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Manuel Pastor

El rey Obama y la princesa Hillary

El rey Obama ya ha proclamado a la princesa Hillary su heredera. Ahora el Partido Republicano tiene que reaccionar en el Congreso.

El rey Obama ya ha proclamado a la princesa Hillary su heredera. Ahora el Partido Republicano tiene que reaccionar en el Congreso.

Desde San Agustín (Contra mendacium) hasta Jean-François Revel (La connaissance inutile) sabemos que la fuerza que rige el mundo y la política es la mentira: la mentira a secas, la propaganda, la mentira ideológica, la impostura, el encubrimiento, la hipocresía, etc. Acabamos de asistir a una gran exhibición, un festival de la mendacidad, en la Administración norteamericana, con el testimonio de la secretaria de Estado, Hillary Clinton, ante las dos cámaras del Congreso sobre el siniestro caso Bengasi, el nombramiento de Denis McDonough como jefe de Gabinete de la Casa Blanca y una especie de aval informal, público (en CBS) del presidente a Hillary Clinton como su sucesora para 2016.

Es muy probable que la promoción de Hillary Clinton tenga que ver con su actuación el día 23 ante el Congreso, es decir, en la ocultación de las responsabilidades del presidente y sus consejeros más íntimos (entre ellos, McDonough) en el desastre de Bengasi. La escena tenía un cierto aire de revival del caso Watergate, en el que la joven abogada Hillary Rodham, con sus gafas culo de vaso, participó como consejera de la acusación contra el presidente Nixon. Ahora se invertían los papeles (y algunos esperábamos ingenuamente que se produjera una especie de justicia poética). No fue así, y más bien presenciamos el primer debate presidencial de la candidata Clinton contra todo el Partido Republicano, con el vergonzoso espectáculo ritual de los senadores y representantes del Partido Demócrata oficiando la repetitiva ceremonia de beatificación política de su incomparable e inconmensurable candidata. En general, los congresistas republicanos, salvo algunas críticas importantes de los senadores Paul y Johnson (irrelevantes las del zascandil y apaciguador McCain), quedaron pasmados ante el aplomo de la secretaria de Estado para evitar ir al fondo del problema. Incluso el representante Joe Wilson, que llamó a Obama "¡mentiroso!" en su primer discurso sobre el Estado de la Unión, esta vez estuvo muy moderado (se echó en falta a un Darrell Issa o un Jason Chafetz). Todos fueron incapaces de hacer las preguntas pertinentes sobre quién y cómo dio las instrucciones en la Casa Blanca para mentir y encubrir la realidad del ataque terrorista en Bengasi. Tan bajo tono de agresividad puede ser un síntoma de la depresión que padece el Partido Republicano, solo compensada durante el fin de semana con el discurso de Paul Ryan en el seminario conservador del National Review Institute y la resolución de un juzgado federal que ha declarado anticonstitucionales ciertos nombramientos de Obama, que ya ha convertido en un hábito vulnerar sistemáticamente la Constitución: pretende ser no responsable y se comporta como un monarca absoluto.

El rey Obama ya ha proclamado a la princesa Hillary su heredera. Ahora el Partido Republicano tiene que reaccionar en el Congreso, en primer lugar continuando las investigaciones hasta conocer toda la verdad sobre Bengasi (la próxima oportunidad será en la confirmación de John Brennan, candidato designado para la dirección de la CIA) y actuar en consecuencia. La cadena Fox y las emisoras de radio liberal-conservadoras tienen que mantener asimismo la presión hasta las elecciones intermedias de noviembre de 2014, que aseguren una mayoría republicana en el Congreso.

El nuevo primer ministro de Obama, anteriormente consejero adjunto de Seguridad Nacional, Denis McDonough, es un joven católico progre de Minnesota (natural de Stillwater, curiosamente el mismo pueblo donde reside Michele Bachmann, líder del Tea Party en la Cámara de Representantes y miembro del Comité de Inteligencia con jugosa información sobre el caso Bengasi, aunque siempre estará el cainita McCain para descalificarla). McDonough es exalumno de la católica St. John’s University, donde se licenció en historia y español (fui profesor visitante de historia, política y cultura hispánicas allí los otoños de 2001 y 2007, y pude constatar el daño producido por la dominante ideología del multiculturalismo académico). No sé cuál es su nivel en nuestra lengua, pero sus conocimientos de historia española dejan mucho que desear. Resulta que fue el autor del famoso discurso del El Cairo, en el que todas las referencias a la España cristiana, Al Ándalus, Córdoba y la Inquisición fueron un cúmulo de errores y disparates. Por no hablar de su visión absurdamente optimista de la primavera árabe... y los hermanos musulmanes. Este mismo fin de semana el periódico Star-Tribune de St. Paul-Minneapolis revelaba que durante la crisis de Bengasi McDonough fue la persona en que confió el presidente para manejar y controlar la situación desde la Casa Blanca. Es decir –sospecho–, que fue el principal responsable junto al propio Obama de politizar y manipular la inteligencia y la información, lo que condujo a la absurda explicación de la protesta espontánea motivada por un video anti-islámico, ocultando la realidad de un ataque terrorista islamista, que no convenía electoralmente airear, y que trágicamente pagaron con sus vidas cuatro ciudadanos americanos, incluido el embajador en Libia.

En la Era de la Corrección Política (y con unos medios de comunicación progresistas indiferentes), dudo de que todo esto conduzca a un impeachment del primer presidente negro de los Estados Unidos, pero para la Historia el reinado de Obama quedará inevitablemente manchado por la sangre y las mentiras de la tragedia en Libia. Y Hillary, sobrevalorada secretaria de Estado de una política exterior fallida, puede y merece que sea recordada como la princesa de Bengasi.

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