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Marcel Gascón Barberá

Lo que nos enseñó Óscar Pérez

Óscar Pérez hizo contra una tiranía completamente arbitraria y destructora como la de Maduro lo único rigurosamente justo, que es alzársele en armas.

Óscar Pérez hizo contra una tiranía completamente arbitraria y destructora como la de Maduro lo único rigurosamente justo, que es alzársele en armas.
Óscar Pérez, en una de sus últimas apariciones públicas | Imagen de vídeo

Cría fama y échate a dormir, dice muy acertadamente el dicho, y pocos periodistas han hecho tanto lo contrario como el corresponsal hispanoamericano de El Mundo Daniel Lozano. Lo conocí en Caracas durante el tiempo en que fui corresponsal allí, y me bastaron cinco minutos sentado con él en un bar de La Candelaria para saber que no tenía nada que ver con el típico fantoche viajado que tanto prestigio tiene en el oficio.

Lozano no firma libros ni tuits de insider, no presume de premios ni se muere por salir en la tele disfrazado de aventurero o vestido de experto. Entre otras cosas porque no le hace falta. Dime de qué presumes y te diré de qué careces, dice otro dicho. Lozano es uno de los pocos periodistas que conozco que vive como un igual con la gente que más sufre los problemas sobre los que él escribe. Ha recorrido como pocos la América hispana y no supedita al prejuicio sus simpatías y perspectivas.

Hago esta introducción impactado por la exclusiva que Lozano publicó este fin de semana en el suplemento Crónica de El Mundo. El periódico sacaba a luz las fotografías de los cadáveres de Óscar Pérez y los otros seis héroes que se alzaron contra el régimen chavista. Las fotos fueron entregadas este lunes por opositores venezolanos al Tribunal de La Haya. Las imágenes muestran las heridas de bala en la cabeza y la espalda con que fueron rematados los siete rebeldes, y confirman sin que quede lugar a ninguna duda que fueron ejecutados a sangre fría o al menos rematados con tiros de gracia tras su caída.

Óscar Pérez saltó a las portadas de todo el mundo el 27 de junio de 2017, cuando en plenas protestas de los venezolanos contra el régimen criminal que ahora encabeza Maduro secuestró un helicóptero de la policía científica de la que era agente y desplegó, mientras sobrevolaba el centro de Caracas, una pancarta invocando el artículo constitucional que legitima la insurrección popular ante un poder abusivo. Nada más completar esta acción -en la que lanzó granadas al Tribunal Supremo de Maduro sin causar víctimas- Pérez y las dos personas que le acompañaban difundieron un vídeo en el que pedían una escalada de las protestas y que el ejército se uniera al pueblo para poner fin la dictadura.

"Desafortunadamente, esto no ocurrió", le reconocía al New York Times días antes de su muerte.

Después del ataque, Pérez y quienes se habían sumado a su alzamiento pasaron a la clandestinidad. El núcleo duro de hombres de acción no debía estar formado por más de una decena de expolicías, militares y algún civil, y reapareció en el dominio público con vídeos que subía a las redes sociales, entre ellos el de su asalto a una base militar venezolana. En este último se ve a los sublevados -que habían entrado simulando un registro con uniformes de la contrainteligencia- sometiendo uno a uno y sin violencia a los saldos y recriminándoles su apoyo a la tiranía mientras uno de los asaltantes pisotea los cuadros de Chávez y Maduro que había en las paredes.

El grupo fue localizado el 15 de enero de 2018 en una precaria vivienda del barrio caraqueño de El Junquito. Pérez se encontraba entonces con cuatro militares, un periodista y una enfermera embarazada que también se había unido a la rebelión. En unas horas dramáticas que un Pérez herido y acorralado narró en directo con vídeos que subía a internet desde su teléfono móvil, el régimen chavista movilizó a centenares de agentes y grupos paramilitares urbanos para para disparar contra la casa con armamento de guerra. Tras intentar convencer a sus verdugos para que se pasaran a la rebelión, Pérez y los suyos ofrecieron rendirse en una negociación que el chavismo traicionó destruyendo la casa con lanzagranadas para después -sabemos desde que salió la exclusiva de Lozano- ejecutar o rematar a los alzados.

