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Luis Herrero

La coartada

Me apuesto el bigote a que Torra no se reunirá con Sánchez. Y sumo el jamón de la cesta de Navidad a que el presidente estará encantado de que eso ocurra.

Me apuesto el bigote a que Torra no se reunirá con Sánchez. Y sumo el jamón de la cesta de Navidad a que el presidente estará encantado de que eso ocurra.
Sánchez y Torra en el funeral de Montserrat Caballé. | EFE

Si la lógica y la política tuvieran algo que ver me apostaría el bigote a que Torra —veneno para la taquilla, lo sé— no se entrevistará con Sánchez el día 21. Y luego me apostaría el jamón de la cesta de Navidad a que Sánchez, cuando nadie le vea, dará botes de alegría por el desencuentro. A ninguno de los dos le conviene la escena del sofá. ¿Por qué deberían perjudicar sus respectivos intereses haciendo algo que ambos deploran? La respuesta no es lógica, es empírica: porque son políticos. O sea, raros. Perros verdes. Sus circuitos cerebrales son tan intrincados como el laberinto del Minotauro.

Los barras bravas de la bandera estelada quieren recibir al Gobierno de España con un multitudinario corte de mangas. Su apuesta por el lío incluye colapsos circulatorios, alzamiento de barricadas, concentraciones masivas, paralización de trenes y megafonía independentista. Y todo ello, naturalmente, con el adorno de un gran lazo amarillo. Si ese es el plan, alentado bajo cuerda desde las zahúrdas de la Generalitat, ¿cómo encaja que el autor intelectual del pitote se convierta en amable anfitrión del carcelero de sus héroes?

Por el otro lado, las huestes socialistas, visto el río de sangre que se ha abierto paso en la garganta de Despeñaperros tras las elecciones del día 2, tiemblan de pánico ante la posibilidad de que el fenómeno sanguinario se extienda por el resto de los sistemas montañosos donde aún ondea en pendón del PSOE. El galanteo de Sánchez con los separatistas catalanes ha desalojado a la izquierda de su fortaleza inexpugnable. Ya no hay feudos a salvo de la indignación popular por una política territorial —no escrito nacional porque no lo es— que la mayoría de los españoles deplora.

Según nos explica la encuesta de ABC de este domingo, casi ocho de cada diez ciudadanos desaprueba la política de Sánchez con Cataluña. Gad 3 no explica cuál es el porcentaje específico entre los ciudadanos que votan al PSOE, pero basta escuchar los mensajes de García Page o de Lambán para darse cuenta de que, en todo caso, es muy elevado. El runrún de cabreo creciente entre los cuadros socialistas empieza a convertirse en una sección fija de los diarios. Solo Rodríguez Zapatero es partidario del más de lo mismo. Una razón muy poderosa para hacer justo lo contrario.

Salvo que sea un marciano ciego y sordo —mudo no es, desde luego—, Sánchez sabe que seguir con el cortejo a los independentistas perjudica gravemente la salud electoral de su partido. La política de mano tendida, si la mano no sostiene lo que demandan el President y sus corifeos, es una incitación al mordisco. Si es un marciano, estamos perdidos. Y si no lo es y hace el canelo a sabiendas, también. Las elecciones de mayo apestan tanto a cadaverina que los diputados socialistas que apoyaron la investidura de Frankenstein ya empiezan a decir que lo hicieron engañados. Sálvese quien pueda.

Solo hay una razón que se me alcance por la que Torra pueda avenirse al encuentro personal con el presidente del Gobierno: que quiera desvincularse de los disturbios que el día 21, a lo peor, obligan al consejo de ministros a tomar decisiones drásticas para garantizar el respeto a la ley si Cataluña vuelve a convertirse en un pandemónium de autopistas cortadas y calles tomadas por los CDR. Hay quien interpreta los últimos gestos de cortesía de los políticos independentistas como una forma de evitarlo. Yo, humildemente, discrepo.

No creo que el lunático de Waterloo y sus títeres de Barcelona estén tratando de evitar que vuelva a aplicarse el 155. No tratan de desinflamar nada. Al contrario. Creo que mientras se disfrazan de bomberos están echándole al fuego toda la leña que pueden. Después de todo, un 155 que les convierta en víctimas y justifique su incapacidad para avanzar en el procés —si no les conduce la cárcel o les obliga a escapar— es lo mejor que podría sucederles. Poner cara de bueno entrevistándose con Sánchez mientras Cataluña arde es la coartada que Torra necesita para que el plan funcione.

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