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Luis Herrero

Política y magia

¿Cómo pedirá el Gobierno a Torrent que respete los dictámenes de los letrados del Parlament si él mismo no respeta el informe del Consejo de Estado?

¿Cómo pedirá el Gobierno a Torrent que respete los dictámenes de los letrados del Parlament si él mismo no respeta el informe del Consejo de Estado?
Rajoy y Sáenz de Santamaría, en el Consejo de Ministros. | Diego Crespo.

El Gobierno respira hondo tras el largo debate del sábado en el plenario del TC. Victoria pírrica. No a la investidura telemática, pero tampoco -al menos por unanimidad- a la pretensión inicial de cargarse de raíz el debate previsto para el día 30 si Puigdemont sigue siendo el candidato propuesto por Torrent. Ay, Dios. ¿Bastará con eso para que el prófugo más famoso de Europa se quede en Bruselas y deje de tocarnos las narices? A estas horas, un terrible escalofrío recorre la espina dorsal de varios ministros.

Les vendría bien inspirarse en los protocolos de la Administración americana para prevención de crisis de ansiedad. Cuando los mandatarios yanquis se ponen de los nervios y no saben por dónde van a salir los enemigos del Estado, convocan en un lugar apartado a los mejores guionistas de Hollywood y les piden que imaginen las hipótesis más peliculeras para que ningún plan ofensivo, por disparatado que parezca, pueda pillarles por sorpresa. Rajoy debería tomar nota y reunir a los talentos literarios y cinematográficos del país para que le ayuden a imaginar de qué forma podría presentarse Puigdemont en el Parlament de Cataluña el día de la investidura.

Hasta ahora la especulación más estrafalaria es que puede confundirse entre una marea humana de figurantes disfrazados de él mismo y avanzar hacia el salón de plenos sin que la policía pueda hacer otra cosa para evitarlo que detener a la vez a los trescientos clones voluntarios. Pero hay otras alternativas. También puede tirarse en paracaídas sobre la azotea del Parlament, vestirse de Mosso de Escuadra, de ujier, de lagarterana, llegar como hombre bala desde el cañón del circo Raluy, pedir prestada la capa de invisibilidad de Harry Potter, esconderse en la panza del carro de la limpieza o valerse de cualquier otra añagaza que alumbre el magín de su equipo de asesores.

Al ministro Zoido las pesadillas no le dejan dormir. La sola idea de que Puigdemont pueda ser visto en carne mortal el día de autos en el escenario del crimen le provoca espasmos nocturnos. La lista de ridículos previos no soportaría uno más. No iba a haber referéndum y lo hubo. No iba a haber urnas y las hubo. No iba a haber DUI y la hubo. Si ahora hubiera investidura de un prófugo, después de que el Gobierno haya echado la casa por la ventana para evitarlo, a Rajoy no le quedaría más remedio que ordenar un seppuku para que Soraya y Zoido se hincaran un puñal en el abdomen en mitad de la Gran Vía. Lo estrictamente japonés sería que el corte en el vientre se lo infringiera él a sí mismo, pero el bushido de Rajoy incluye la variación pontevedresa -de inspiración saturnina- de devorar a los suyos para contribuir de ese modo a la inmortalidad del propio ego.

En ese ejercicio de tirar la casa por la ventana para evitar la aparición súbita del fantasma de Bruselas, el Gobierno se ha llevado por delante algunos de los bienes más preciados que se había propuesto preservar a toda costa. Por ejemplo, el respeto al criterio de sus propios asesores jurídicos. ¿Cómo le va a pedir ahora a Torrent que respete los dictámenes de los letrados del Parlament si él mismo no ha respetado el informe del Consejo de Estado?

Otro de los bienes que el Gobierno ha tirado por la ventana ha sido el de la unanimidad de las decisiones del Tribunal Constitucional. El sábado no la hubo y para evitar que la discrepancia se hiciera oficial los magistrados tuvieron que hacer un jeribeque de fina ingeniería jurídica. Cuando tenga que pronunciarse sobre el fondo del recurso presentado por el consejo de ministros contra la candidatura de Puigdemont a la investidura, sin embargo, es seguro es que varios magistrados presentarán votos particulares a la decisión mayoritaria, que incluso podría ser contraria a las tesis defendidas en público por los voceros monclovitas.

Habrá quien diga -pelillos a la mar- que más vale pájaro en mano y que lo único importante era conseguir a cualquier precio que el debate de investidura no llegara a celebrarse. Si para lograrlo había que convertir al Consejo de Estado en un foro inútil de leguleyos iletrados y sembrar la discordia en las deliberaciones del TC, qué le vamos a hacer. Mala suerte. En condiciones normales yo habría puesto pies en pared ante semejante planteamiento, pero confieso que dadas las circunstancias no me parece tan disparatado.

Estando las cosas como están no queda otra que abrazarse como a un clavo ardiendo a la tesis del mal menor. Todo, menos que los estrategas del procés vuelvan a salirse con la suya dejándonos como idiotas. Pero dicho esto, Rajoy, ahora dinos una cosa sinceramente: ¿era inevitable llegar hasta aquí? ¿Ni si quiera el daño que vamos a tener que infringirle al Consejo de Estado y al TC -el del Gobierno no lo cuento porque difícilmente se puede dañar lo que ya está hecho polvo- te hace caer en la cuenta de la torpeza que supuso la impresentable utilización del 155 limitando su efecto a la convocatoria inmediata de unas elecciones que han vuelto a ganar los de siempre para seguir haciendo lo de siempre?

Si no fuera por la penosa imagen que daría España ante el mundo, mereceríamos que los coreógrafos de Puigdemont encontraran el modo de dejar boquiabierto, con un truco de ilusionismo presencial, al mismísimo David Copperfield.

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