vía, las buenas noticias para el PP, si eso le sirve de consuelo, parece que están garantizadas.

Está claro que el escenario catastrófico —sorpasso de Ciudadanos y pérdida de la Comunidad de Madrid— no tendría venta política posible desde el balcón de Génova. Ni siquiera aunque el porcentaje de voto estuviera por encima del 16,7 que obtuvo el PP en las elecciones generales. También está bastante claro, al menos para mí, que la pérdida de la Comunidad de Madrid, aunque Casado recuperara la segunda posición que le arrebató Rivera el 28 de abril, resultaría un logro invendible. ¿Pero sería botín suficiente la triple conquista de mejorar del porcentaje, neutralizar el sorpasso y retener la presidencia madrileña? Hoy por hoy, a una semana del veredicto de las urnas, esas son las mejores expectativas que le adjudican al PP los promedios las encuestas. Según los demóscopos, lo que parecía posible el 28 de abril, extrapolando los datos de las elecciones generales, ahora se ha vuelto un anhelo aparentemente inalcanzable.

La derecha no sumará en Extremadura, ni en Aragón, ni en Castilla-La Mancha, ni en la ciudad de Madrid, ni en Valencia, ni en Zaragoza, Y, para más inri, perderá el Gobierno de La Rioja y las pasará canutas para retener el de Castilla y León. En todos esos territorios regionales y municipales, la derecha se impuso con claridad a la izquierda hace menos de un mes. Por eso el nuevo vaticinio resulta demoledor. Si se consuma en las urnas y todas esas plazas caen en manos de la izquierda, la derecha española se meterá en un hoyo de dimensión abisal. Solo si logra revertir el pronóstico y consigue que su pabellón ondee en el mástil de algunas de ellas podrán los líderes de la derecha salir en televisión a presumir de músculo. ¿Pero es razonable a estas alturas esperar que eso ocurra?

La clave radica en la abstención. La izquierda sigue muy movilizada. Nadie espera grandes deserciones en ese bando. En la derecha, en cambio, las cosas pintan al revés. El desánimo, la frustración —y por qué no decirlo, también el escaso atractivo de los carteles electorales— amenazan con diezmar la afluencia de votantes a las urnas del próximo domingo. Se han invertido los términos del panorama electoral que provocó el desalojo del PSOE de la Junta de Andalucía hace solo seis meses. Si entonces la baja participación beneficiaba a la derecha y perjudicaba a la izquierda, ahora sucede todo lo contrario. Daré un dato revelador: si a las seis de la tarde del domingo que viene la participación no supera el 52 por ciento, la izquierda descorchará el champán para celebrar una aplastante victoria por incomparecencia del adversario. Que nadie diga después que no estaba sobre aviso.

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