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Luis Herrero

El amaño

Sánchez e Iglesias, en el último momento se girarán hacia el público y dirán juntos, mientras se desternillan de risa: "¡Os lo habéis creído!"

Sánchez e Iglesias, en el último momento se girarán hacia el público y dirán juntos, mientras se desternillan de risa: "¡Os lo habéis creído!"
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias en la Moncloa. | Cordon Press

Es posible desafiar a la evidencia. A veces, las apariencias engañan. En política, como en la vida, hay riñas teatrales, muecas de dolor que en realidad son sonrisas camufladas, jotas de picadillo y sobreactuación. A esa constatación empírica recurren todos aquellos que aun sostienen que Sánchez e Iglesias, en el último momento —o en el penúltimo— se girarán hacia el público y dirán juntos, mientras se desternillan de risa: "¡Os lo habéis creído!". Luego se abrazarán por encima del hombro y caminarán como un solo hombre hacia un pacto de legislatura, a medio camino entre la coalición y la cooperación, que nazca de la chistera de un prestidigitador.

¿Es posible garantizar que tal cosa no vaya a ocurrir? Tampoco es posible garantizar lo contrario. Uno de los problemas de la política actual es que carece de garantías. Desde que Rajoy se definió a sí mismo como un hombre previsible, al mismo tiempo que consumaba lo imprevisible, vivimos tiempos de incertidumbre. Si siempre ha sido difícil fiarse de la retórica de los políticos, ahora lo es mucho más. ¿Dicen lo que piensan o lo que les conviene? También es difícil saber si tienen intención de hacer lo que dicen. De lo único que podemos estar seguros es de que justificarán lo que hagan diciéndonos que era lo mejor para el bien común.

Según el discurso de Sánchez —el discurso de ahora mismo, se entiende— lo mejor para todos es que haya un Gobierno que sea capaz de mirar a un lado y a otro de las bancadas parlamentarias, sin grilletes que le encadenen a ninguna de las dos jaulas ideológicas que dividen España en dos porciones simétricas. Y para que eso sea posible —razona— no puede sentar en el banco azul al capo de la izquierda radical. Si lo hace, la anhelada geometría variable se volatilizará y se condenará a sí mismo a avanzar —o más bien a retroceder— en compañía permanente de podemitas e independentistas. Será rehén de ese pacto mientras dure la legislatura.

El fundamento argumental de su discurso es coherente. ¿Pero es veraz? Si se hace fuerte en esa posición y la convierte en irreductible, frustrará las ambiciones de los socios que le ayudaron a dar vida a Frankenstein. Iglesias quiere agarrarse a la tabla del poder para detener su hundimiento en las profundidades de la irrelevancia y los costaleros del procés necesitan ser necesarios para seguir avanzando hacia la independencia. Si el PSOE les da con la puerta en las narices, uno y otro buscarán venganza. Por eso necesita Sánchez de su cooperación. No los quiere enfrente, pero tampoco a su lado. ¿Queda espacio entre la riña y el pespunte?

Sánchez piensa que sí. El mismo espacio que queda entre lo malo y lo menos malo. Los independentistas lo han entendido a la primera y mantienen su idea de facilitar la investidura a pesar de que el candidato ha invocado varias veces en los últimos días la hipótesis indeseable —pero posible— de que vuelva a ser necesaria la aplicación del 155. Incluso ha esgrimido esa eventualidad para justificar las calabazas a Podemos. ¿Sería el partido de Iglesias un socio de fiar en tales circunstancias? Moncloa sostiene que no. Lo lógico, después de eso, es que ERC y Junts hubieran respondido con cajas destempladas. En cambio han hecho todo lo contrario.

Y si los independentistas están dispuestos a aceptar lo inevitable como mal menor, ¿por qué Iglesias no hace lo mismo? Sánchez siempre ha creído que, antes o después, también lo haría. Por eso le ha sentado tan mal que el líder podemita haya puesto en marcha una consulta interna tan descaradamente dirigida a avalar su apuesta: o ministerios o elecciones. Ahora quedará vinculado al criterio de la militancia y perderá la capacidad de reblar unilateralmente. Fin de la partida… A no ser que las bases digan lo que nadie espera, por supuesto ¿No estaba sugiriendo eso Celaa cuando dijo el viernes que la consulta no tenía por qué dinamitar nada?

Froid, capítulo uno: el Gobierno aún espera que Iglesias amañe su referéndum para salvar la situación in extremis. De lo contrario el choque de trenes será inevitable. ¿O es todo un paripé? ¿Se abrazarán por encima del hombro y nos harán burla con la mano en la nariz? Reconozco que si eso sucede yo seré el primero en ponerme orejas de burro. Me han educado para creerme lo que veo y descreer de lo que no veo. Por eso me fascina la magia. Es la única mentira que no ofende mi escasa inteligencia. Suárez sacaba conejos de la chistera. ¿Será Sánchez capaz de hacer lo mismo? Nunca lo he considerado lo bastante bueno.

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