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Marcel Gascón Barberá

El mensaje de esperanza del Rey

Había en sus palabras algo de exigencia a los que mandan: trabajen para salir de ésta, es su obligación y millones de españoles se lo reclaman.

Había en sus palabras algo de exigencia a los que mandan: trabajen para salir de ésta, es su obligación y millones de españoles se lo reclaman.
Don Felipe. | EFE

Anoche me senté a ver el mensaje del Rey sin grandes expectativas. Había dicho la prensa que tenía el visto bueno del Gobierno, y ¿cuánta verdad puede soportar este Gobierno? Nada más empezar a hablar Felipe VI, me llamó la atención el nacimiento de la mesa del fondo. Hasta hace poco, una representación del portal de Belén era un símbolo neutro e inevitable de cualquier felicitación navideña. Ya no es el caso ni en el Vaticano. El papa Francisco I (su haterismo pobrista habría recomendado el nombre de Paco Último) ha perpetrado este año un nacimiento entre carmenita y colauesco en el que se cuela hasta un astronauta. Permítanme colar a mí una breve reflexión sobre nuestro ministro-astronauta: dicen que tiene estudios, pero oyéndole hablar se diría que al espacio fue como Laika, de canario que prueba el aire en la mina.

Volviendo a belenes más amables que el de Moncloa, un nacimiento es un desafío al anticristianismo rampante, en una época en que Bruselas renuncia a montar uno para no herir y la Navidad es la fiesta del afecto en la chillona neolengua del régimen. El Rey podría haberse limitado a sacar el árbol, pero dio protagonismo a un belén. La centralidad del nacimiento en el plano decía algo. Mucho, para millones de españoles agredidos gratuitamente por los ingenieros sociales que nos cincelan. El Rey dice con los símbolos lo que no puede decir en palabras, pensé al principio, pero a medida que avanzaba el mensaje cambiaba de idea.

Cualquier llamamiento a la concordia puede ser interpretado como una crítica a este Gobierno, pero Felipe VI fue más allá. Alentando explícitamente a los empresarios y a los autónomos, aludiendo a su papel capital en la recuperación económica y social, el Rey marcaba distancias con este Gobierno clasista. Y lo hacía sin dejar de reivindicar lo que Podemos y el PSOE llaman, con afán separador y monopolístico, "lo público". No como pedrada y reproche a la iniciativa privada, sino como parte igual de importante y merecedora de reconocimiento de la empresa común que desde hace muchos siglos llamamos España.

En su mensaje, Felipe VI se refirió a nuestro paro juvenil desbocado y a la desazón de millones de familias golpeadas por la crisis o el virus con sustancia y una empatía que a mí me pareció sincera. Vino a decir el Rey que la debacle económica, es decir, social, la superaremos juntos con el esfuerzo y la buena voluntad de todos. Había en sus palabras algo de exigencia a los que mandan: trabajen para salir de ésta, es su obligación y millones de españoles se lo reclaman. En esta parte del mensaje me pareció que el Rey saltaba por encima de una clase dirigente frívola y ensimismada en la estética, la ideología y los privilegios para conectar directamente con la España de la calle.

En este punto, y con las imágenes que acompañaban al escudo de la Casa Real al final del mensaje, Felipe VI recordó los encuentros que, junto a la Reina, ha tenido en los últimos meses con esos españoles de a pie a los que Sánchez y sus ministros no se acercan desde hace meses por miedo a los abucheos. Que durante estos paseos y visitas a fábricas, comercios y hospitales los Reyes sean recibidos con calidez y entusiasmo habla de la autenticidad de la conexión con el pueblo que plasmaba el mensaje.

Con ayuda del CIS sanchista, el vicepresidente Iglesias quiere forzar la urgencia de una república entre las prioridades del pueblo. Pero la verdad es que solo los círculos de Podemos escrachan al rey en nuestras aldeas y ciudades. El espejo de Felipe VI deja en muy mal lugar a sus enemigos. A los partidarios de la guillotina y a los que se conforman de momento con marginarle. Tan sangrante es la comparación que no extrañan los esfuerzos de esconderlo en palacio. Cuanto más vemos al Rey, más ganas dan de exigir un referéndum sobre la Monarquía, aunque solo sea para medir a Felipe VI con sus zarrapastrosos odiadores en la campaña.

Además del belén, en el mensaje navideño apareció una Constitución. Felipe VI la reivindicó también de palabra como fundamento de nuestra vida en común, y defendió con vigor el pacto de unidad y reconciliación que la hizo posible. Como base de lo conseguido hasta ahora, pero también como condición de paz y prosperidad en el futuro. Es difícil no interpretarlo como una enmienda a la totalidad al proyecto de unos gobernantes que ven en la Constitución un "candado" y tratan la Transición como un compromiso corrupto incompatible con la justicia.

Una de las muchas virtudes del discurso fue, a mi modo de ver, su mensaje de esperanza y confianza en nosotros mismos. Felipe VI dejó claro que la nación ya tiene instrumentos y capacidad para levantarse y volver a construir en común cosas que valgan la pena. El Rey nos dijo anoche a los españoles que nuestra suerte no está fiada a ningún adanismo providencialista. Que recuperarnos y seguir creciendo pasa por valorar y potenciar lo que ya hemos conseguido juntos, los empresarios y los funcionarios, los españoles de izquierdas y de derechas, y de todas las autonomías.

El rey Felipe nos mostró una vez más que hay partido, que no es momento para el desánimo ni para quedar atrapados en los terrenos pantanosos que han enfangado los rencorosos. Y lo hizo en un lenguaje preciso y limpio, no contaminado por la lengua de madera que nos impone el poder. Se vio, por ejemplo, en su elección de la fórmula "medio ambiente" –"adaptar nuestras estructuras productivas a la nueva revolución industrial, tecnológica y medioambiental que vivimos"– en detrimento de "cambio climático" o "emergencia climática". Se vio también en la apuesta por el sentido común, al hablar de lo "decisivo" de "fortalecer el tejido empresarial y productivo, industrial y de servicios" como medio para "crear (...) ese empleo que tanto necesita nuestro país".

El Rey podría haber complacido al Gobierno vendiéndonos la moto sanchista de la "transformación digital y verde" como forma de recuperación económica. Pero prefirió demandar algo tan poco caro al Gobierno del sablazo fiscal y el palo al propietario y al empresario como es que se consoliden "las bases que nos den un horizonte claro de impulso, estabilidad y confianza económica, que anime a la inversión y la creación de puestos de trabajo".

Déjenme recrearme, por último, en la ausencia en el mensaje de referencias al feminismo o la consecución de la "igualdad real" de la mujer. Es justo agradecer al Rey que no dé pábulo a estas falsas prioridades fabricadas, mediante la invención de un contexto de machismo saudí y a costa de la paz familiar y las buenas relaciones entre españoles para ganar votos, por políticos sin escrúpulos como la pareja de medradores del chalet.

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