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Luis Herrero

El árbol y las nueces

Eso que algunos llaman violencia de "baja intensidad" convertirá la vida cotidiana en Cataluña en un paripé de normalidad diurna y agitación nocturna.

Eso que algunos llaman violencia de "baja intensidad" convertirá la vida cotidiana en Cataluña en un paripé de normalidad diurna y agitación nocturna.
Violencia en el centro de Barcelona. | EFE

No conozco a nadie que sepa qué va a pasar a partir de ahora. Tal vez se vayan los agitadores que han venido de fuera, las detenciones y el rigor de la ley sirva de escarmiento a algunos pirómanos y el cansancio de la movilización permanente diluya las aglomeraciones callejeras. No tengo duda de que, en tal caso, el Gobierno esgrimirá el argumento de que su templanza ha conseguido que el suflé de la rabia independentista haya bajado por la ley de la gravedad, sin necesidad de entrar en el cuerpo a cuerpo, y que gracias a su moderación lo peor ha pasado sin mayores consecuencias. Pero no será verdad. Las consecuencias de lo que ha ocurrido estos días, y de lo que pueda ocurrir en los días venideros, no son de menor cuantía.

Las pintadas que han empezado a aparecer por doquier son todo un síntoma de lo que nos aguarda en la calle: "Nos han enseñado que ser pacíficos no sirve de nada". Eso que algunos llaman violencia de poca monta —ellos dicen de baja intensidad— convertirá la vida cotidiana en Cataluña en un paripé de normalidad diurna y agitación nocturna, o en el mejor de los casos —es un decir—, en espectáculos esporádicos de iracundia borroka protagonizados por jóvenes con embozo teledirigidos por el tsunami en la sombra. En todo caso, la sociedad catalana está condenada, desde ahora, a aprender a convivir con esa anomalía de los contenedores en llamas como si tal cosa.

No tengo duda de que los políticos independentistas condenarán la violencia que hemos visto estos días y dirán que ese no es el camino. Pero que lo digan, incluso que alguno de ellos lo crea de verdad, no significa que vayan a actuar en consecuencia para impedir que se repita. En el reparto de papeles de esta nueva etapa, a unos les toca mover el árbol y a otros, recoger las nueces. El objetivo inmediato, impulsado por una ERC disfrazada de cordero en medio de la jauría orquestada por Torra, no es consumar aún la independencia, sino ampliar la base social de sus partidarios. Y, para ese fin, todo lo que ha pasado en los últimos días es altamente provechoso.

El curso de inmersión separatista ya no se imparte solo en las aulas de un sistema educativo doctrinario y mendaz. Ahora, el eco vocinglero de la calle, la malversación informativa de TV3, el clamor de la clase dirigente —incluso de mucha de la que se dice defensora de la Constitución— se ha puesto al servicio de la leva. La sentencia del Supremo, a pesar de su pastelera benignidad, ha sido la excusa que esperaban los caudillos del procés para tocar a rebato a todos los suyos, presentes y futuros. La pregunta es: ¿cuántos de los jóvenes catalanes que se vayan incorporando al censo electoral en los próximos años habrán decidido esta misma semana abrazarse al voto independentista? ¿Ocho de cada diez? Probablemente me quede corto. Para poder sustraerse al ambiente de lapidación de la idea de España que se respira desde el lunes pasado en toda Cataluña hacen falta unos anticuerpos que el Estado dejó de suministrar hace mucho tiempo.

Que los pebeteros de humo negro dejen de tiznar el aire nocturno de Barcelona, si es que tal cosa sucede, no significará que el problema haya quedado resuelto. En todo caso será señal de que el procés ha entrado en una fase distinta, menos cagaprisas pero igual de ambiciosa. ERC quiere fulminar a Torra, títere de Puigdemont, para hacerse con el control institucional en unas elecciones autonómicas adelantadas al invierno de 2020, y seguir permeabilizando a la sociedad catalana para que los efluvios independentista vayan haciendo sazón en todas las capas sociales hasta conseguir que las urnas ganen el partido por goleada. Y, en ese nuevo diseño, si de vez en cuando los agitadores menean las ramas del árbol para que las nueces caigan más deprisa, mejor.

¡Qué triste sería ver al PSC convertido en cómplice de esa estrategia, subido a un gobierno de coalición con los mandados de Junqueras y Colau! ¿Será posible? Yo, por desgracia, no lo descarto.

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