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Luis Herrero

Plan de contigencia

Algo de gran calado está empezando a cocerse en el horno de la política. El coronavirus ha cambiado el escenario y parece que urge un plan C.

Algo de gran calado está empezando a cocerse en el horno de la política. El coronavirus ha cambiado el escenario y parece que urge un plan C.
Arrimadas, Iglesias, Espinosa y Casado. | EFE

Una lectura detenida de la prensa de este fin de semana aporta pistas suficientes para sospechar que algo de gran calado está empezando a cocerse en el horno de la política. En dos días se han publicado cuatro noticias, en cuatro medios distintos —y distantes— que le dan demasiada sonoridad al agua del río.

Sánchez pide apoyo al PP para una salida de la crisis sin los sacrificios de 2008, destaca El País. No es muy distinto el reclamo informativo de Voz Pópuli: Sánchez ordena a Montero que intente negociar los Presupuestos con PP y CS. En el titular de El Confidencial la música de la noticia sigue siendo la misma: El Gobierno de Pedro Sánchez tiende puentes con el Ibex 35 tras la pandemia. Y todo eso después de haber sabido, gracias a la primicia que público el sábado El Mundo, que Zapatero se había reunido en secreto con García Egea para mediar entre el PP y el PSOE. Cuando el soporte testifical del rumor resulta tan abundante y variopinto no hay más remedio que convenir que no es fruto de una intoxicación interesada.

Algo está pasando entre bambalinas. Y si fuéramos capaces de ordenar las piezas del puzzle que han ido saliendo a relucir durante las últimas semanas, sabríamos más o menos de qué se trata. La profundidad de la crisis ocasionada por la pandemia lo ha cambiado todo en tres meses. El Gobierno había asumido que el apoyo parlamentario de Frankenstein bastaba y sobraba para darle suficiente recorrido a la legislatura. Tirando de aquí y jalando de allí, dándole alas a la mesa de diálogo con el independentismo catalán, dejando que el PNV sacara pingües beneficios de su soporte al Gobierno, permitiendo que Iglesias lustrara su vicepresidencia social y contentando con módicas cucamonas a los cómplices habituales del grupo mixto, la aritmética daba para aprobar unos Presupuestos manirrotos y aguantar en La Moncloa un par de años. Como mínimo. Ese era el plan A. Pero el virus cambió el escenario. Para salir de la sima necesitamos la ayuda de Europa, y Europa exige, a cambio de su dinero, unos Presupuestos muy distintos.

El Gobierno lo sabe. Por mucho que trate de huir de un ajuste excesivo y de reformas estructurales dolorosas tiene claro que las exigencias finales del Consejo Europeo irán bastante más lejos de lo que le gustaría. Sánchez no tiene más narices que asumirlo. Necesita presentar en Bruselas cuentas claras y creíbles. Y en la cuestión de la credibilidad, me temo, es donde está la madre del cordero. ¿Austeridad de la mano de Podemos y Esquerra? Aunque el papel lo aguanta todo, eso no hay quien se lo crea. Sánchez necesita el aval de otros compañeros de viaje y cualquiera de los que se sientan en el hemiciclo son incompatibles con ERC. Por eso iniciaron los socialistas el cortejo a Ciudadanos. Es es el plan B. Y un plan factible, por añadidura, siempre que Podemos se pliegue a rebajar significativamente su acuerdo programático con el PSOE. De otro modo, Arrimadas se apearía de carro y el plan B se iría al carajo. Así es como llegamos a la gran cuestión: ¿Está Iglesias dispuesto a hacer las renuncias necesarias para que Ciudadanos trague?

La respuesta natural debería ser que no. Pero si dijera que no el Gobierno de coalición saltaría por los aires y los ministros podemitas tendrían que volver a los escaños del común. Un precio demasiado caro. Las mieles del poder son adictivas. Ante semejante tesitura, Echenique dijo el jueves en TVE: "Estamos en medio de la peor pandemia en cien años. Para solucionar los problemas del país hay que mirar atentamente la realidad. Y si eso supone alguna modificación de lo que se había hablado, pues habrá que acometerla". Osea, que sí, que lo que haga falta con tal de seguir en el coche oficial y en la moqueta de los ministerios. Siempre que el partido resista, claro. Y eso es lo que está por ver. De momento, para calmar a sus confluencias, Iglesias ha tenido que virar de criterio en dos asuntos que comprometen su buena relación con el PSOE: finalmente apoyará la comisión para investigar a Felipe González, después de haber dicho que no, y explicitará su oposición a que Calviño presida el Eurogrupo. Son síntomas de que el plan B levanta en Podemos demasiadas ronchas.

Por eso urge poner en marcha el plan C. El plan de contingencia. Y de eso es de lo que hablan las noticias de este fin de semana. El Gobierno no descarta que tenga que intentar un acuerdo presupuestario con el PP si Podemos no aguanta la presión interna. En Génova —sé de lo que hablo— creen que el plan B saldrá adelante, pero no le hacen ascos a acometer el plan C. ¿Apoyar a un Gobierno socialista en solitario que se haya desvinculado del populismo comunista y del independentismo catalán? Naturalmente que sí. Eso es lo que Merkel quiere que ocurra. Y los socialistas del norte. Y los empresarios españoles. Y los socialistas moderados. Y tal vez la mayoría del país. Pero no es lo que Sánchez desea. Por eso luchará a brazo partido para defender su acuerdo con Iglesias, debidamente devaluado, todo lo que pueda. El plan de contingencia solo es una red de seguridad es por si sus deseos se tuercen.

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