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Marcel Gascón Barberá

Sin etiquetas gana Vox

Es sorprendente la cantidad de gente que se siente representada por un partido al que tenía por 'facha' cuando el mensaje le llega sin etiquetas.

Es sorprendente la cantidad de gente que se siente representada por un partido al que tenía por 'facha' cuando el mensaje le llega sin etiquetas.
El presidente de VOX, Santiago Abascal, durante un mitin en Palma de Mallorca. | EFE

A raíz de la denuncia (falsa) de Malasaña, Vox ha sido víctima de una nueva ola de calumnias patrocinadas por el Gobierno. Partiendo de la premisa, nunca justificada, de que los de Abascal promueven el odio a las minorías sexuales, el Ejecutivo y sus medios-altavoz han querido atribuir a Vox una suerte de autoría moral de la pretendida agresión.

La estrategia es clara: si la existencia de un partido está detrás de hechos tan abominables como las palizas homófobas, todo vale contra ese partido; desde las pedradas a la ilegalización.

Que la denuncia se haya demostrado falsa es un revés puntual para esa estrategia, pero no cambia nada sustancial a medio plazo. El Gobierno perseverará en la demonización de Vox, que le da justificación para seguir negándole un tratamiento justo en las instituciones y los medios.

Silenciar el discurso real de Vox y deformar la imagen del partido que llega al público es fundamental para el Gobierno y sus redes clientelares. Pero también para esa parte dominante del PP que vive atenazada por el miedo a que le llamen facha y se conforma con su papel en el guión que escribe la izquierda.

Una normalización del mensaje de Vox atraería a muchísimos más españoles a las tesis que defiende el partido, que son dinamita pura para los consensos y mentiras oficiales en que se sustentan estructuras de poder hasta ahora no cuestionadas. (Pienso, por ejemplo, en la idea, asumida también por el PP, de que CCOO y la UGT cumplen alguna misión social y representan a los trabajadores).

Aunque a algún lector u oyente de esta casa pueda parecerle raro, millones de españoles no han escuchado hablar a uno de Vox más que con los cortes, glosas y subtítulos maliciosos que les ponen periodistas hostiles. Y la realidad no tiene nada que ver con la caricatura que de los dirigentes del partido le llega a esta parte, quizá mayoritaria, de la población.

Escuchar una entrevista en que se deje hablar a Macarena Olona, Espinosa de los Monteros, Santiago Abascal o cualquier otro líder nacional o diputado de Vox deja en muy mal lugar a la gran mayoría de dirigentes políticos del resto del arco parlamentario.

Por un lado, la gente de Vox está más preparada que casi todos los políticos de izquierda, por mucho que se insista en el cliché de Vox como partido de los estúpidos y los incultos. Luego está la claridad, de intenciones y opiniones. Por comparación, un PP que modula sus discursos según la cadena o la región en la que hable, o el viento que señale el anemómetro de las encuestas, queda como un partido de adolescentes con problemas de identidad en búsqueda perpetua de referentes (Merkel, a veces Macron e incluso, en las malas tardes, Alfonso Guerra).

Por si fuera poco, la realidad no deja de dar la razón a Vox, como se ha visto últimamente en inmigración (ver lo que decía y dice Ana Oramas de Canarias o la invasión migratoria de Ceuta) o sobre una creciente violencia en las calles, que ya reconocen los grandes medios y los expertos.

El problema para los de Abascal es que la mayoría de los electores nunca llegarán a saber lo que él y sus compañeros de partido han dicho de estos temas. ¿Qué debe hacer Vox, además de crear plataformas de comunicación propias como la Gaceta y seguir aprovechando las que tiene abiertas? En mi opinión, poca cosa. Sin renunciar a crecer, a liderar la derecha o incluso el Gobierno, Vox debe tener presente que su aportación a la vida pública española con los 52 diputados que tiene ahora ha sido decisiva y tremendamente benéfica, y no dejaría de serlo aunque perdiera escaños en las elecciones que vienen.

Con su intensa actividad en los tribunales y una red de organizaciones satélite que ya ha logrado ensanchar por la derecha el campo de juego de nuestra democracia, Vox es, más que un mero partido político, un fenómeno social. Su gestión debe pensarse a largo plazo, y sin exagerar la importancia de lo meramente aritmético.

Por ello creo que lo acertado es mantener a salvo de cálculos electorales el discurso de principios que hasta ahora ha definido al partido. Y atemperar, de cara a comicios venideros, una euforia preelectoral que ya ha empañado resultados que se habrían considerado excelentes de no haber venido lastrados por expectativas hinchadas.

Quienes sí hemos tenido la oportunidad, la curiosidad o el interés de escuchar sin prejuicios a Vox podemos hacer algo más: exponer, con exactitud y de forma desinteresada, los planteamientos del partido en los temas clave. Es sorprendente la cantidad de gente que se siente representada por un partido al que tenía por facha cuando el mensaje le llega sin etiquetas.

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