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Luis Herrero

La novena puerta

¿Que qué va pasar? Desde luego, nada de lo que digan los bocazas inconsecuentes que dominan la escena pública.

¿Que qué va pasar? Desde luego, nada de lo que digan los bocazas inconsecuentes que dominan la escena pública. Nunca hemos tenido al frente del cotarro a unos tipos tan poco de fiar. Iglesias dijo nada más conocerse el resultado electoral del 20-D que no formaría parte de un Gobierno que no presidiera él mismo y un mes después se postula como vicepresidente de Pedro Sánchez. Rajoy reconoció el jueves por la noche que su obligación era someterse a la votación de investidura y el viernes por la tarde le dice al Rey que declina el desafío. Sánchez, a continuación, anunció que se reuniría con Iglesias para explorar su oferta de pacto a la portuguesa y al día siguiente proclama en una nota que no piensa negociar nada, ni a la portuguesa ni a la siciliana, hasta que Rajoy se parta la crisma o se vaya definitivamente a su casa. Alguien debería decirles a esos ventrílocuos que impostan la voz y recitan falsos compromisos que la transparencia –esa nueva política que predican con la boca llena– empieza por decir de vez en cuando alguna verdad. La política, en sus manos, no es un juego de caballeros, sino de pillos tramposos que buscan su propio beneficio. El interés general se la sopla.

En esos términos, Pablo Iglesias tiene todas las de ganar porque es el único de los tres tenores de esta ópera bufa que sabe a ciencia cierta –por no hacer añicos todavía las ensoñaciones delirantes de Rajoy– que no tiene ninguna posibilidad de ser presidente del Gobierno. A él no le mueve de momento esa ambición, sino la de convertirse en el arquitecto de la nueva izquierda. A su lado, Pedro Sánchez es sólo un afortunado superviviente del peor naufragio socialista de la historia electoral española que tiene la enorme potra de optar a la presidencia del gobierno porque Podemos, como un bote salvavidas, acude en su ayuda para evitar que su cadáver se convierta en pasto de los tiburones que le aguardan en el comité federal. El precio del rescate es una vicepresidencia única, los cuatro asientos más lustrosos del banco azul y el trágala de un ministerio de nuevo cuño encargado de configurar la anatomía plurinacional del Estado. Iglesias gana siempre: si prospera su oferta, porque se hace el amo de la mitad del arco parlamentario y de paso fagocita al presidente que se ha aferrado al cargo sólo para salvar el culo y refocilarse en la charca de un poder efímero. Y si no prospera, porque quedará ante los votantes como el paladín que intentó la unidad de la izquierda y fue despreciado por un politicastro de medio pelo que está sujeto al dogal de los barones de su partido y sirve a los intereses de la caverna.

La apuesta más extendida es que al final del proceso, de una manera o de otra, la izquierda no desaprovechará la oportunidad de hacerse con las riendas de la situación. El otro día, Federico Jiménez Losantos me mandó un mensaje (ninguno de los dos tenemos cuenta de Twitter) y me preguntó si estaba preparado para anunciar el próximo Gobierno del Frente Popular Separatista. Yo le dije que aún confiaba en Susana Díaz y sus corifeos territoriales y él me respondió : "¡Cómo se nota que eres de la derecha sin remedio! Por eso crees en la izquierda". Su teoría, y la de muchos otros, es que la izquierda, entre la Nación y el poder, siempre ha elegido el poder y que lo que quiere es mandar cueste lo que cueste.

Yo quiero pensar que se equivoca. Y no sólo porque tengo mejor opinión que él de algunos líderes socialistas –que también–, sino porque su vaticinio va en contra del humano instinto de supervivencia. Por la misma razón que Sánchez se aferra al sueño de convertirse en presidente del Gobierno (es la única manera que tiene de evitar su muerte política), los cancerberos del PSOE están obligados a impedir que se salga con la suya. Si no lo hacen, el partido arderá en el averno después de una legislatura corta y suicida y sus cadáveres –los de todos ellos– se apilarán en torno al Lucifer que Dante imaginó masticando a Judas.

De las nueve puertas que debe franquear el secretario general del PSOE para llegar al salón del trono del Consejo de Ministros, ocho están entreabiertas: Podemos, Compromís, Mareas y En Comú-Podem secundan con distintos grados de entusiasmo la oferta trampa de Pablo Iglesias; Izquierda Unida no tiene más narices que agachar la cabeza y el PNV –quid pro quo– se sumará al cambalache a cambio de que el PSE le devuelva el favor después de las próximas elecciones autonómicas. He ahí, por lo tanto, seis cerrojos descorridos. Las dos abstenciones independentistas caerán por la lógica impepinable de la ley de la gravedad: tanto ERC como CDC necesitan en Madrid un Gobierno débil que ceda a la presión de sus socios parlamentarios (todos ellos abanderados del derecho a decidir) para que su proyecto de desconexión con España avance en los próximos meses lo máximo posible.

La novena puerta –la que custodian los barones socialistas– es la más complicada de atravesar. Si fuera verdad lo que dicen los líderes socialistas, si se creyeran sólo el diez por ciento de su discurso nacional, no cabría ninguna duda de que la mantendrían cerrada a cal y canto y mandarían el pacto con populistas e independentistas al pudridero de las ideas disparatadas. Aunque Sánchez consiguiera que Podemos, IU y PNV renunciaran a exigir de momento la celebración del referéndum de autodeterminación en Cataluña, todos ellos seguirían siendo íntimamente partidarios de trocear en 17 cachos la soberanía nacional. Posponer una reivindicación no significa renunciar a ella. El pacto con un ladrón –aunque éste se comprometa a dejar de robar durante una temporada– no deja de ser el pacto con un ladrón que antes o después volverá a las andadas. El PSOE, si desbloqueara la novena puerta del laberinto, se convertiría en el San Cristóbal que ha llevado a hombros, hasta la orilla del poder, a los partidarios del derecho a subastar la unidad de España.

Que salga luego Susana Díaz y que lo explique. O García Page. O Fernández Vara. O los tres a la vez: todos tranquilos. Hemos metido al lobo en el aprisco de las ovejas, pero que no cunda el pánico porque el lobo nos ha prometido solemnemente que se pondrá un bozal en el hocico para que no se le escape ningún mordisco feroz que ponga en riesgo la integridad del rebaño. ¿Alguien aplaudiría semejante estupidez? Un error cortoplacista puede costar el destierro a la insignificancia. Mírese la experiencia del PSC tras la experiencia del tripartito. Si a la izquierda le gusta tanto mandar como dice Federico Jiménez Losantos, el PSOE no dudará en rebanarle el cuello a Pedro Sánchez. Que Rajoy pierda el suyo un minuto antes o un minuto después es un mero hipérbaton en la procesión a la guillotina.

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