A la masacre le siguió aún más oprobio. El régimen ocultó los resultados de la autopsia y se negó a entregar los cadáveres a las familias. Después de una semana de agonía para las familias, acabó enterrándolos donde quiso tras en ceremonias privadas bajo estricta vigilancia de los esbirros del régimen. El paramilitar urbano muerto en el intercambio de disparos inicial con el grupo de Pérez, en cambio, fue enterrado con honores y disparos al aire en un cementerio de la capital venezolana.

Expuestos los hechos, pasemos a las reflexiones. La primera que se impone es preguntarse por qué el grupo de sublevados y en especial su líder, Óscar Pérez, no se han convertido en iconos globales de la dignidad y la justicia. Centraré el argumento en Pérez, pero vale para todos los demás rebeldes. Como él mismo le contó al New York Times, Óscar Pérez decidió echarse al monte contra Maduro frustrado por la complicidad con el narcotráfico y la corrupción que veía cada día impotente en la policía, y días después de haber de reconocer el cadáver de su hermano asesinado en uno de los atracos habituales en el infierno en que ha convertido a Venezuela la revolución chavista.

Pérez se sublevó contra un Estado entero prácticamente solo, sin la menor posibilidad de tomar el poder por la fuerza. La muerte o una detención aún más dolorosa como la que vive desde hace años el general Baduel eran los desenlaces más probables para una aventura que difícilmente acabaría dándole dinero o poder. Imaginen por un momento la fama y el respeto mundial del que gozaría Óscar Pérez si su acto casi suicida de coraje y honor hubiera estado dirigido contra una tiranía de derechas. Si en vez de simpáticos maleantes que un día hicieron soñar con la emancipación del buen salvaje a las clases medias occidentales aburridas le hubiera ejecutado un militar de derecha y católico en nombre del orden y la civilización cristiana. Entonces Óscar Pérez habría sido santificado en la ONU, su madre estaría viviendo en España y no en Estados Unidos como lo hace ahora y su nombre habría entrado junto al de Mandela y el Che Guevara en el mausoleo de héroes modernos.

Además de haber sido liquidado por un régimen de izquierdas, Óscar Pérez hablaba en sus vídeos del honor, el patriotismo, la verdad y el deber, valores incompatibles con esa gente líquida que domina el discurso público en Occidente. Y aún peor, invocaba a Jesucristo como guía definitiva de sus actos.

Esta solemnidad, la gravedad moral y el tono épico con que se expresaba Pérez habrían sido ridículos en cualquier otra circunstancia, pero nadie podía cuestionar su autenticidad viniendo de quien se estaba jugando la vida por sus principios.

Y fue precisamente la honradez radical de la rebelión de Pérez (y de quienes le siguieron, repito) la que explica el desdén, en este caso no ideológico, con que sus acciones fueron recibidas por muchos antichavistas en Venezuela y el exilio.

Porque Óscar Pérez hizo contra una tiranía completamente arbitraria y destructora como la de Maduro lo único rigurosamente justo, lo absolutamente correcto, que es alzársele en armas. Y su ejemplo nos puso a todos los demás -el tuitero que atacaba al régimen con el mismo tono grave de Pérez, el periodista que creía hacer lo correcto escribiendo la verdad, el intelectual que firmaba comunicados y el político que resistía dentro de los límites que permiten seguir en libertad en Venezuela- ante un espejo que nos devolvía una imagen muy poco agradable. La de unos diletantes de la justicia y los principios que ya no podían decir que no se puede hacer más contra la dictadura. Porque la dictadura habría caído hace tiempo si más gente fuéramos como Óscar Pérez.

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