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Marcel Gascón Barberá

Ucrania como oportunidad de despertar para Occidente

Si van a alguna manifestación contra Putin no griten "No a la guerra", sino "Más sanciones contra Rusia" y "Armas para Ucrania".

Si van a alguna manifestación contra Putin no griten "No a la guerra", sino "Más sanciones contra Rusia" y "Armas para Ucrania".
Soldados ucranianos. | Cordon Press

Pase lo que pase con Ucrania, que Putin se haya atrevido a lanzar una guerra de conquista contra un Estado soberano del tamaño de Francia es una derrota para Occidente. Una capitulación humillante que cambiará el mundo en favor de autocracias sin escrúpulos como las que tienen secuestradas a Rusia, a la China y a Irán.

Más allá de lo que es obvio, lo que estamos viendo a muy pocos kilómetros de la UE puede ser también una oportunidad de despertar para las democracias de Europa y América. Décadas de desprecio por los valores de rigor, trabajo y justicia no pervertida por el sentimentalismo han moldeado unas sociedades infantilizadas incapaces de afrontar cualquier realidad que les resulte inconveniente o desagradable.

Es ese ambiente el que ha hecho que los electorados de nuestros países votaran primero y después no castigaran políticas manifiestamente suicidas en asuntos como la energía. La obsesión verde alemana, por hablar del caso más grave, ha entregado a buena parte de la UE a Putin, creando una dependencia del gas ruso que ha hecho mucho más difícil responder con contundencia a los atropellos sistemáticos del tirano.

Ese mismo caldo de cultivo de irresponsabilidad y buenismo ha hecho no ya la guerra sino armar a Ucrania para que la haga por nosotros opciones inasumibles a la hora de parar los pies al bully que nos amenaza desde Oriente. Desde que Putin comenzara su último despliegue de tropas en la frontera de Ucrania, y para tranquilizar a su opinión pública, los países de la OTAN han dejado claro que no apoyarían militarmente a Ucrania. La amenaza de sanciones, querían creer nuestros líderes, era suficiente para disuadir al Kremlin de una aventura aún más ambiciosa que las que ya le salieron gratis hace ocho años cuando era presidente Obama.

Como estamos viendo, no ha sido así. Lo evidente del fracaso del apaciguamiento debe servirnos para reaccionar. Para ser conscientes de que es necesario que se nos tema si queremos que los malos nos respeten. Está claro que Europa y Estados Unidos no enviarán tropas a Ucrania. Pero tenemos la suerte de que Ucrania esté esta vez ahí para hacernos el trabajo sucio. Y, aun sin entrar en guerra, tenemos un margen de maniobra que nos permite no sólo salvar el honor, sino incluso ganar la batalla.

No hay excusas para no entregarnos a la tarea de proveer de armamento al país que está luchando por nosotros. No hay excusas tampoco para no golpear a Rusia con boicots ciudadanos a sus empresas y con las sanciones económicas más duras. Ya lo ha hecho el Reino Unido y lo hará también la Unión Europea, si no lo impiden los protectores alemanes de Putin.

Mientras los ucranianos mueren en el campo de batalla por el sueño de libertad que les prometió Occidente, nuestras sociedades tienen algo de tiempo para enmendarse y llegar a la próxima crisis con el amor propio y la capacidad de sacrificio suficientes para hacer frente por la fuerza a quienes no entienden otro lenguaje. Para entonces podría ser que entre nosotros y el Hitler contemporáneo que está resultando ser Putin no tengamos el tampón de Ucrania.

Si van a alguna manifestación contra Putin no griten "No a la guerra", sino "Más sanciones contra Rusia" y "Armas para Ucrania".

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