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Luis Herrero

La provocación

Iglesias es uno de esos cínicos pirómanos con cara de no haber roto nunca un plato que después de tirar la cerilla acusa a los demás de iniciar el fuego.

Iglesias es uno de esos cínicos pirómanos con cara de no haber roto nunca un plato que después de tirar la cerilla acusa a los demás de iniciar el fuego.
Pablo Iglesias, este miércoles en el Congreso. | EFE

Sánchez vuelve donde solía. El pacto con ERC ha devuelto a la vida a Frankenstein y su resurrección nos aboca de nuevo a más de lo de siempre: guerra de bloques a guantazo limpio. Iglesias se ha salido con la suya. Primero necesitaba hacernos creer que se estaba fraguando un frente común de poderes fácticos con el único propósito de derrocar al Gobierno. Políticos cainitas, jueces reaccionarios, empresarios avariciosos, medios de comunicación financiados por el Ibex y militares retrógrados conspiran en secreto para fulminar a la izquierda y entregarle las llaves del poder a la derecha.

Después de eso había que convencer a la gente de que la creciente crispación de la vida política forma parte del plan conspirativo. De esa forma, la culpa del envilecimiento de la vida pública, que cada vez es más tabernaria y barriobajera, pasa a ser responsabilidad exclusiva de la oposición, cuya bancada está atestada de marquesas amargadas que aporrean sus cacerolas con cucharas de plata, golpistas de salón que no se atreven a subirse a la grupa del caballo de Pavía y manifestantes vocingleros que blanden airadamente sus palos de golf.

En el oficio de tirar la piedra y esconder la mano, Iglesias es todo un artista. No importa que él amenace con escarchar a los escrachadores de su chalet en Galapagar, o que mente a los padres de sus adversarios antes de que ellos menten a los suyos, o que acuse al PP de alentar la insubordinación de la Guardia Civil, o que acuse a Vox de tener sueños húmedos con asonadas militares. Al final, el matón, el maleducado, el zascandil y el pendenciero acaba siendo siempre el contrario. Iglesias es uno de esos cínicos pirómanos con cara de no haber roto nunca un plato que después de haber tirado la cerilla acusa a los demás de iniciar el fuego. Nada le gusta más que sacar de sus casillas al enemigo político para provocar en él una respuesta indignada y presentarla como un rebuzno.

Probablemente no lo conseguiría sin la complicidad del PSOE, pero lo cierto es que el PSOE, o por lo menos el sanchismo, sigue la estela del líder podemita sin pestañear. He leído en muchos sitios que la sustitución de ERC por Ciudadanos, en las últimas escaramuzas parlamentarias, se vivió con alivio en un sector del partido. Pero Iglesias no podía consentir que ese cambio de parejas se consolidara para siempre. Tras la aprobación de la quinta prórroga al estado de alarma, el mensaje triunfalista de Edmundo Bal de que habían conseguido apartar a los socialistas de la senda de los apoyos independentistas provocó en Iglesias un amago de cólico miserere.

No podía consentir que uno de los partidos del bloque de la derecha estropeara su plan. Tenía que convencer a todos los socios de Frankenstein de que la derecha —toda la derecha: la política, la mediática, la financiera, la judicial y la uniformada— estaban poniendo en marcha un complot para volver a la España de los recortes y del 155. Que Ciudadanos se saliera del guión le estropeaba el discurso. Por eso maniobró con tanta presteza para que Bildu dejara a los chicos de Arrimadas con el culo al aire.

Luego, la campaña por la excarcelación de los presos del procés, la negociación bajo cuerda para fijar la fecha de la próxima reunión de la mesa de diálogo y la exhibición de pulseras republicanas en la muñeca de Irene Montero allanaron el camino para que Oriol Junqueras, el hijo pródigo del pacto de investidura, volviera a la casa del padre. Ahora, por fin, cada oveja vuelve a estar con su pareja.

No sé si Ciudadanos apoyará o no la sexta prórroga. El sentido de su voto vuelve a ser irrelevante. Lo que sí sé es que el discurso de que ha atraído a Sánchez a la senda del divorcio con los independentistas ya no se sostiene y que si le brinda su apoyo le costará horrores no aparecer como el estrambote de la banda frankenstiniana que ha decidido refugiarse en la misma trinchera, por orden de Iglesias, para resistir la embestida de la presunta conspiración de la derecha cainita.

De lo que se trata es de hacer imposible que haya espacio para el entendimiento transversal entre socialistas y populares cuando llegue el momento de aplicar las recetas económicas que imponga Bruselas a cambio de la ayuda económica de la Unión Europea. Podemos no quiere ser prescindible. Por eso la crispación es el clima que le conviene. Cuanto más enconada sea la contienda PP-PSOE menos probable será el acuerdo. Que me perdone Cayetana pero yo, en esto, estoy de acuerdo con Feijoo: "Ningún compañero de mi partido o de otros partidos de la oposición debe entrar al señuelo del Gobierno para crispar, provocar y perder los papeles". A veces es preferible dejarse aconsejar por el viejo refrán de centrista pastelero: verlas venir, dejarlas pasar, y si te mean, decir que llueve.

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