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Luis Herrero

El riesgo de la moderación

Núñez Feijóo pretende hacernos creer que el éxito del PP en Galicia tiene que ver con su moderación política. Pero esa no es toda la verdad.

Núñez Feijóo pretende hacernos creer que el éxito del PP en Galicia tiene que ver con su moderación política. Pero esa no es toda la verdad.
Pablo Casado y Alberto Núñez Feijóo. | EFE

El PP puede ganar las elecciones en Galicia por mayoría absoluta. Si hacemos caso de las encuestas que se publican este fin de semana, lo probable es que suceda. En ningún otro rincón de la geografía nacional, de un punto a otro de la rosa de los vientos, puede decirse lo mismo. Ese hecho demoscópico refleja una realidad misteriosa. ¿Por qué es Galicia la única de las diecisiete Comunidades Autónomas donde esa excentricidad resulta imaginable? Núñez Feijóo pretende hacernos creer que la excepción gallega tiene que ver con su moderación política. Pero esa no es toda la verdad. Si lo fuera, la derecha no hubiera estado al frente de la Xunta durante 36 de sus 43 años de historia. Antes que él, Rosón, Quiroga, Albor y Fraga supieron mantener a raya a la izquierda —nacional y nacionalista— incluso en momentos en que la hegemonía del PSOE teñía de rojo casi todo el mapa autonómico de España. Ahora está de moda el debate sobre las dos almas del PP. Frente a la figura de Pablo Casado, a quien se acusa de radical, emerge la de Núñez Feijoo, que pasa por ser su antítesis moderada.

Cada vez que se abre el debate interno, las voces de algunos barones del partido —Fernández Mañueco, Moreno Bonilla y Alfonso Alonso, sobre todo— alimentan la especie de que las cosas les irían mejor si el druida de Génova repartiera entre los gerifaltes de la dirección nacional la pócima que ha hecho invencible al político gallego. Las controversias estratégicas, como el papel, lo aguantan todo. El problema se produce cuando hay que pasar de las musas al teatro. Ni Mañueco ni Moreno Bonilla supieron trasladar a las urnas los efectos benéficos de sus recetas moderadas. Bonilla salvó el pellejo in extremis, tras cosechar los peores resultados del PP desde 1982, gracias al auxilio de Ciudadanos y Vox. A Mañueco, que obtuvo los peores resultados de toda la secuencia histórica de su partido, le faltó el canto de un duro para instalarse en la bancada de la Oposición. Si Rivera no le hubiera ganado el pulso a Francisco Igea, que quería pactar con el PSOE a toda costa, el desastre se habría consumado. Ahora le toca el turno al tercer tenor del canto a la moderación. Y los presagios no pueden ser más catastróficos.

La encuesta que publica ABC sobre la intención de voto en el País Vasco predice que Alfonso Alonso aún seguirá haciendo más profunda la sima de la insignificancia política del PP. Perderá más de dos puntos y dos escaños, el peor resultado de los últimos treinta años. Ardo en deseos de saber cuál será su argumentario exculpatorio la noche de autos. A mediados de septiembre, el PP vasco celebró una Convención con el propósito declarado de potenciar "su acento y perfil propios". "El partido —dijo Alonso— debe ser abierto y no puede escorarse a posiciones radicales de derechas. Defiendo un proyecto desde el País Vasco y para el País Vasco". Casado acudió a la Convención, comió con los dirigentes regionales del PP, les colmó de lindezas y, para asombro de propios y extraños, en vez de exigirles un cambio de rumbo por haber llevado al partido al borde de la nada (apenas tienen 55 ediles en toda Euskadi y solo 11 escaños de 153 en las Juntas Generales), les hizo la ola y bendijo su apuesta por el "perfil propio". ¿Con qué autoridad moral podrá esgrimir ahora que no es copartícipe del fracaso?

El mantra de la moderación ha llevado al PP a cometer estropicios monumentales. En su nombre, Rajoy abandonó la batalla de los principios, disimuló las convicciones propias y contemporizó con el adversario para obtener de él lisonjas elogiosas. El resultado fue que se volvió transparente, hasta hacerse de celofán, y primero Ciudadanos y después Vox encontraron el camino expedito para robarle la cartera. En cuanto la izquierda saca a pasear la holografía del doberman, o en su defecto la insidia de la crispación, la derecha acomplejada busca el exorcismo de la moderación para sacudirse el sambenito. Pero se equivocan. Lo que produce rechazo en los sectores más "moderados" del electorado no es la defensa apasionada de un principio, sino la antipatía del ademán o del argumentario. Ningún principio razonable es antipático. Sus apóstoles, puede que sí. La antipatía es el único pecado que un político no se puede permitir. Si Casado no quiere llevar a su partido a la catástrofe, más que hacer caso de los susurros suicidas de Alfonso Alonso debería apear a sus portavoces de la escoba en la que sobrevuelan el debate público.

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