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Luis Herrero

El fin del cautiverio

A Soraya la ha derrotado la privacidad, el ámbito donde las personas dejan de ser miembros de un rebaño para convertirse en individuos libres. A Casado le ha dado la victoria el ansia de libertad de los cautivos.

La victoria de Pablo Casado en las primarias del PP tiene un doble mérito. El joven sucesor no solo se ha impuesto a ese magma de intereses cruzados, huero de ideas, que conocemos como "marianismo", sino que ha sido capaz de abatir también a la fuerza de la mayor parte del aparato del partido, finalmente alineado con Soraya, la mujer fuerte, primus inter pares, señalada por su mentor como heredera legítima de su legado y dos veces apartada de esa heredad por los esquivos caprichos del destino. Lo intentó horas antes de la moción de censura, sobre la hipótesis de la renuncia de Rajoy y el respaldo del PNV en la votación de investidura, y ha vuelto a intentarlo en estas primarias en las que, bajo la voluntariosa promesa de una victoria electoral en las urnas de 2020, ha movilizado todas las estructuras de poder en beneficio propio.

Un día antes de la votación le pregunté a uno de los ilustres abanderados que luchaba a su lado quién creía que iba a ganar. Esta fue su respuesta textual: "Ganará Soraya. Y me deberás pincho de tortilla y caña. No olvides nunca que ir contra el aparato es como ir contra la Administración. Te desquicia. Y estás follado". No dudo que mi amigo razonaba con buen criterio. Y esa es justamente la razón por la que adquiere especial mérito la victoria de Casado. Al final se ha dejado oír la voz que susurraba un clamor de insumisión en las catacumbas de Génova. A la vez que los compromisarios aplaudían a rabiar la autocomplaciente despedida de Rajoy, a quien la historia juzgará cuando haya suficiente perspectiva con dureza inclemente, hacían votos silenciosos para que la obra del presidente caído, a la que ovacionaban con el mismo entusiasmo con que habían ovacionado a Cristina Cifuentes cuando ya le olía el culo a pólvora, decayera con él.

En su fuero interno, la mayoría de los compromisarios sabían que el partido estaba atravesado por una estocada de filo fúnebre. No se atrevían a decirlo en público porque la lealtad en política se entiende como sinónimo de adhesión inquebrqantable, pero ahora tenían la oportunidad de decirlo en secreto, por primera vez, en una votación de sobres cerrados y cabinas ocultas a la supervisión ocular de los comisarios de turno. A Soraya la ha derrotado la privacidad, el ámbito donde las personas dejan de ser miembros de un rebaño para convertirse en individuos libres. A Casado le ha dado la victoria el ansia de libertad de los cautivos.

Si sabe entenderlo así, una de las tareas que se exigirá a sí mismo como nuevo presidente del PP será la de romper las cadenas que obligan a los dirigentes del partido a someter sus juicios y sus conductas al mandato imperativo de la escala superior. Si es capaz de admitir en su entorno a personas que no le digan a todo que sí, si fomenta la discrepancia razonable -es decir, fundada en la razón-, si defiende la diversidad de criterio y rebaja la uniformidad obligatoria, habrá conseguido hacer del PP un partido de ciudadanos libres. Claro que habrá quien le diga que ese tipo de partidos los carga el diablo.

Por ejemplo, Aznar. Si el PP ha devenido en esta corte de unanimidades formales, incapacitada para la autocrítica, ha sido en gran parte por la manera que tuvo su refundador de entender la disciplina. Es verdad que heredó de Fraga una derecha sin remedio, revuelta como una colonia de grillos, horrísona y asilvestrada, y también es verdad que su primer movimiento fue el de rodearse de un sanedrín de notables que colegiaba las deliberaciones y sopesaba las decisiones, antes de ejecutarlas, en reuniones anuales en el monasterio de El Paular. Pero poco a poco el humus del poder, ese musgo extraño que forra el cerebro de los poderosos y los convierte en compartimentos estancos, fue segregando en él una inevitable inclinación por la monarquía que acabó convirtiéndole en el primer faraón de la dinastía pepera.

Ese es el partido piramidal que recibió Rajoy. El mismo que ahora llega, maltrecho y deshilvanado, a manos de Casado. Su necesaria refundación, por la que tanto ha clamado el joven candidato durante las tres semanas que ha durado su duelo al sol con Soraya, no solo exige la restauración ideológica, que es primordial y prioritaria, sino la apertura a un modelo organizativo más horizontal que sepa escuchar a su gente. Rajoy dejó de representar a los suyos cuando dejó de entenderles. Casado no se puede permitir ese lujo. No tendrá una segunda oportunidad. El suyo es un revólver de una sola bala.

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