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Luis Herrero

Veneno para la taquilla

Iglesias ha perdido sin ambages su duelo con Errejón. Su aterrizaje en Madrid se ha terminado convirtiendo en una magnífica noticia para la derecha.

Iglesias ha perdido sin ambages su duelo con Errejón. Su aterrizaje en Madrid se ha terminado convirtiendo en una magnífica noticia para la derecha.
EFE

El periodismo y la cartomancia son dos rarezas distintas, aunque ambas tienen en común la propensión a avizorar el futuro. Yo creo que los naipes están sobre la mesa y que en los quince días de campaña que nos aguardan a partir de ahora no hay triunfos ocultos en ninguna bocamanga. No soy ningún visionario ni he tenido sueños premonitorios. Soy crédulo con las encuestas. Rara vez se han puesto tantas de acuerdo a la hora de describir el paisaje que nos aguarda al doblar la esquina del 4 de mayo. No parece que haya sitio para la sorpresa. Tanto es así que ya se puede escribir hoy, haciendo funambulismo sobre el alambre del ridículo, la crónica de la noche electoral. 

Aún no tengo claro si la primera comparecencia después del escrutinio será la de Mónica García o la de Rocío Monasterio. La candidata de Mas Madrid estará exultante, de eso sí estoy seguro. El suyo será el único partido de la izquierda con motivos para sonreír. No es solo que haya resistido el duelo con Podemos, es que ha mandado a Iglesias al furgón de cola. La tendencia de voto de los errejonistas ha ido a más durante toda la campaña. Con el liderazgo de Gabilondo en almoneda y el de Iglesias en cabestrillo, la figura de Mónica García se convierte en el único valor seguro de la Oposición. 

La sonrisa de Rocío Monasterio también será digna de anuncio dentífrico. Después de todo, los agoreros que barajaron la posibilidad de que Vox no superara la barrera del 5% han contribuido de forma decisiva a a que el partido de Abascal mejore sus expectativas electorales. Para prevenir el riesgo extraparlamentario —que incluía de rondón el de dejar a Díaz Ayuso sin apoyos suficientes para alcanzar la investidura—, muchos de los votantes que estaban inicialmente dispuestos a apostar por el PP optaron por ser fieles a su marca. Aunque a Monasterio le hubiera gustado mejorar sustancialmente los resultados de hace dos años, las características especiales de estas elecciones en Madrid hacían que ese objetivo estuviera lejos de su alcance. En esta ocasión, los electores de la derecha no tenían que elegir entre dos candidatas a la que creyeran mejor para llegar al Gobierno, sino de proteger a quien ya estaba en él de la amenaza mancomunada de la izquierda. La cuestión fundamental no era si Vox iba a mantener la progresión electoral que le condujo al sorpasso en Cataluña, sino si se convertiría en el refuerzo necesario para poner a buen recaudo la presidencia madrileña. 

Por su parte, lo único que Pablo Iglesias podrá defender la noche de autos es que ha salvado a su partido de la extinción parlamentaria. Y aun así, por los pelos. Su cacareado tirón electoral ha ido desinflándose como un soufflé hasta extinguirse casi por completo. Al final ha mejorado muy poco la estimación de voto que las encuestas le adjudicaban a Isa Serra y ha perdido sin ambages su duelo particular con Iñigo Errejón. Su aterrizaje en Madrid se ha terminado convirtiendo en una magnífica noticia para la derecha. No ha favorecido la unidad a la izquierda del PSOE, no ha aportado votos suficientes para desalojar al PP del pescante madrileño y encima ha cargado de plomo las alas de Gabilondo. El hecho de que el candidato socialista estuviera condenado a pactar con Podemos ha desmotivado a esa porción del electorado que tal vez hubiera salido a votar de haber creído que era posible un Gobierno alternativo al PP sin participación podemita. 

El hecho de que los estrategas de Ferraz hayan tratado desesperadamente de rescatar a Ciudadanos del naufragio electoral no se ha debido tanto al interés por desplazarse al centro —que también—, sino por el de poder contar con un sumando de repuesto que les permitiera prescindir de la engorrosa esclavitud del apoyo de Iglesias. Después de la experiencia de dos años de cohabitación social-comunista en el banco azul, los votantes del PSOE no quieren más de lo mismo ni en pintura. Tal vez sea esa, de todas las enseñanzas que nos dejan las elecciones madrileñas, la más destacada de todas. Podemos es veneno para la taquilla. Si Sánchez no se desprende de ese lastre de cara a las elecciones generales tiene muchas posibilidades de seguir los pasos de Gabilondo. No hay mal que por bien no venga.   

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