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Luis Herrero

Todos al hoyo

Lo que Sánchez dice y lo que piensa suelen ser cosas contradictorias. De aquel hombre del "no es no" solo queda su odio a la derecha. 

Lo que Sánchez dice y lo que piensa suelen ser cosas contradictorias. De aquel hombre del "no es no" solo queda su odio a la derecha. 
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. | EFE

No hay ejercicio más frustrante que el de atender a la retórica de los actores de la política. El periodismo es una actividad inevitablemente encadenada a esa condena. Si prescindiéramos de la parte declarativa de las informaciones al uso, los medios de comunicación nos quedaríamos sin casi nada que contar. Todo pende de los entrecomillados. Fulano ha dicho. Esa suele ser la cuestión: lo que hayan dicho Fulano o Mengana. No importa que sepamos de antemano que sus palabras no tienen ningún valor. La experiencia nos dicta que antes o después serán ignoradas, desmentidas, olvidadas o traicionadas. A pesar de eso, su consumo diario es obligatorio e inevitable. Y si ese ejercicio de escuchar o leer lo que más pronto que tarde será arrastrado por el viento no es del todo estéril se debe, precisamente, al carácter recriminatorio que encierra la contradicción entre lo que se dice y lo que se hace.

Nada hay más vergonzoso y demoledor que un repaso a la hemeroteca. Último ejemplo: "si quiere se lo digo cinco veces o veinte: con Bildu no vamos a pactar. Con Bildu, se lo repito, no vamos a pactar" (Pedro Sánchez, hace 11 meses). Ejemplos como esos hay a miríadas. La política suele ser una apología del deshonor. Establecida esa premisa, entenderán ustedes que cualquier análisis fundado sobre la última afirmación retórica del gobernante de turno está condenado al error. Si hubiera sido cierto, pongo por caso, que a Pedro Sánchez le preocupaba que pudiéramos dormir bien, la coalición PSOE-Podemos no hubiera existido. Pero existe. Y seguirá existiendo, o no, independientemente de lo que diga el presidente del Gobierno. Lo que dice y lo que piensa suelen ser cosas contradictorias. De aquel hombre del no es no solo queda su odio a la derecha.

Según su tesis, explicada el sábado en televisión, la estabilidad del gabinete no corre peligro y la legislatura durará cuatro años. El mundo es rosa: no hay grietas en el consejo de ministros, no se han roto los puentes con la patronal, el partido es una balsa de aceite y su capacidad negociadora con los partidos responsables de la Oposición —que naturalmente solo son aquellos que están dispuestos a echarle una mano— permitirá la aprobación de una sexta prórroga del Estado de alarma en caso de que sea necesaria. Ya. Y luego vendrá una brisa misteriosa desde el país de la magia, acabará con el virus de las narices y todos volveremos a abrazarnos como si lo de estos meses hubiera sido un mal sueño. No se lo cree ni él. El voluntarismo no resuelve los problemas, como el optimismo zapateril no solucionaba las crisis económicas. Las cosas son como son, independientemente de cómo se cuenten.

La estabilidad gubernamental no existe por ninguna parte. El Consejo de ministros no está dividido en dos, sino en tres. La parte podemita quiere llenar su despensa argumental para cuando venga el divorcio que impondrá la política de ajustes que decrete Bruselas. Iglesias quiere ser recordado, para capitalizar ese rol ante las urnas futuras, como el defensor de los desfavorecidos. La parte sanchista pretende demorar el divorcio inevitable todo lo posible, aunque esa dilación temporal agrave los términos de la calamidad económica, para que el Gobierno no se quede sin apoyos y tenga que dimitir. La parte calviñista, por último, lo que busca es la aplicación más temprana posible de las medidas que demanda el tratamiento adecuado de la enfermedad que padecemos. A Calviño, gracias a Dios, las soflamas ideológicas le importan menos. Gato blanco, gato negro, lo importante es que cace ratones.

En condiciones normales no daría un duro por el triunfo de las tesis de la ministra de Economía. Los técnicos siempre han podido menos que los políticos. Pero no estamos en condiciones normales. Sánchez sabe que su voz también es la de Bruselas. La de Merkel y Macron. La de los administradores del fondo de rescate que tiene que ayudarnos a salir de la sima. Lo que está por dilucidar, en la cumbre europea del miércoles 27, es si el rescate europeo se producirá a modo de préstamo o de subvención a fondo perdido. Pero en todo caso, con mutualización de la deuda o sin ella, lo que ya está decidido es que cualquiera de las dos modalidades estará supeditada a políticas de austeridad, recortes y reducción del gasto público que Podemos no secundará en ningún caso. Sánchez tiene que elegir: o Pablo Iglesias o Ursula von der Leyen. Y cuanto más tarde en deshojar la margarita, más profundo será el hoyo del que tengamos que salir. Menuda cabronada.

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