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Mario Noya

Sombras sobre el Hudson: ¿se sobrepondrá Nueva York al paso del tóxico De Blasio?

"La mejor ciudad del mundo se encuentra en decadencia y sus habitantes no parecen darse cuenta".

"La mejor ciudad del mundo se encuentra en decadencia y sus habitantes no parecen darse cuenta".
Cordon Press

Hasta el pasado 31 de diciembre, en Nueva York han tenido un alcalde tan nefasto que en las campanadas de la CNN, desde la mera Times Square, despidieron el año diciéndole "¡Sayonara, capullo!" de parte de legiones de demócratas y republicanos, mientras que la propia cuenta del @NYCMayor se lo sacó de encima apenas un minuto después, antes incluso de que jurara el cargo su sucesor, correligionario del tóxico que lo primero que hizo fue pedir perdón: "Pagáis vuestros impuestos y no os hemos brindado esos bienes y servicios", reconoció cuando ganó en los comicios de noviembre. "El 1 de enero, eso se acaba. El 1 de enero se acaba la traición".

Ese mismo día 1, desde la cuenta del Ayuntamiento, en nombre del nuevo regidor se proclamó que la ciudad volvía por sus fueros.

El traidor, el indeseado que desmanteló las bases del éxito de NYC en los últimos decenios, atiende por Bill de Blasio (hasta su nombre es fake) y es como una cruza de Ada Colau, Irene Montero, Ione Belarra, Pablo Iglesias y Alberto Garzón: para que se hagan una idea de los estragos que ha causado en una ciudad, la Ciudad, que cuando llegó exhibía récords de empleo y baja delincuencia y a la que deja abierta en canal y como con la vista puesta en los sórdidos años 70, que hicieron de Taxi Driver, más que una película, un documental.

Bill de Blasio, nacido Warren Wilhem Jr. de padres comunistas tan indignos de confianza como él, fanático de la infecta Nicaragua sandinista y del infame Che Guevara ("¡Hasta la victoria siempre!", berreó en Miami el animal), ha sido una maldición para una Nueva York frenética hasta que él, movido y luego excitado por la covid, mandó a parar. Prohibir y parar. Él, en cambio, se dedicó a posar, a la mayor gloria de la revolución por cuenta ajena que pagan tan caro los de siempre, a los que De Blasio y tantos semejantes dicen defender pero nunca lo hacen desde el Bronx o Vallecas sino desde Park Slope o Galapagar.

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Bill de Blasio.

Megalómano, gran haragán, De Blasio sólo se ponía en marcha para hacer las cosas mal:

– para dinamitar el modelo de seguridad que posibilitó el milagro de la resurrección de NY, que de un tiempo a esta parte vuelve a las portadas por lo que le dio aquella espantosa fama –la mugre, la violencia pandillera, la criminalidad–;

– para hacer la vida imposible a las charter schools, las concertadas de por allá, que tienen el declarado objetivo de ser el mejor ascensor social para quienes más lo necesitan, esos desheredados que no se les caen de las bocas charlatanas a los insufribles progres ricachos;

– para gastar como si no hubiera un mañana (más de 100.000 millones de dólares al año, ¡25.000 millones más que cuando llegó al cargo!) y

– para endeudar a la ciudad como si lo que pretendiera verdaderamente fuera que de ninguna de las maneras tuviera un mañana (40.000 millones, el 40% del presupuesto municipal).

Normal que NYC, que en los años 70, cuando estaba en manos de otros deblasios, llegó a perder 800.000 habitantes (de 7,9 millones) pero con el nuevo siglo los recuperó de sobra (8,5 millones), esté de nuevo expulsándolos: nada menos que un cuarto de millón en los últimos tres años.

Esta Nueva York de ahora, desovada por De Blasio el detestado, no tiene la libertad de los peligrosos años pre Giuliani ni el glamour de los de Bloomberg; no es segura ni es divertida, se lamenta y denuncia Karol Markowicz, que para colmo advierte de que, diga lo que diga el nuevo alcalde, it is not going back. "La mejor ciudad del mundo se encuentra en decadencia y sus habitantes no parecen darse cuenta. No está de vuelta. Ni siquiera está cerca de estarlo", sentencia, sin dejar de señalar en modo yo acuso a sus conciudadanos: pese a su fama de indomables descarados, los neoyorquinos han tragado mucho y sin decir esta boca es mía con el déspota recién despachado.

Un déspota que, además, lo ha dejado todo atado y bien atado para que su despreciada Nueva York no vuelva a ser lo que era. Cómo. Dedicando cantidades asombrosas de ese gasto descomunal a copar las instituciones locales con radicales de su misma cuerda y a cebar una plétora de organizaciones cívicas [sic orwelliano] animadas por su misma fobia a la democracia capitalista y liberal. Que sí: De Blasio es Ada Colau, Irene Montero, Ione Belarra, Pablo Iglesias, Alberto Garzón y, last but not least, Íñigo Errejón. (A todo esto: ¿les he contado que el Nueva York de De Blasio tenía en 2019 la abracadabrante cifra récord de 326.739 empleados municipales públicos? Sobrecogedor).

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El nuevo alcalde de Nueva York, Eric Adams, conversa con la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso.

Así que, por mucho que Tevi Troy, en este texto imprescindible, diga que el nuevo alcalde, Eric Adams, lo tiene bastante fácil, "just do the opposite of what he did", lo cierto es que no, que De Blasio se ha ido pero Adams va a tener que vérselas con "una ciudad dominada por activistas de izquierdas, un Ayuntamiento de izquierdas y un interventor de izquierdas" que socavan y corrompen el sistema.

Y está por ver que el también demócrata Adams se las quiera ver con todos ellos, con "The Prog", que diría Seth Barron hablando en leviatánico. De momento, a las primeras de cambio ha optado por echarse a un lado para que se anoten una victoria que puede resultar fatídica para la Ciudad y hasta para el conjunto de los Estados Unidos de América: su inacción ha permitido que salga adelante una iniciativa de tiempos de De Blasio para que los extranjeros con apenas treinta días de residencia –repito: apenas treinta días de residencia– puedan votar en las municipales con efecto inmediato (hay unos comicios locales tan pronto como dentro de dos años). Hablamos en estos momentos de más de 800.000 potenciales votantes de un nuevo De Blasio. Lo que faltaba para el duro en el país de los encendidos debates sobre la inmigración y las explosivas polémicas sobre sus muy diversas y aún más controvertidas normativas electorales.

"El voto de los no ciudadanos es un ultraje al principio fundacional de la democracia: el autogobierno", alerta el pro inmigración Tim Kane después de preguntarse por qué los "pretenciosos" progres de Nueva York son tan "peleonamente estúpidos" y antes de dejar la puerta abierta a la elucubración a cuenta de lo que sucedería si a unos pocos cientos de miles de chinos les diera por instalarse provisionalmente en la ciudad y decidir las próximas elecciones municipales o, si el calamitoso experimento suicida se extendiese y esos primeros paisanos de Xi Jinping llamasen a otros cuantos cientos de miles de compatriotas para que hicieran lo propio en otros lugares de Norteamérica, las presidenciales de 2024…

Hay, pues, negras sombras sobre el Hudson. Sombras que será muy difícil despejar. Ya me jode pero recomendaría a los neoyorquinos que no cantasen victoria por mucho que De Blasio se haya largado: si no resuelven los formidables problemas estructurales que tienen planteados en el ámbito municipal, después de lo muy malo no es ni mucho menos descartable que se les acabe viniendo encima lo peor.

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