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Luis Herrero

El riesgo de la ruptura

Al nuevo partido han llegado muchas personas que no votaban a la derecha y, por lo tanto, no tienen cuentas pendientes con ella.

Seamos sinceros: VOX nació como una escisión del PP, propiciada por el autismo ideológico de Rajoy y su corte de tecnócratas de medio pelo, pero ahora se ha convertido en una expresión de protesta —en las antípodas de Podemos— de los cabreados con el Sistema. Al principio se alimentaba del desencanto de quienes dejaron de sentirse representados por la política de dolce far niente de la derecha ante el compadreo de ZP con los jefes de ETA o el asalto independentista a la idea de España.

Si no obtuvo una bienvenida electoral más calurosa fue, tal vez, porque Rajoy amedrentó a sus votantes potenciales con el espantajo de Podemos. El voto del miedo retuvo en las urnas del PP muchas papeletas que, de buena gana, hubieran cambiado de apuesta. Pero ahora Podemos ya está en el poder y el voto del miedo carece de sentido. Es verdad que al romperse ese dique, muchos votantes han hecho con carácter retroactivo lo que no se atrevieron a hacer meses antes por miedo a las consecuencias. No obstante, eso no lo explica todo.

El nuevo líder del PP ha prometido recuperar las credenciales ideológicas que su predecesor arrojó por la ventana. Si el motivo principal que llevó al nacimiento de VOX fue el de enarbolar las banderas que el pragmatismo inane de Rajoy había dejado en la cuneta, gran parte de su misión podría darse por cumplida. En cambio, muchos electores andaluces se han negado a brindarle a Casado la oportunidad de demostrar que ya no hay motivo para el cambio de voto y han preferido apoyar a Santiago Abascal. ¿Por qué?

Una de dos: o porque no se fían de él y ponen en duda la sinceridad de sus promesas o porque el propósito de enmienda del PP les trae sin cuidado. Tal vez coexistan las dos actitudes. Dicen los expertos de Sigma 2 que de los 378.000 nuevos votantes de Vox, menos de la mitad —178.000— proceden del PP. El resto viene de Ciudadanos —60.000—, de la izquierda —30.000— y de la abstención —40.000—. Los demás —45.000— son electores nuevos que o bien no tenían edad para votar o bien lo hacían en favor de partidos minoritarios.

Con esos datos sobre la mesa, la conclusión de que Abascal es solo el coche escoba que recoge a los desencantados de PP y Ciudadanos parece el resultado de un ejercicio de grave pereza mental. Primero porque no explica el motivo del desencanto de quienes hayan ido a las urnas movidos por ese estado de ánimo, y segundo porque tampoco da respuesta a la totalidad del fenómeno. Al nuevo partido han llegado muchas personas que no votaban a la derecha y, por lo tanto, no tienen cuentas pendientes con ella.

Gracias a los estudios post electorales sabemos, además, que si el PP ha mantenido el tipo a pesar del ascenso meteórico de VOX ha sido gracias a que ha rescatado de la abstención a muchos de sus antiguos votantes cabreados. Ellos sí han querido darle a Casado la oportunidad de enmendar los desafueros de su antecesor. He ahí otro dato que abona la tesis de que el partido de Abascal no es el reducto que agrupa la expresión patriótica de un movimiento de salvación nacional. No es la idea de España —al menos la constitucional— la única que ha inspirado la conducta de sus votantes.

Por encima de esa razón hay otras que la sobrepujan. El miedo que provoca la agresividad del discurso de las llamadas políticas de igualdad inclusiva —otrora feminismo—, por ejemplo. O la inmigración. O el descontento con la democracia. Aunque no comparto en absoluto la opinión de que VOX sea un partido inconstitucional —es vergonzoso que lo digan quienes llegaron al poder con la ayuda de los independentistas—, sí creo que muchos de sus votantes comparten con Podemos, desde posiciones ideológicas antagónicas, un reflujo antisistema.

La idea, por ejemplo, de que la mejor manera de frenar a los independentistas y garantizar la identidad nacional es acabar con las Autonomías refleja las ganas que tienen de darle un puñetazo al tablero. Pasar del café para todos al café para ninguno es lo más parecido a una manifestación de hartazgo en toda regla con el diseño que inspiró el Régimen del 78. Tanto como impugnar la monarquía como forma de Estado. De ahí mi temor a que la simpatía por la ruptura que se aprecia en ambos extremos acabe por malograr la apuesta por la reforma. Con eso —por favor—, bromas, las justas.

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