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Manuel Ayau

El milagro de los precios

Cuando los gobiernos interfieren en los precios, logran desestabilizar y distorsionar el delicado mecanismo de coordinación económica de toda la sociedad.

Todos los días usamos precios. Ahora, imagínese un mundo sin precios. ¿Cómo haría para saber qué consumir y cuáles recursos utilizar para producir y calcular costes, los cuales son la suma de los precios de lo que utilizó?

¿Cómo surgen los precios? Algunos creen que arbitrariamente pero, ¿ya probó aumentar a su antojo el precio de lo que vende? Y, si lo que vende es su propio servicio, ¿acaso puede duplicarlo a su sola discreción? Así se aprecia que para que exista un precio se necesitan dos, comprador y vendedor; ambos ofrecen lo que es suyo a cambio de lo que es de otro (oferta y demanda). Usted podrá pedir lo que quiera, pero los demás pueden rechazar su oferta.

Muchos creen que los precios los fija el dueño de la tienda o el que produce la cosa. Si así fuera, cualquiera se haría rico poniendo los precios de lo que vende. Además, los empresarios tienen que comprar, en competencia con otros, sus abastecimientos a los propietarios de los materiales, energía y servicios. Y cuando venden, tienen que recobrar de sus clientes todos los costes de sus abastecimientos, al precio que el comprador quiera o pueda comprar, pues si no lo hace, quiebra.

El mercado no es arbitrario, como algunos creen. Puesto que no hay suficiente de todo para cubrir todos los usos, surge entonces un proceso de constante subasta, donde los distintos usos pujan a un nivel donde los recursos entonces se destinan a los usos que tienen mayor prioridad. Así resulta un sistema de racionamiento que desplaza los usos de menor prioridad. Contrario a la apariencia, quienes compran pujan precios para arriba y quienes venden para abajo. Quienes dan empleo pujan salarios para arriba y los que buscan trabajo para abajo. Si aumenta el número de empresarios, los salarios suben. Si suben algunos precios atraerá nuevos proveedores que abandonan lo que estén haciendo para aprovechar el nuevo precio más alto. A través de ese proceso, la sociedad entera decide qué actividades se llevan a cabo.

Siempre hay competencia, ya que en todos los casos la principal competencia son los sustitutos. Por ejemplo, se habla del monopolio del cemento, pero si duplicaran el precio, las carreteras se harían de asfalto, las paredes no de bloques de cemento sino de ladrillos, las columnas de acero y no de cemento, las lozas de vigas de acero o madera, los techos de tejas y no de cemento. Para todos los usos hay competencia y su ventaja o desventaja es distinta en cada uso.

Hasta la energía eléctrica tiene competencia, pues en gran parte es para industrias que podrían generar su propia energía, como lo hacen cuando hay escasez. En luz, la electricidad tiene una gran ventaja sobre las lámparas de gas, pero en las estufas y la calefacción, la electricidad está en desventaja con el gas propano, mientras que en los hornos industriales tienen ventaja los hidrocarburos. Siempre hay varias soluciones para satisfacer necesidades y la competencia surge entre opciones variadas.

Si se fija un precio máximo habrá menos de ese producto o servicio y si se le pone precio mínimo (como salarios mínimos) menor número de personas comprarán (darán empleo). Un salario mínimo prohíbe pagar menos, pero no obliga a nadie a dar empleo. Si a los periódicos le ponen precio tope, más gente querrá comprarlos pero menos los querrán producir y si le fijan un precio mínimo, muchos querrán producirlos, pero menos querrán comprarlos y escogerán otros medios para enterarse de las noticias, como la radio, la televisión o la Internet.

Cuando los gobiernos interfieren en los precios, logran desestabilizar y distorsionar el delicado mecanismo de coordinación económica de toda la sociedad.

En Libre Mercado

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