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Marian L. Tupy

La "vieja" y la "nueva" Europa

La ampliación de Europa se está convirtiendo en un dolor de cabeza para el cómodo arreglo de la alianza franco-alemana, la cual históricamente ha dominado las relaciones exteriores de la Unión Europea. Fue una señal irrefutable que el poder se está desplazando cuando tres nuevos miembros de la UE –Hungría, Polonia y la República Checa– se unieran a Gran Bretaña y a España en su apoyo a la política de Estados Unidos respecto a Irak. En pocos días se le unieron otros miembros: Eslovaquia, Letonia, Estonia y Lituania. Inclusive, otros países que aspiran ingresar a la UE, como Rumania, Bulgaria, Croacia, Macedonia y Albania, también lo hicieron.

Que los tradicionalmente serviles estados centroeuropeos irrumpieran con vigor en la política europea y en oposición a Francia conmocionó al gobierno francés.

Los “nuevos” europeos, como los denominó el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld, claramente no están de acuerdo en que la política exterior europea sea definida por al antiamericanismo francés. A los nuevos miembros les gusta Estados Unidos, entre otras cosas haber hecho mucho más por derrotar al comunismo que todos los países europeos juntos.

Pero la discordia entre la “vieja” y la “nueva” Europa es aún más profunda. El ingreso de los nuevos miembros amenaza el consenso de la posguerra, en cuanto a la naturaleza socialdemócrata de la economía europea. La política económica que la Europa central y del este quiere aplicar está bien definida.

Mientras Francia y Alemania hacen lo imposible por mantener su anticuado sistema de reparto en las pensiones, a pesar del incremento en los gastos y la caída de la proporción de trabajadores activos a retirados, en Polonia y Hungría se han privatizado parcialmente los sistemas de pensiones. Mientras la “vieja” Europa se prepara para confrontar los poderosos sindicatos, la “nueva” Europa continúa liberalizando sus mercados laborales y atrayendo una creciente proporción de inversiones extranjeras. La “descarga social” e “injusta competencia” de los nuevos miembros que tanto enfurece a Bruselas, es vista por estos como la única manera de escapar del legado comunista de pobreza, instrumentando un vibrante mercado libre.

Estonia tuvo que aceptar un sinnúmero de leyes y regulaciones para poder ingresar a la UE, pero sigue siendo la economía más libre del viejo bloque soviético. Introdujo un impuesto de tasa única y ha prácticamente eliminado los impuestos a las empresas. Eslovaquia se está convirtiendo en modelo de reforma económica. Allá comenzó la subasta de licencias para manejar los fondos privados de pensiones. Eslovaquia planea ir más lejos que sus vecinos, privatizando la totalidad del sistema de pensiones.

Se desarrolla también un plan de vales para la educación primaria y secundaria, dándoles libertad a los padres de escoger la escuela para sus hijos, y otro plan para cobrar por la educación universitaria. Un impuesto de tasa única –20%– debe comenzar a regir a partir de enero de 2004. Y el gobierno de la República Checa tomó en enero la difícil pero necesaria decisión de eliminar gradualmente los controles de alquileres.

Inclusive Rusia ha comenzado a liberalizar e introdujo un impuesto de tasa única (13%) en el 2001. Esa medida fue considerada como muy arriesgada, pero contribuyó a incrementar en 40% los ingresos fiscales en 2001 y otro 40% en 2002. De hecho, Rusia experimentó un superávit el año pasado. Actualmente está bajo consideración la privatización del sector de energía ruso e ingresar a la Organización Mundial del Comercio.

Sin embargo, en el corto plazo y mediano plazo será Gran Bretaña la que juegue un papel de liderazgo. El ingreso de los países del este a la UE fortalece la posición reformista inglesa. Es de esperar que ello provoque reformas en la fosilizada economía europea para liberar el potencial de todos los habitantes del continente.

Marian L. Tupy es subdirectora del Proyecto Global de Economía Libre de Cato Institute.

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